miércoles, 7 de septiembre de 2011

Sudamerican psycho.

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Con una pistola en una mano y una botella con bencina en la otra, estaba yo detrás de un árbol, en una plaza a media noche, mirando de lejos al viejo que dormía en esa cuadra y que estaba acomodándose en medio de unos cartones que yo mismo le había llevado hacía un par de semanas, cerca de navidad.

-¿Qué le gustaría de regalo? –le había preguntado en esa oportunidad.

El viejo pareció pensarlo un buen rato hasta que contestó.

-Quiero un pantalón café con parches en las rodillas, un pañuelo rojo y sucio y un chaleco de hartos colores pero manchado, molido y hediondo…

-Pero eso es lo que lleva puesto –le dije yo- ¿O se refiere a que quiere otra ropa…?

-No –dijo el viejo-. Yo quiero esa ropa… pero si ya la tengo, no quiero ni una otra hueá…

Yo no entendía al viejo, recuerdo, sobre todo porque yo era todavía lo suficientemente ingenuo como para creer en la bondad, el agradecimiento y esas ideas del cambio de vida que te enseñaban en la tv de esos años.

-Pa ayudarnos podís hacer dos cosas no más, cabro de mierda –me dijo al final aquel tipo-, o me pegay un tiro pa que no sufra, o aprovechai de dispararle a todos los otros hueones… esa es la vida que hay acá si querís conocerla… no hay otra…

Luego se había burlado de mí y hasta me había escupido en el rostro, antes de voltearse para dormir.

Fue por eso que dos semanas después, más o menos, yo estaba ahí para cumplirle su deseo.

-¿Se acuerda de mí? –le pregunté despertándolo y apuntándolo con la pistola.

El viejo se volteó, pero no pareció inmutarse.

-Vine a traerle el regalo –le dije-. En la botella hay bencina y acá hay dos balas… no alcanzan para matar al resto, pero alcanzan para hacerte mierda, si todavía lo quiere…

En vez de hablar o discutir el viejo me sorprendió sacando de golpe una cuchilla que alcancé a agarrar por el filo, cortándome la palma y soltando la pistola, que patee en el forcejeo, hacia una esquina.

El viejo por lo demás no paraba de gritarme y parecía querer llamar la atención de algunos autos que pasaban por ahí, a esas horas.

Fue entonces que el hombre se paró en medio de la calle haciendo señas a un auto que en vez de socorrerlo lo golpeó fuertemente arrojándolo a unos metros del lugar, hasta el borde una cuneta.

-¿Te hizo algo? –me preguntó el tipo del auto.

Yo le mostré la mano ensangrentada y el conductor me la hizo envolver en una chaqueta y me llevó hasta una clínica del sector, donde incluso pagó los gastos.

En la mano me pusieron once puntos y me hicieron firmar una declaración donde acusaba al vagabundo de haberme atacado cuando intenté ayudarlo.

Tras ir donde carabineros y entregar nuevamente mi declaración el tipo me dejó fuera de la casa de mis padres, pero se alejó antes de que se percataran que yo había llegado.

Lo más extraño fue que a pesar que me arranqué los puntos y nunca fui a curaciones, en mi mano no quedó cicatriz alguna.

Y claro, todo lo que ocurrió esa noche fue algo así como un hecho separado del sentido de lo que había vivido. De lo que era, de lo que sentía, e incluso de lo que he llegado a ser, con el tiempo.

Así, hasta el día de hoy, por más que lo intento, no logro encajar esa acción en la estructura de quien soy, y quizá hasta sería mejor arrojarla de una vez, como esas piezas de más que vienen a veces en los juegos armables…

Además, aunque lo contase como cierto, estoy seguro que nadie terminaría aceptándolo, de esa forma.

2 comentarios:

  1. Quizá marcó tanto tu personalidad por haberlo ayudado, aunque no fuese de la manera planeada.

    Un saludo,
    Ana.

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  2. PATRICK BATEMAN. UN SALUDO DESDE PERÚ. ATTE. MARCUS.

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