-Los animales no saben –me dijo.
-¿Qué no saben? –pregunté.
-No saben que no saben… -intentó explicar-, pon tú
el tema si quieres, pero siempre funciona así… todo por instinto, me refiero…
nada de consciencia…
-¿Y el sentir?
-¿Qué sentir…? ¿Sentir, frío, calor…?
-No –le dije-. Sentir sensaciones, no con el
entorno, sino con otro…
-Los animales no diferencian qué es el otro y qué
es el entorno… buscan algo similar, nada más… y se arriman al otro igual como
se arrimarían a una cosa…
-¿Y eso no es sentir?
-No creo… -señaló-, es necesidad, instinto… lo que
pasa es que tú pareces creer que cualquier inquietud es un sentimiento profundo…
-No te entiendo.
-Que tú confundes, me parece… acá no se trata de
sentir o no, sino de saber que sienten… y en esa confusión parece que no ves
diferencia…
-Creo que no hablamos de lo mismo… –dije yo,
confuso-. ¿Te acuerdas del documental donde salía el pulpo…?
-¿Cuál pulpo?
-El pulpo que se enamoró de una gaita… ¿no te
acuerdas…? Que había una gaita botada en un arrecife y el pulpo se enamoró y volvía
siempre al lado…
-Sí, me acuerdo –admitió-, pero no puedes llamar
amor a eso…
-No dije amor.
-Pero hablaste de enamoramiento… eso tampoco es.
-¿Y qué es…? ¿Inquietud solamente…?
-Claro… uno se puede inquietar sin amar… ¿o es
imposible?
-¿Y es por inquietud que el pulpo prefería vivir
con la gaita…? ¿Volver a ella aunque no fuese de su naturaleza?
-Claro… algo debe haber habido en esa gaita que lo
inquietaba… -insistió.
Yo preferí guardar silencio.
Así, en silencio, fue que entendí que quizá yo
estaba equivocado… y que era bueno estar equivocado… es decir, es mejor no
saber, pensé… no saber que se siente…
-Igual el pulpo tiene ventaja en eso de sentir…
-comenté entonces-. Acuérdate que tiene tres corazones… y debe sentir de una
manera que uno no alcanza ni a imaginar…
-Supongo que lo dices bromeando –dijo él.
-Sí –dije yo.
Pero mentí.
Lo tuyo siempre da para pensar...
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