I.
Tardé un buen rato en decidirme si lo que estaba viendo era una pintura o una ventana. No era algo que tuviese que ver con el movimiento o la “realidad” presente en la imagen, sino simplemente algo que se relacionaba con sensaciones y con la manera de vincularme que hoy por hoy tengo con aquello que está en mi entorno.
Al final fue un viejo borracho el que vino en mi ayuda.
-Es una ventana –me dijo.
-¿Y usted como sabía que yo estaba pensando en eso…? –intenté decir.
-Se nota –me dijo-. Tú eres de esos que transforma en ventana todo lo que tocas.
-¿Qué quiere decir?
-Que parece que tratas de ver más allá de las demás personas –me explicó-, como si buscaras algo que se te perdió y solo pudieses encontrarlo mirando a través de los otros.
-¿Sabe…? –le dije-. No quiero meterme hoy en este tipo conversaciones, además usted está borracho y quizá su percepción puede no ser la adecuada.
-Puede ser… -aceptó-, y puede que yo me retire y todo vuelva a ordenarse, pero la percepción tampoco es tu fuerte en estos días.
Yo lo miré y sentí que el viejo me miraba afectuosamente.
Luego él se fue.
II.
Tengo un nudo.
Aprendí a soltarlos, pero tengo miedo de hacerlo en esta oportunidad.
Hoy por ejemplo vi “Amores de cantina”, de Radrigán y tuve que apretarme para que el nudo no desaflojara.
Y es que cuando se desenrede voy a llorar como niño chico y a veces necesito también mantenerme firme.
Una vez hablamos de eso con el propio Radrigán, mientras él ensayaba una obra que estaba creando, en un galpón.
Yo lo vi trabajar tan duro que esa vez decidí llevarme mis papeles, pues me avergoncé de la falta de trabajo que tenían.
Radrigán salió del galpón y me detuvo y me pidió disculpas pues pensó que me había ofendido, de alguna forma.
Yo lo abracé brevemente y le dije que no se trataba de eso, pero me fue imposible explicarle de qué realmente se trataba.
Esa fue la última vez que lo vi. Tengo ganas de saludarlo otra vez, y agradecerle, aunque no me reconozca.
Con el tiempo una señora que nos conocía a ambos me dijo que Radrigán había dicho que yo escribía mejor que él y yo sentí en un primer momento que ese era el mejor halago que podían darme.
Con el tiempo, sin embargo, entendí que Radrigán debe haber querido decir que quizá yo podía llegar a escribir mejor que él, pero no lo hacía.
Por otro lado, creo que Radrigán se refería al talento y a la facilidad para escribir, que es justamente lo que me avergonzaba, sobre todo cuando estas acciones van separados del trabajo, la honestidad y el amor por los otros, que hasta el día de hoy él me enseña, indirectamente, marcan la gran diferencia.
“Escribe como si te fueras a morir mañana”, decía una y otra vez Radrigán, pero yo no lo entendía bien en ese entonces.
¿Y saben? Es algo que estoy aprendiendo hoy en día, aunque no se note.
III.
Hoy se celebran las fiestas patrias, pero creo que el país tiene muy poco que festejar.
En cambio, debiese uno aprender de esa valentía y ganas de cambio –interno y social-, del que nos habla Radrigán.
No suele ser tema en este blog y es justamente porque tengo vergüenza de tocar, directamente al menos, estas cosas tan serias de manera tan liviana y poco comprometida.
Pero no es que no me importe.
Sería lo mismo decir que no me importa que mi padre esté hoy interno en un hospital porque tuvo una recaída importante en sus problemas al corazón, simplemente porque aquí no he hablado de ello.
Sin embargo, más allá de la falta de corrección e inmediatez que adolecen los textos que están acá, creo que el no poder dormirme sin poder escribir en este espacio desde hace un año y medio, me acercan un poco a la idea de responsabilidad con la que él me enseñó se debía trabajar, cuando uno tenía un talento, por pequeño que éste fuera.
Así que en resumen:
1. Debo y debemos preocuparnos de la forma en que vemos a los otros y cuestionarnos hasta qué punto los reducimos o los vemos como algo distintos a sí mismos (en mi caso, como seres necesarios para encontrar aquello que perdimos o creímos perdido).
