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-¡Tengo ganas de que lleguen los ovnis! –gritó ella mientras se escuchaba un golpe-, ¡ganas de que el cielo se llene de naves y de luces y que acaben con la mitad de toda esta hueá…!
-¡¿Y por qué no acaban con toda la hueá, mejor…?! –la interrumpió él, desde la puerta-, ¿por qué si es todo tan terrible no pides que se acabe toda esta mierda en vez de la mitad…?
-¡La única mierda aquí eres tú! –gritó ella, mientras por los ruidos imaginé que pasaba a llevar un cenicero que caía, sin quebrarse-. ¡Tú y todos los hombres de mierda…!
Yo, mientras, escuchaba la discusión desde mi departamento, junto a la puerta, mirando a ratos por el ojo de vidrio, hacia el exterior.
Él, según observaba, estaba apoyado en el marco de la puerta del departamento vecino y desde el interior venía la voz de la mujer, que insistía en la discusión utilizando frases que me atraían extrañamente, como si revelaran una lógica distinta.
-¡Lo único peor que puedes hacer en vez de irte, es quedarte…! –seguía la mujer-, ¡por eso tendrían que desintegrarte, hueón… llegar los ovnis y desintegrarte… que no dejen ni polvo y que conquisten todo lo demás…!
-¡Estás loca! –gritaba él, para ser escuchado-, ¿de qué mierda estás hablando?
-Hablo sobre lo cansada que estoy de aguantar tu estupidez… tu maldita hueá de llegar e irte cuando se te da la gana… ¡hombres de mierda… todos son iguales!
-¿Y tu creís que desde los ovnis van a bajar después unos tipos caballerosos y atractivos y van a casarse con ustedes, las señoritas? –dijo él, sarcástico-. ¡Lo que harían sería violarlas… solo valen para eso…!
-¡¿Violar…?! ¿Tú crees que van a ser tan cerdos como ustedes…? ¡Ustedes harían eso… por eso los desintegrarían!
-¿O sea que tú creís que se puede ser mejor que nosotros?
-¡Mejor que tú, cualquiera! ¡Hasta el hueón ese que llegó al departamento de al lado…!
(Ese hueón era yo, a todo esto)
-¡¿Ese hueón? –exclamó el hombre, totalmente indignado-. ¿Tú creís que ese hueón es mejor porque toca el piano…?
-Toca como la mierda –dijo la mujer, lo que fue de paso mi primera crítica-, me refiero que hasta un hueón que pasa solo casi siempre, y que apenas habla con los otros puede merecer incluso no ser desintegrado, pero tú…
-¡¿Estás diciendo que ese hueón es más valioso que yo?! –seguía gritando el hombre.
-Estoy diciendo que puede merecer algo, a diferencia tuya…
-¡¿Ese hueón?!
-¡Sí...! ¡Ese hueón!
Recuerdo aquí que la conversación se desviaba hacia mí de una manera que me pareció incluso peligrosa, pues pensé que en cualquier momento podían golpear mi puerta y exigirme que me uniera a la discusión.
Por otro lado, además de un par de veces en que me había encontrado con ellos en las escaleras y del conocimiento de mis “prácticas” de piano que se escuchaban desde su departamento, no podían tener ellos de mí información alguna, por lo que comencé a ofuscarme, ante sus comentarios.
-¡Lo que pasa es que ese hueón es un simple maricón! –decía el hombre- y tú crees que es distinto, porque simplemente no le gustan las mujeres.
-¿Maricón? –decía la mujer, algo sorprendida.
-¡Maricón! –exclamaba el hombre-, ese el hueoncito en que te estás fijando ahora…
-¿Estás celoso?
-¡¿Celoso por ese hueón?!
Aquí me pareció escuchar una leve risa, de la mujer, y luego la vi aparecer junto al hombre.
-No pensé que pudieras ponerte celoso todavía… -decía ahora la mujer, algo coqueta.
-Claro que puedo ponerme celoso, si te quiero… –decía el hombre, abrazándola-.
Luego ambos se quedaron así, detenidos, junto a su puerta, hasta que entraron besándose y reconciliándose efusivamente.
Por un momento pensé en ir hasta allá y explicarles que no era maricón… que me gustaban las mujeres y que solo quedé un tanto dañado hace ya bastante tiempo y que…
No. Tampoco debía contarles, concluí. Quizá si me disfrazaba de marciano y conseguía una pistola de luces, podría asustarlos pensé… y hacer justicia, de algún modo…
Fue así que ideando un plan se fue haciendo cada vez más tarde. Y pasó incluso la hora en que habitualmente intentaba improvisar unos golpes al piano, sin que me diese cuenta.
“Tengo ganas de que lleguen los ovnis”, me dije entonces, mientras abría la cerveza de antes de escribir, y comenzaba a hacerlo.
