.
Leí la historia de Buda desde un libro roto, cuando era pequeño. Las hojas no estaban numeradas y se habían desprendido. Aún así, con el tiempo fui ordenando aquella historia.
Por un tiempo me interesó la doctrina, por lo que la palabra ilusión pasó a instalarse en mi consciencia desde muy temprano, a la vez que una serie de actitudes ante los otros y las cosas comenzó a marcar una distancia que hasta el día de hoy ofrece límites que no siempre terminan por dejarme cómodo.
Y es que de vez en cuando me parecía ver en la figura del Buda, algo así como la antítesis de lo que me atraía de la figura de Cristo, la del hombre que lucha contra su propia sangre y expulsa a golpes a los vendedores del templo y pide que no se cumpla su destino orando en Getsemaní.
Fue así que un día, años después de esas primeras experiencias, borracho, confuso y dolido por una serie de situaciones que no detallaré, recordé de pronto a ese personaje y decidí irme a la montaña, bajo la lluvia, y refugiarme bajo un árbol.
No era un bodhi, por supuesto, pero servía para que el agua no llegase tan fuerte. Y bajo él decidí de pronto no moverme hasta alcanzar mínimamente esa sabiduría de la que había oído hablar, alguna vez.
Recordé así que Buda, bajo el Bodhi, había sido protegido de la lluvia por una serpiente, que le prestó su capa… antes de alcanzar la completa sabiduría.
Pasó así una tarde y una noche, y seguía lloviendo. No hacía tanto frío y la borrachera se me había pasado por completo… y bueno, vi pasar cerca una culebra.
No era por supuesto una serpiente magnífica como la del Buda, pero servía como comparación, al menos. Y me sirvió para estar ahí unas horas más.
Por la mañana, sin embargo, me sentía mal. No había dormido, prácticamente, y estaba empapado y tras el amanecer me había quedado una sensación importante de frío. Además, era día en que debía visitar a mi hijo, que por entonces aún no cumplía un año.
-Buda abandonó a su mujer y a su hijo –me dije entonces-, eran parte de la ilusión…
Pero algo no me convencía en todo eso. Es decir, más allá de que no fuese Buda, había algo en eso que no me terminaba de convencer. Las verdades, los caminos… el dolor.
Sinceramente, pensé, ese camino no me es difícil de tomar, hoy en día.
Y es que renunciar en ese entonces dolía menos, y lo sentía casi como un camino fácil… como transformarme en un ser de cartón, e indiferente.
Fue entonces que comenzó a llover fuerte de nuevo y decidí salir desde abajo de árbol. Y recibí la lluvia de pleno.
El nirvana es otra ilusión, parecía decirme la lluvia. Y la renuncia incluso, es otra ilusión, casi tan vacía como el placer.
Buda entonces me pareció de cartón, o de piedra. No se reiría si le hago cosquillas, pensé, y lo que ha hecho es prácticamente renunciar a ser hombre para convertirse en árbol.
Yo, en cambio, no tengo realmente a qué renunciar –seguía pensando-, y mi nirvana sería tan cobarde y tan poco humano que me terminaría de alejar de mi sangre, que es lo único que tengo, al menos hoy, realmente propio.
Y bueno… no digo que haya sido la mejor elección, ni que otra no hubiese sido válido, pero lo cierto es que ese día volví a casa y fui a ver a mi hijo, y le conté, aunque no entendiese, parte de lo que había ocurrido.
Y es que muy pocos recuerdan el nombre de la mujer de Buda, o el de su hijo, concluí, y la responsabilidad hacia quienes amamos es también importante, no menos que hacernos responsables de nuestro propio crecimiento.
Desde entonces, cada vez que veo un Buda, me imagino un árbol. Alguien que logró abandonarse y transformarse en algo ofrecido hacia los otros para enseñar un camino.
Con todo -valorando incluso la belleza y el sentido profundo que aquello debe tener-, he comprendido que ese no es mi camino. Y es que el dolor propio se acepta, pero el dolor y las injusticias a las que son sometidos los otros no pueden dejarse pasar, ni aceptarse simplemente.
La sangre está hecha para hervir, para gritarnos desde dentro y enviarnos hacia los otros. Y no hablo de la búsqueda de placeres ni de evasiones, sino que apunto simplemente a que la felicidad es también una responsabilidad, que debemos asumir por nosotros mismos, y por los otros.
¿Saben por qué?
Porque no somos árboles.
Y nuestro deber es otro.