2. “Amores de cantina” es una obra hermosa, como la mayoría de las escritas de Radrigán, donde sigue evidenciándose la necesidad que tiene este autor de creer en los otros y de enaltecer las miserias y dolores que a veces escondemos dentro.
3. Tengo nudos. Y tengo miedos. Quizá hasta sean lo mismo. Por esto, hablar de ellos, en cierto sentido, es una forma de soltarlos.
4. Hay que escribir como si te fueras a morir mañana, dando cuenta de quién eres, qué amas e intentando sobrellevar de mejor forma tus debilidades. A este respecto, señalar que amo la capacidad de bondad que existe en los hombres, la capacidad de comprender y de amarse a sí mismos y al prójimo, aunque no sea tan fácil encontrarla manifestada en muchas acciones, hoy en día.
5. También debiese vivirse como si te fueses a morir mañana –lo que es gran medida mi tarea pendiente-, conscientes de que aquello por lo que debemos luchar forma parte del camino que conduce a nuestra propia felicidad, que es, por esa vía, también la felicidad de todos.
Por último, contarles que lamentablemente se perdió una entrada para ver la obra de Radrigán. Hoy era dos por uno y por más que traté de contactar a algunas personas –a última hora, es cierto-, y que incluso intenté regalarla durante treinta minutos, no hubo nadie que quisiese aceptarla.
Al respecto, recuerdo que una vez Flannery O´Connor dijo que escribía sobre la gracia para gente que no sabe reconocerla cuando la ve (no hablo de la “gracia” de regalar la entrada, sino la de lo que nos regala la obra de Radrigán).
Por suerte –o por gracia-, Flannery supo seguir creyendo en los otros y nuestro Radrigán sigue luchando por lo mismo. Usted no los defraude, querido lector. Yo también estoy en eso.
**El video muestra una lectura dramatizada del texto realizada hace bastante tiempo. Radrigán se opuso a esto pues consideraba la obra, derechamente como no terminada y “mala”. La versión de hoy está más corregida y ha sido articulada con algunos cambios y correcciones sugeridos por el propio autor, aunque al parecer, todavía no está totalmente conforme con su trabajo.
Tardé un buen rato en decidirme si lo que estaba viendo era una pintura o una ventana. No era algo que tuviese que ver con el movimiento o la “realidad” presente en la imagen, sino simplemente algo que se relacionaba con sensaciones y con la manera de vincularme que hoy por hoy tengo con aquello que está en mi entorno.
Al final fue un viejo borracho el que vino en mi ayuda.
-Es una ventana –me dijo.
-¿Y usted como sabía que yo estaba pensando en eso…? –intenté decir.
-Se nota –me dijo-. Tú eres de esos que transforma en ventana todo lo que tocas.
-¿Qué quiere decir?
-Que parece que tratas de ver más allá de las demás personas –me explicó-, como si buscaras algo que se te perdió y solo pudieses encontrarlo mirando a través de los otros.
-¿Sabe…? –le dije-. No quiero meterme hoy en este tipo conversaciones, además usted está borracho y quizá su percepción puede no ser la adecuada.
-Puede ser… -aceptó-, y puede que yo me retire y todo vuelva a ordenarse, pero la percepción tampoco es tu fuerte en estos días.
Yo lo miré y sentí que el viejo me miraba afectuosamente.
Luego él se fue.
II.
Tengo un nudo.
Aprendí a soltarlos, pero tengo miedo de hacerlo en esta oportunidad.
Hoy por ejemplo vi “Amores de cantina”, de Radrigán y tuve que apretarme para que el nudo no desaflojara.
Y es que cuando se desenrede voy a llorar como niño chico y a veces necesito también mantenerme firme.
Una vez hablamos de eso con el propio Radrigán, mientras él ensayaba una obra que estaba creando, en un galpón.
Yo lo vi trabajar tan duro que esa vez decidí llevarme mis papeles, pues me avergoncé de la falta de trabajo que tenían.
Radrigán salió del galpón y me detuvo y me pidió disculpas pues pensó que me había ofendido, de alguna forma.
Yo lo abracé brevemente y le dije que no se trataba de eso, pero me fue imposible explicarle de qué realmente se trataba.
Esa fue la última vez que lo vi. Tengo ganas de saludarlo otra vez, y agradecerle, aunque no me reconozca.
