lunes, 10 de diciembre de 2012

¿Qué pasa si quiere morir, pero no sabe?


-No lo supe, pero lo sentí… –me dijo-. Ocurrió mientras le acariciaba el pelo… Es decir, yo tenía la mano en su cabello y de pronto sentí que aquello estaba creciendo… o sea no lo sentí, pero lo supe… que el cabello estaba creciendo, me refiero…

-No te entiendo –dije yo.

-Me refiero a que ella estaba quieta –continuó-, quieta mientras yo descubría, acariciando, que sus cabellos crecían… a un ritmo mínimo quizá, pero crecían… independiente de ella, me refiero… independiente de mí…

-¿Y eso tiene alguna gravedad?

-Claro que sí, po hueón… es grave porque de pronto descubres algo que te hace sentir incómodo… porque es incómodo que aquello que acariciamos crezca sin nosotros… sin necesidad de nosotros, me refiero… independiente de lo que motive la caricia, independiente del afecto… o sea, eso estaba vivo… vivo sin necesidad de mí… sin necesidad de lo que sentíamos… ¡Daba lo mismo lo que sentíamos, hueón…! Esa hueá iba a seguir creciendo. Ese es el punto.

-Mmm…

-¿No te parece rara esa hueá…? –insistió-. Que el amor de la gente dé lo mismo… que todo crezca igual sin necesidad de aquello… ¿para qué sirve entonces que esos afectos sean puros, o supuestamente verdaderos…? ¿Qué diferencia hace cuando hablamos de la vida…?

-¿No estarás exagerando…? –intenté calmarlo.

-¡Claro que no…! –siguió-. Lo que pasa es que lo que hay tras esa verdad es aún más terrible… y eso es lo que asusta… ¿No te das cuenta, Vian? No estamos hechos para amar aquello… Estamos más bien diseñados para amar cosas… cosas quietas, me refiero… estamos hechos para no saber que lo que amamos puede estar vivo sin nosotros…

-Eso es absurdo… -interrumpí.

-Es lógico –dijo él-. Se trata solo de saber o no saber… o sea, saber que solo podemos amar lo fijo y reconocer que somos incapaces de algo distinto… De lo contrario habría que reconocer que el amor, o los afectos, no tienen valor en sí mismos…

-¿Puedo hacerte una pregunta? –interrumpí.

-¿Qué…?

-Una pregunta… -repetí- ¿Puedo preguntarte algo…?

-Sí po, hueón… de hecho ya preguntaste…

Hice una pausa.

-¿Qué pasa si la ballena quiere morir, pero no sabe? –pregunté entonces.

-¿Ballena…? ¿Qué ballena?

-Solo piensa… ¿qué pasa si la ballena quiere morir, pero no sabe?

-¿Es un acertijo?

-No… es una pregunta sencilla -expliqué-. ¿Qué pasa si la ballena quiere morir, pero por ejemplo, no sabe que el alimentarse impide que ella muera…?

-…

-¿Qué pasa si no asocia el alimentarse, o hasta el respirar… con esa supervivencia que no quiere?

-No entiendo…

-¿Qué pasa si quiere morir, pero no sabe? –insistí-. ¿Se puede aprender eso…?

-No sé, po hueón… no tengo idea de ballenas… -se excusó.

-Pues tampoco tienes idea de otras cosas –le dije.

Y claro, como él se quedó en silencio, yo decidí que era aquel un buen final.

Y me alejé.

1 comentario:

  1. Creo que lo preocupante también resulta la raíz de esa preocupación que le surgió a tu amigo. El verdadero sentido del amor no es la apropiación y pareciera que fue eso lo que más le inquietó: que la destinataria de su amor-o parte de ella, en este caso- fuera independiente de sus sentimientos. Fue esa prescindencia de sí mismo lo que le resultó insoportable...y ahí radica generalmente la violencia conyugal que estalla en forma de celos o bofetones. en definitiva, lo que le molestó a su amigo surge de su propia inseguridad, y sí, claro, en esos casos, las personas prefieren amar (apropiarse) de objetos (o personas)inanimados y dependientes que sientan que no pueden vivir sin ellos (sus amantes.
    En cuanto al ejemplo de la ballena, supongo que "el querer morir" casi siempre implicará desear una muerte no cruenta, algo así como dormirse y no despertar...y si la panza le sigue picando, por qué va a sufrir?

    Un abrazo...

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