domingo, 2 de diciembre de 2012

Yo tenía 17 años.

“A Oblómov le habría gustado verlo todo limpio,
pero que se hiciera por sí solo,
de forma invisible”
Iván Goncharov, Oblómov.



Antes de llevar la novela al editor fui donde un amigo.

Le había pasado una copia la semana anterior y además debía hacer hora para hablar oficialmente sobre el futuro de esa novela.

Yo tenía 17 años.

Él -mi amigo-, era bastante mayor y era gásfiter.

-Puta la hueá triste… -dijo apenas me vio-, ¿la escribiste en la cárcel?

-Eh… no –atiné a decir.

Él estaba soldando algo... así que tenía un aspecto semi fantástico, con el casco sobre la cabeza y unos guantes gigantes que sostenían, a su vez, la soldadora.

-Igual se vería bien publicada –agregó-, y por publicar a los 17 van a decir que eres un genio…

Yo asentí.

-Yo quería ser piloto de aviones… -dijo entonces-, pero al final terminé estudiando mecánica y trabajando de gásfiter… y bueno, tú sabes… los calefont no vuelan…

-¿Y cuando explotan…? -dije yo.

-Explotar no es volar –agregó, serio-. El punto es que no fui piloto de aviones, y yo quería serlo, un piloto famoso, me refiero… pero terminé de gásfiter… ¿acaso has visto un gásfiter famoso?

-Mario Bros –dije yo. Pero luego me acordé que era plomero.

-No te lo digo como algo triste, sin embargo… -señaló-. Imagínate, sueños rotos por doquier y al final resulta no ser tan triste como uno cree… no volar, me refiero…

-¿No te has subido nunca a un avión?

-No.  Pero de todas formas la idea era pilotarlo, no ir sentado como hueón y en una ruta fija…

Yo asentí.

-A lo que quiero llegar es que tu texto es demasiado triste… -agregó-. Está bien escrito, es delicado… pero es fruto de una tristeza que no te pertenece…

Yo volví a asentir.

-¿Estás seguro de que sientes lo que dice? –preguntó entonces.

-¿Qué…?

-¿Si no crees que hay otra tristeza que luego va a aparecer y te va a demostrar que todo lo que escribiste es prácticamente nada…?

-¿Eso crees tú? –le pregunté.

-No –dijo él-. Yo creo que esa tristeza es verdadera, pero que no es tuya… y que cuando venga la que te pertenece te va a hacer pedazos…

-¿Por qué…?

-Porque has vivido poco y eres delicado… -señaló-. Y porque has tratado de aceptar esa tristeza que no te pertenecía… y porque eres honesto…

-Suenan como elogios esas razones…

-No lo son –agregó-. Con el tiempo descubrirás que no lo son.

Y claro, como yo me seguía creyendo un genio sucedió que presté poca atención a lo que me dijo y fui donde el editor.

Por suerte, el editor me recomendó mandar la novela a un par de concursos, lo que me dio tiempo para entender algunas cosas.

Quizá me equivoqué en lo que entendí, no lo sé… Han pasado 15 años y no lo sé… Pero el punto es que meses después llegaron buenas noticias de los concursos y resultó que tenía por delante toda una vida que era llegar y ponérsela encima... una vida prefabricada…

Es decir: una importante suma de dinero por parte de los concursos, la edición de la novela, un viaje para unas entrevistas… y hasta resultó que iba a ser papá antes de lo previsto…

Fue entonces que, sin saber cómo, un día sentí que todo formaba parte de un camino demasiado fácil… y hasta se me antojó falso…

Así, entre una cosa y otra descubrí que yo era igual de débil que todos y que ser un genio no servía para nada.

Y por andar jugando con él el corazón se me hizo pedazos.

Tan cierto como cursi, aunque suene exagerado.

Explotó como un calefont.

Rechacé los premios, la edición y amargo, intenté volcarme sobre mi hijo.

Confundido, sintiéndome sucio, incluso… prometí no escribir más…

Nunca más un intento de hacer algo cuidado, o por un premio, me dije...

Pasé así cinco años, más o menos.

Luego altibajos. Dudas. Nudos disueltos y otros que vuelven a formarse.

Mi hijo hoy tiene 14 años.

Escribo quizá para él, para cuando un día quiera saber quién es su padre, como Skywolker.

O sea… lo veo… juego con él, salimos… pero hay cosas que ni siquiera yo comprendo.

A veces vuelven los sueños y la fe y las ganas… pero a pesar de ser profe –o quizá por lo mismo-, me cuesta cada vez más creer en los otros… de lo que necesitan los otros, me refiero…

Tengo miedo de descubrir un día que el corazón no explotó, y que todo este tiempo fue un desperdicio.

Aún así, trabajando como profe, viendo a mi hijo y escribiendo acá día a día… no me queda tiempo para mucho más.

El que valora su vida muere como un perro, decían los samuráis.

Yo tenía 17 años.

3 comentarios:

  1. Qué panorama negro te puso en la cabeza tu amigo... (entre nos, te digo que tuve que buscar gásfiter en la web porque no sabía qué era...después caí que era gasista!jeje)...creo que hay personas que por exceso de responsabilidad no le dan oportunidad a la felicidad (o al menos, a la alegría) y se atan a la tristeza perpetua asumiendo que esa es la manera menos frívola de andar por la vida. Ojalá no sea ese tu caso...
    Un abrazo fuerte.

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  2. =/

    No sé bien porqué, pero me acordé del teniente Mayima... (del libro del pájaro...)

    Por mi parte, a veces me gusta creer en el karma, o destino, y poseer la ligereza de creer que aquello que tiene que pasar, pasará, tarde o temprano (el resto del tiempo me estreso).

    Saludos

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  3. "Y porque has tratado de aceptar esa tristeza que no te pertenecía…"

    Yo tengo 17.. Creo que eso resume mucho sobre lo que siento al leer esto hahaha

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