Luego, tomaré la cerveza de después de escribir y esperaré unos últimos minutos junto a la ventana, mirando hacia el cielo, por si existen novedades.
-¡¿Y por qué no acaban con toda la hueá, mejor…?! –la interrumpió él, desde la puerta-, ¿por qué si es todo tan terrible no pides que se acabe toda esta mierda en vez de la mitad…?
-¡La única mierda aquí eres tú! –gritó ella, mientras por los ruidos imaginé que pasaba a llevar un cenicero que caía, sin quebrarse-. ¡Tú y todos los hombres de mierda…!
Yo, mientras, escuchaba la discusión desde mi departamento, junto a la puerta, mirando a ratos por el ojo de vidrio, hacia el exterior.
Él, según observaba, estaba apoyado en el marco de la puerta del departamento vecino y desde el interior venía la voz de la mujer, que insistía en la discusión utilizando frases que me atraían extrañamente, como si revelaran una lógica distinta.
-¡Lo único peor que puedes hacer en vez de irte, es quedarte…! –seguía la mujer-, ¡por eso tendrían que desintegrarte, hueón… llegar los ovnis y desintegrarte… que no dejen ni polvo y que conquisten todo lo demás…!
-¡Estás loca! –gritaba él, para ser escuchado-, ¿de qué mierda estás hablando?
-Hablo sobre lo cansada que estoy de aguantar tu estupidez… tu maldita hueá de llegar e irte cuando se te da la gana… ¡hombres de mierda… todos son iguales!
-¿Y tu creís que desde los ovnis van a bajar después unos tipos caballerosos y atractivos y van a casarse con ustedes, las señoritas? –dijo él, sarcástico-. ¡Lo que harían sería violarlas… solo valen para eso…!
-¡¿Violar…?! ¿Tú crees que van a ser tan cerdos como ustedes…? ¡Ustedes harían eso… por eso los desintegrarían!
-¿O sea que tú creís que se puede ser mejor que nosotros?
-¡Mejor que tú, cualquiera! ¡Hasta el hueón ese que llegó al departamento de al lado…!
(Ese hueón era yo, a todo esto)
-¡¿Ese hueón? –exclamó el hombre, totalmente indignado-. ¿Tú creís que ese hueón es mejor porque toca el piano…?
-Toca como la mierda –dijo la mujer, lo que fue de paso mi primera crítica-, me refiero que hasta un hueón que pasa solo casi siempre, y que apenas habla con los otros puede merecer incluso no ser desintegrado, pero tú…
-¡¿Estás diciendo que ese hueón es más valioso que yo?! –seguía gritando el hombre.
-Estoy diciendo que puede merecer algo, a diferencia tuya…
-¡¿Ese hueón?!
-¡Sí...! ¡Ese hueón!
Recuerdo aquí que la conversación se desviaba hacia mí de una manera que me pareció incluso peligrosa, pues pensé que en cualquier momento podían golpear mi puerta y exigirme que me uniera a la discusión.
Por otro lado, además de un par de veces en que me había encontrado con ellos en las escaleras y del conocimiento de mis “prácticas” de piano que se escuchaban desde su departamento, no podían tener ellos de mí información alguna, por lo que comencé a ofuscarme, ante sus comentarios.
-¡Lo que pasa es que ese hueón es un simple maricón! –decía el hombre- y tú crees que es distinto, porque simplemente no le gustan las mujeres.
-¿Maricón? –decía la mujer, algo sorprendida.
-¡Maricón! –exclamaba el hombre-, ese el hueoncito en que te estás fijando ahora…
-¿Estás celoso?
-¡¿Celoso por ese hueón?!
Aquí me pareció escuchar una leve risa, de la mujer, y luego la vi aparecer junto al hombre.
-No pensé que pudieras ponerte celoso todavía… -decía ahora la mujer, algo coqueta.
-Claro que puedo ponerme celoso, si te quiero… –decía el hombre, abrazándola-.
Luego ambos se quedaron así, detenidos, junto a su puerta, hasta que entraron besándose y reconciliándose efusivamente.
Por un momento pensé en ir hasta allá y explicarles que no era maricón… que me gustaban las mujeres y que solo quedé un tanto dañado hace ya bastante tiempo y que…
No. Tampoco debía contarles, concluí. Quizá si me disfrazaba de marciano y conseguía una pistola de luces, podría asustarlos pensé… y hacer justicia, de algún modo…
Fue así que ideando un plan se fue haciendo cada vez más tarde. Y pasó incluso la hora en que habitualmente intentaba improvisar unos golpes al piano, sin que me diese cuenta.
“Tengo ganas de que lleguen los ovnis”, me dije entonces, mientras abría la cerveza de antes de escribir, y comenzaba a hacerlo.
Luego, tomaré la cerveza de después de escribir y esperaré unos últimos minutos junto a la ventana, mirando hacia el cielo, por si existen novedades.
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