jueves, 22 de septiembre de 2011

Rumania en el corazón.

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“Cada ser es un himno destruido”
E. Cioran
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I.

Buscando un lugar alejado de la ciudad para retirarme unos meses a escribir, encuentro un aviso que se acercaba a la perfección:

Necesito hombre para cuidar refugio en la montaña.
Idealmente amante de la lectura.
Propietaria europea. De viaje.

Luego aparecía la dirección y un teléfono de contacto que nunca contestaron. Con todo, y aprovechando las ganas que tenía por ir a caminar a la montaña, decidí ir hacia el lugar y ver si había alguien con quien establecer contacto.

Al final, tras cuatro horas de búsqueda, logré dar con el refugio.

Una mujer grande y robusta se asomó a la puerta y me hizo pasar.

-Yo me llamo Rahat –dijo, con una voz que parecía un trueno.

-Lindo nombre –dije yo, por adularla-. Rahat… suena como agua en movimiento…

-No es lindo. Significa mierda en rumano –agregó ella.

-Oh, lo lamento…

-Lamentar es de hueones débiles. Yo necesito hombre fuerte para cuidar acá. –volvió a decir ella, mientras me miraba calculando mi fuerza.

Yo en tanto miraba el lugar, que era bastante agradable, así que decidí desempeñar mejor mi papel.

-Yo soy fuerte –le dije-. Pero no lo parezco. Sé artes marciales y…

-¿Has matado hombres?

-¿Qué…?

-Los hombres rumanos de verdad matan hombres de verdad… ¿Cuántos tú has matado?

-Eh… no podría contarlos –dije yo. Y era cierto.

Ella me miró nuevamente y pareció creerme. Luego sacó una botella de vidrio que contenía unos dos litros de un líquido semitransparente.

-Los hombres fuertes toman alcohol fuerte.

Yo acepté el reto.

Ella sirvió entonces dos vasos y se tomó el suyo de un sorbo. Yo hice lo mismo y me quemé la garganta.

-Aguardiente –dijo ella-. Sin destilar.

Yo me puse serio y le pedí otro. Ella sirvió dos nuevamente.

-Tú me agradas –señaló ella entonces. Y rio tan fuerte que sus ciento veinte kilos, según mis cálculos, se agitaron al unísono.


II.

La conversación se hizo más relajada luego del alcohol. De hecho, Rahat reía cada vez que pronunciaba una frase, aunque sus palabras distaban por lo general de ser alegres.

-Donde tú estás sentado mi esposo intentó matarse una vez –me dijo, por ejemplo.

Luego, incluso, me contó que hasta el día de hoy, luego de morir, ella lo ve pasearse de vez en cuando.

-¿Acaso no lo ves tú en el cuarto? –me preguntó.

Yo le dije que no.

-Quizá tú ocupas su espacio.

-¿Cómo?

-Así. Tú estás donde él ocupa, por eso no lo ves.

Yo miré a todos lados, algo incómodo, pero no percibía nada extraño.

-¿Y él se mató? –le pregunté al final.

-No. No lo dejé.

-Ah… ¿y era rumano?

-No –contestó ella-. Era chino.

-¿Chino?

-Sí… con el pene chiquitito –complementó, de lo más seria.

Yo no supe que decir.

-Tenía un tumor, en el estómago. Se lo sacaron y el tumor tenía un diente… -agregó.

-¿Un diente?

-Sí. Un diente en el tumor. Y el tumor era grande. Más grande que su pene.

Yo volví a guardar silencio. Ella parecía inquieta.

Fue entonces, que de improviso, la mujer se abalanzó sobre mí, desnudándose y arrancándome la ropa, al mismo tiempo.

-Los hombres rumanos atacan sin contemplaciones –me decía mientras metía su lengua en uno de mis oídos-, al menos seis veces seguidas.

Y bueno… fue así que, sin ser rumano, intenté al menos obtener la ciudadanía.


III.

No fue hasta después de unas horas que Rahat me permitió hablar.

-Tomaremos un descanso -me dijo, mientras iba por otra botella de aguardiente.

Luego, además de la botella, Rahat me enseñó un dibujo de la casa, deteniéndose en un punto, cerca de la puerta trasera.

-¿Te gusta la lectura? –preguntó de improviso.

-Sí… bastante –atiné a contestar.

