Y mientras te metes al mar
porque el mundo sigue vivo,
te das cuenta que el mundo mismo
te es ajeno.
Los otros.
Las cosas.
Tú mismo.
Entonces,
un corte en la piel,
el viento
y hasta el contacto de alguien,
parecen recordarte
que siempre has de intentar
ser parte de lo vivo.
No digo que lo logres.
No digo siquiera
que el intentar sea válido
o noble
o que debas sentirte orgulloso
de eso que haces
prácticamente por instinto.
Lo que digo,
en cambio,
es que la vida del mundo
te es ajena,
y que el mar
y que el viento
y que los otros
poseen una existencia
fuera de tu corazón
y de tu entendimiento.
Por esto,
finalmente,
mientras te metes al mar,
supuestamente porque el mundo
sigue vivo,
lo único cierto
es que te engañas…
Y es que lo importante
y hasta lo bello,
de existir,
existe contigo,
desde ti, me refiero…
y el valor de todo
y el valor de los otros
y hasta la vida del mundo,
resultan ser extensiones
del propio valor
que le das a tu vida.
No es obvio.
No es triste.
Y no es,
por cierto,
una herida en la piel.
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