La lista es grande.
La han anunciado por diarios y revistas y yo estoy ahí.
También hay otras personas, claro.
Muchas personas.
Tantas que yo debo alejarme hacia un costado, donde no las oigo.
Entonces comienza la subasta.
Un hombre con un traje a rayas muestra los productos.
Un reloj del S. XVII.
Un libro autografiado por William Faulkner.
Tres dibujos a lápiz de Juan Emar.
Con todo, los precios no son tan altos.
Pero ocurre que yo soy profe.
Así que los dejo pasar.
Llega entonces la peluca de un comendador.
La placa dental de un presidente de hace más de cien años.
La camiseta con que Pelé jugó un amistoso contra Chile.
¿Y saben…?
Extrañamente la mayoría de las cosas no llegan a alcanzar siquiera la
postura mínima.
Y es que la gente está casi siempre en silencio, observando.
Pasan así las joyas.
Los vestidos de época.
Un robot de madera de hace casi doscientos años.
¿Usted por qué viene?, me pregunta
entonces una mujer.
Por la trompeta de Boris Vian,
digo yo.
Ella asiente.
Pasan otros productos y entonces llega la trompeta.
Está en una caja dañada, que también fue de Boris.
En una entrevista, por cierto, él comenta que guardaba dentro de la
trompeta el lápiz con que escribió La espuma
de los días.
Señalan entonces la postura mínima.
Son poco más de nueve meses de mi sueldo.
Íntegros.
Y también son los únicos ahorros que he logrado reunir, en mi vida.
¿Toca usted la trompeta? Me pregunta
la mujer.
Yo me quedo en silencio para evitar explicaciones.
El hombre del traje a rayas hace un nuevo llamado.
Yo, en tanto, espero hasta el último segundo y levanto mi mano.
Pasan diez segundos.
Todo está hecho.
Tengo la trompeta de Boris Vian.
La caja, por cierto, tenía también unos apuntes a mano, muy borrosos.
A solas, en casa, horas después, intento obtener el primer sonido.
La trompeta se niega.
Es como la espada en la piedra, digo yo.
Pasa un momento.
Vuelvo a intentar.
Fracaso.
Nuevo fracaso.
Pero es la trompeta de Boris Vian, me digo, como dando ánimos.
Cierro entonces los ojos y pienso algunas cosas.
Le hablo, incluso, a la trompeta.
Sinceramente.
Y hasta le digo que confíe.
Vuelvo entonces a intentar, tranquilo.
Se escucha un sonido.
Luego otro, más fuerte.
Así, algo duele, al interior, cuando suena.
Algo que pensé ya no existía.
Y claro… puede parecer egoísta… es cierto…
Pero mi vida es ahora un poquito más plena.
¿Me estay hueviando?
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