-Tendrás que leerle a mis cactus. Todas las noches. Les gusta Cioran.

-¿Qué…?

-Cioran, un rumano…

-Sé quién es Cioran -le dije-, me refiero a si es cierto todo eso… suena extraño…

Ella frunció el ceño y me levantó de un brazo. A tirones me llevó hasta el jardín de cactus.

-Tócalos y ve si son ciertos –me dijo, molesta.

Luego, sin ningún tipo de transición, comenzó a sollozar, agachada entre aquellas plantas.

-Es poco lo que pido –decía mientras lloraba-. Ni siquiera necesitan agua… solo leer a Cioran, y sus aforismos son cortos…

-Está bien –le dije- claro que les leeré a Cioran…

-Pero en rumano –agregó ella.

Yo no quise discutir y le dije que sí, se los leería en rumano, aunque creo que el tipo escribió en francés, mayormente.

Entonces todo pareció quedarse quieto. De hecho, visto desde fuera, la escena debía al menos ser extraña. Ahí en medio de un jardín de cactus, en una montaña algo árida, desnudos… habría sido un buen cuadro.

Lamentablemente, fue entonces que ella, recobrando el ánimo, agregó la peor parte.

-Mientras tú lees yo cocinaré y plantaremos papas… -decía entusiasta-, ya estoy vieja para tener hijos, pero tendremos papas… a veces tienen formas lindas… son como fetos que no crecen, y no sufren…

-Espera –le dije yo entonces-. Tú en el aviso decías que necesitabas alguien para cuidar acá.

-Sí, tú cuidas y yo te cuido –me dijo sonriendo.

-Pero en el aviso decías que te ibas de viaje…

-No. Decía que era extranjera, de viaje en Chile… ocho años de viaje…

Luego de esto, la mujer se abalanzó nuevamente sobre mí, impulsándome a batir el récord rumano, ahí entre los cactus, que fue además el lugar donde luego de la refriega, nos dormimos.


IV.

Desperté porque el sol me estaba dando de lleno. Me encontraba aún entre los cactus, pero estaba vestido, por lo que deduje que Rahat se había preocupado de hacerlo, cuando yo dormía.

Así, mientras me levantaba, intentaba buscar la forma de decirle a Rahat que no iba a quedarme, que todo había sido un mal entendido, como la vida entera, según Cioran… ella quizá podría entenderlo…

Fue entonces que, buscándola, me di cuenta que había un error en todo eso… es decir, la casa estaba en ruinas, y vacía… nada de sillones, ni otros muebles... y sin señales de Rahat, por supuesto, como si nunca hubiese existido.

Por un momento, intenté imaginar que se había ido antes de despertar, pero luego debí admitir que lo más probable era que me lo hubiese inventado todo… pero… si me lo inventé, pensé, ¿por qué? ¿qué necesidad me llevó a inventarme aquello? ¿la necesidad de un otro…?

Y es que si era realmente la necesidad de otro, por qué ese otro… y por qué había desaparecido así, sin huellas…

Lo cierto, sin embargo, es que no logré dar con respuesta alguna.

Finalmente, les saqué unas cuantas fotos a los cactus, y a las ruinas de aquella casa, e intenté recordar un aforismo de Cioran para darle un buen cierre a todo esto.

Lamentablemente, no recordé ninguno.

3 comentarios:

  1. "En este «gran dormitorio», la pesadilla es la única forma de lucidez"



    En algunos momentos, inevitablemente, recordé la película Hierro 3, creo que fue detonado por el tema "Tú estás donde él ocupa, por eso no lo ves."
    Me habría gustado más sin el número cuatro, quizá es sólo porque prefiero los números impares, y primos.



    Helena.-

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  2. La parte cuatro era distinta... con más sobre Rahat, aunque fuera en el recuerdo (al final lo borré y me lo dejé de secreto)

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  3. Eyy, no puedes hacer eso, deberían encerrarte en la cárcel de los blogs por guardar finales en secreto... o hacerte leer todos los libros de Onetti en una noche... o algo así. Como sea... olvidé decir que me pareció delicioso el tema de los cactus, siempre quise incluirlos en mis escritos (porque son una buena metáfora para personalidades o situaciones que, como la de "Rumania en el corazón" sobreviven solas) pero, también, siempre lo olvidé...

    Parece que comencé a divagar...
    Saludos!
    Helena.-

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