sábado, 10 de septiembre de 2011

Vian y la guerra contra los objetos (Parte I)

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-Las cosas que me hacen llorar son tan extrañas y dispares que ya no sé qué es exactamente lo que origina el llanto –dijo ella-. Por ejemplo, a veces lloro al ver gente comprar o cuando alguien apunta sin dudar aquello que quiere: el helado de chocolate, el vestido a rayas o el anillo que está entre tantos que es necesario golpear la vitrina para indicar de mejor forma a cuál nos referimos.

-A lo mejor lloras por lo que no eres –le digo.

-¿Cómo…?

-Que quizá te hace llorar aquello que no eres… es decir, el decidirte así por las cosas, por ejemplo, por la seguridad que te falta…

-Puede ser –admite ella-. Recuerdo que una vez incluso le pregunté a una de esas personas…

-¿Y qué le preguntaste?

-Le pregunté por qué no dudaba, qué le daba esa certeza de pedir exactamente eso…

-¿Y?

-Y nada. Algo me debe haber dicho, pero no recuerdo qué… ¿a ti no te pasa, Vian?

-¿Que se me olviden las cosas?

-No. Me refiero a eso de no tener seguridad… Es decir, yo lo siento absurdo ya que no hay nada concreto que me haga sentir insegura: tengo ojos lindos, una bonita figura y hasta modales correctos. Con eso debería bastar, pienso yo… No necesitamos de más cosas.

-Puede ser… no sé… Supongo que elegiste mal preguntándome a mí. No soy de los que tienen certezas…

-Pero tú también eres de los que miran gente… y de los que lloran… no me lo puedes negar.

-No sé, realmente. Es decir, miro a la gente, no lo niego, pero lo hago como buscando lazos, entre la gente que compra un mismo producto, por ejemplo… o los que piden el helado de chocolate, por tomar tu ejemplo…

-¿Y?

-¿Y qué?

-¿Hay conclusiones…? Algo debes sacar en limpio de todo eso.

-No necesariamente, es simplemente como recorrer de un lado a otro…

-¿Cómo un turista?

-Sí… como un turista social, quizá… o sea, visito distintas clases, distintos grupos, pero no pertenezco a ninguno.

-O sea que en tu pasaporte solo sale “turista” y no hay procedencia.

-Sí, algo así.

-¿Sabes? De chica me gustaba escribir mensajes en las revistas de peluquería.

-¿Cómo…?

-En las revistas que hay en las peluquerías, mientras esperas tu turno. Yo buscaba escribir frases fundamentales, cuestionamientos… cosas interesantes, pensaba…

-¿Y? ¿Sucedió algo?

-Nada. Solo una vez que me obligaron a pagar una revista en la que yo había escrito algunas cosas.

-¿Como qué cosas escribías?

-Tonteras. Buscaba las fotografías de mujeres risueñas y escribía “ella no ríe porque sea feliz”, o encerraba sus prendas y anotaba al lado: “nada le pertenece”… es que siempre me obsesionó esa idea de los objetos…

-¿Qué objetos?

-Los objetos en general… todo lo que no somos nosotros… ¿no te has puesto a pensar tú en los objetos?

-Sí, supongo que sí…

-¿Y cómo los defines?

-¿Cómo defino un objeto?

-Sí… ¿cómo?

-Pues no sé… como un lazo entre sujetos quizá… algo que les permite vivir en sociedad, estar juntos…

-Entonces un niño es un objeto.

-¿Cómo…?

-Un niño… un hijo me refiero… es un vínculo que permite vivir en sociedad, establecer lazos…

-Mmm… sí, de acuerdo a cómo lo definí tendría que aceptarlo…

-¿Y las palabras? ¿No serían también objetos sociales?

-Sí, quizá… pero no sé realmente de qué puede servir hablar todo esto.

-Sirve, Vian, a la larga sirve… es como denunciar a los objetos…

-¿Y qué se puede denunciar sobre un objeto?

-Sus fallos… sus grietas… es como lanzarlos y verlos quebrarse, como si los objetos fueran platos exclusivamente y los lanzáramos unos a otros como en las películas antiguas.

-¿Como cuando se lanzaban pasteles?

-Exacto. Esas películas donde todo eran pasteles volando y gente cayendo y volviendo a levantarse una y otra vez.

-¿Y cómo se denunciarían los objetos?

-Los objetos son los que quedan caídos. Los hombres se levantan, Vian… esa es la gran diferencia…

-¿Y en la vida real?

-Eso es la vida real…

-Me refiero a qué nos lanzamos en la vida real, no son pasteles, supongo…

-En la vida es real es peor aún, porque nos lanzamos otras cosas: hijos, palabras, afectos… si hasta nos lanzamos el amor al rostro, por jugar, sin entender nunca el valor real de las cosas…

-¿El valor de las cosas o el valor de nosotros?

-El valor de nuestras cosas. Nuestra vida como objeto… nuestros afectos como objeto.

-…

-¿Me entiendes, Vian?

-Sí… pero no sé qué saco con entenderte.

-Mira… voy a ser sincera, porque necesito tu ayuda. Tú eres de los que ven a los otros, cierto… pues bien, ¿quiénes son los otros?

-…

-No importa que suene cursi o algo así, respóndeme…

-Pues los otros son mis semejantes… mis hermanos…

-¿Te duelen los otros, Vian?

-¿Cómo…?

-Si te duelen sus vidas… si sus objetos crean lazos contigo…

-Son dos cosas distintas… sus objetos no crean lazos conmigo…

-¿Y eso te avergüenza?

-¿Qué?

-Que si te avergüenza que siendo tus semejantes no existan lazos entre los objetos que ambos cargan…

-¿Es una pregunta?

-Sí.

-Pues la verdad es que me avergüenza cargar con objetos, eso es cierto… objetos que no soy yo, me refiero… objetos pasajeros… pero más me avergonzaría cargar con seres como si fuesen objetos… eso sí es triste… aunque nos vinculen con los otros…

-¿Cómo los que cargan a sus hijos, o andan con sus parejas de la mano?

-En parte… es que a veces nos subestimamos y eso también es triste… es decir elegimos cargar a otros y nos dejamos en el suelo nosotros mismos, o lo que realmente debíamos cargar.

-¿Sabes qué creo yo?

-¿Respecto a los objetos?

-Sí. Y respecto a todo en verdad…

-No. No lo sé.

-Pues yo creo que solo debiese existir el ahora y el nunca… todo lo demás es provisorio, Vian… ¡todo! Es decir… los objetos existen de esa forma… o los hay o no los hay… y hay que ayudar a que no existan…

-¿Qué quieres decir?

-Que quiero que me ayudes a destruirlos, Vian… a los objetos…

-¿Para eso me llamaste?

-Sí. Quiero que hagamos un plan, juntos.

-¿No puedo pensármelo un poco más…?

-¿Y reunirnos mañana?

-Sí, podría ser. Yo igual tengo que venir aquí mañana.

-Está bien, Vian. Aquí te espero.

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