Por un tiempo me interesó la doctrina, por lo que la palabra ilusión pasó a instalarse en mi consciencia desde muy temprano, a la vez que una serie de actitudes ante los otros y las cosas comenzó a marcar una distancia que hasta el día de hoy ofrece límites que no siempre terminan por dejarme cómodo.
Y es que de vez en cuando me parecía ver en la figura del Buda, algo así como la antítesis de lo que me atraía de la figura de Cristo, la del hombre que lucha contra su propia sangre y expulsa a golpes a los vendedores del templo y pide que no se cumpla su destino orando en Getsemaní.
Fue así que un día, años después de esas primeras experiencias, borracho, confuso y dolido por una serie de situaciones que no detallaré, recordé de pronto a ese personaje y decidí irme a la montaña, bajo la lluvia, y refugiarme bajo un árbol.
No era un bodhi, por supuesto, pero servía para que el agua no llegase tan fuerte. Y bajo él decidí de pronto no moverme hasta alcanzar mínimamente esa sabiduría de la que había oído hablar, alguna vez.
Recordé así que Buda, bajo el Bodhi, había sido protegido de la lluvia por una serpiente, que le prestó su capa… antes de alcanzar la completa sabiduría.
Pasó así una tarde y una noche, y seguía lloviendo. No hacía tanto frío y la borrachera se me había pasado por completo… y bueno, vi pasar cerca una culebra.
No era por supuesto una serpiente magnífica como la del Buda, pero servía como comparación, al menos. Y me sirvió para estar ahí unas horas más.
Por la mañana, sin embargo, me sentía mal. No había dormido, prácticamente, y estaba empapado y tras el amanecer me había quedado una sensación importante de frío. Además, era día en que debía visitar a mi hijo, que por entonces aún no cumplía un año.
-Buda abandonó a su mujer y a su hijo –me dije entonces-, eran parte de la ilusión…
Pero algo no me convencía en todo eso. Es decir, más allá de que no fuese Buda, había algo en eso que no me terminaba de convencer. Las verdades, los caminos… el dolor.
Sinceramente, pensé, ese camino no me es difícil de tomar, hoy en día.
Y es que renunciar en ese entonces dolía menos, y lo sentía casi como un camino fácil… como transformarme en un ser de cartón, e indiferente.
Fue entonces que comenzó a llover fuerte de nuevo y decidí salir desde abajo de árbol. Y recibí la lluvia de pleno.
El nirvana es otra ilusión, parecía decirme la lluvia. Y la renuncia incluso, es otra ilusión, casi tan vacía como el placer.
Buda entonces me pareció de cartón, o de piedra. No se reiría si le hago cosquillas, pensé, y lo que ha hecho es prácticamente renunciar a ser hombre para convertirse en árbol.
Yo, en cambio, no tengo realmente a qué renunciar –seguía pensando-, y mi nirvana sería tan cobarde y tan poco humano que me terminaría de alejar de mi sangre, que es lo único que tengo, al menos hoy, realmente propio.
Y bueno… no digo que haya sido la mejor elección, ni que otra no hubiese sido válido, pero lo cierto es que ese día volví a casa y fui a ver a mi hijo, y le conté, aunque no entendiese, parte de lo que había ocurrido.
Y es que muy pocos recuerdan el nombre de la mujer de Buda, o el de su hijo, concluí, y la responsabilidad hacia quienes amamos es también importante, no menos que hacernos responsables de nuestro propio crecimiento.
Desde entonces, cada vez que veo un Buda, me imagino un árbol. Alguien que logró abandonarse y transformarse en algo ofrecido hacia los otros para enseñar un camino.
Con todo -valorando incluso la belleza y el sentido profundo que aquello debe tener-, he comprendido que ese no es mi camino. Y es que el dolor propio se acepta, pero el dolor y las injusticias a las que son sometidos los otros no pueden dejarse pasar, ni aceptarse simplemente.
La sangre está hecha para hervir, para gritarnos desde dentro y enviarnos hacia los otros. Y no hablo de la búsqueda de placeres ni de evasiones, sino que apunto simplemente a que la felicidad es también una responsabilidad, que debemos asumir por nosotros mismos, y por los otros.
¿Saben por qué?
Porque no somos árboles.
Y nuestro deber es otro.
... existe una interesante pelicula de la vida de Buda llamada Samsara... las historias tienen muchas esquinas...
ResponderEliminarSaludos.
AOC.
Sí. Creo que Samsara es además el nombre que tenía la mujer que abandonó...
ResponderEliminarSiempre he querido hablar con un árbol. Conocer un hombre árbol sería, quizá, la mejor manera de hacerlo.
ResponderEliminarHelena.-