Con el tiempo una señora que nos conocía a ambos me dijo que Radrigán había dicho que yo escribía mejor que él y yo sentí en un primer momento que ese era el mejor halago que podían darme.
Con el tiempo, sin embargo, entendí que Radrigán debe haber querido decir que quizá yo podía llegar a escribir mejor que él, pero no lo hacía.
Por otro lado, creo que Radrigán se refería al talento y a la facilidad para escribir, que es justamente lo que me avergonzaba, sobre todo cuando estas acciones van separados del trabajo, la honestidad y el amor por los otros, que hasta el día de hoy él me enseña, indirectamente, marcan la gran diferencia.
“Escribe como si te fueras a morir mañana”, decía una y otra vez Radrigán, pero yo no lo entendía bien en ese entonces.
¿Y saben? Es algo que estoy aprendiendo hoy en día, aunque no se note.
III.
Hoy se celebran las fiestas patrias, pero creo que el país tiene muy poco que festejar.
En cambio, debiese uno aprender de esa valentía y ganas de cambio –interno y social-, del que nos habla Radrigán.
No suele ser tema en este blog y es justamente porque tengo vergüenza de tocar, directamente al menos, estas cosas tan serias de manera tan liviana y poco comprometida.
Pero no es que no me importe.
Sería lo mismo decir que no me importa que mi padre esté hoy interno en un hospital porque tuvo una recaída importante en sus problemas al corazón, simplemente porque aquí no he hablado de ello.
Sin embargo, más allá de la falta de corrección e inmediatez que adolecen los textos que están acá, creo que el no poder dormirme sin poder escribir en este espacio desde hace un año y medio, me acercan un poco a la idea de responsabilidad con la que él me enseñó se debía trabajar, cuando uno tenía un talento, por pequeño que éste fuera.
Así que en resumen:
1. Debo y debemos preocuparnos de la forma en que vemos a los otros y cuestionarnos hasta qué punto los reducimos o los vemos como algo distintos a sí mismos (en mi caso, como seres necesarios para encontrar aquello que perdimos o creímos perdido).
2. “Amores de cantina” es una obra hermosa, como la mayoría de las escritas de Radrigán, donde sigue evidenciándose la necesidad que tiene este autor de creer en los otros y de enaltecer las miserias y dolores que a veces escondemos dentro.
3. Tengo nudos. Y tengo miedos. Quizá hasta sean lo mismo. Por esto, hablar de ellos, en cierto sentido, es una forma de soltarlos.
4. Hay que escribir como si te fueras a morir mañana, dando cuenta de quién eres, qué amas e intentando sobrellevar de mejor forma tus debilidades. A este respecto, señalar que amo la capacidad de bondad que existe en los hombres, la capacidad de comprender y de amarse a sí mismos y al prójimo, aunque no sea tan fácil encontrarla manifestada en muchas acciones, hoy en día.
5. También debiese vivirse como si te fueses a morir mañana –lo que es gran medida mi tarea pendiente-, conscientes de que aquello por lo que debemos luchar forma parte del camino que conduce a nuestra propia felicidad, que es, por esa vía, también la felicidad de todos.
Por último, contarles que lamentablemente se perdió una entrada para ver la obra de Radrigán. Hoy era dos por uno y por más que traté de contactar a algunas personas –a última hora, es cierto-, y que incluso intenté regalarla durante treinta minutos, no hubo nadie que quisiese aceptarla.
Al respecto, recuerdo que una vez Flannery O´Connor dijo que escribía sobre la gracia para gente que no sabe reconocerla cuando la ve (no hablo de la “gracia” de regalar la entrada, sino la de lo que nos regala la obra de Radrigán).
Por suerte –o por gracia-, Flannery supo seguir creyendo en los otros y nuestro Radrigán sigue luchando por lo mismo. Usted no los defraude, querido lector. Yo también estoy en eso.
**El video muestra una lectura dramatizada del texto realizada hace bastante tiempo. Radrigán se opuso a esto pues consideraba la obra, derechamente como no terminada y “mala”. La versión de hoy está más corregida y ha sido articulada con algunos cambios y correcciones sugeridos por el propio autor, aunque al parecer, todavía no está totalmente conforme con su trabajo.
Presteme un corazón que el mío se fue a la cresta...
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