viernes, 9 de septiembre de 2011

Distinguido señor Chéjov.

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Distinguido señor Chéjov:


Me dicen que usted está muerto y yo lo acepto. Además no me gusta discutir.

Pero así y todo el otro día me acordaba de usted, y cuando uno se acuerdo de otro a veces nos parece que ese otro está vivo y ya no hay vuelta. Así que permítame que le hable como si usted estuviese vivo y yo fuese a atenderme con usted… ¿por qué usted es doctor, cierto?

No es que me olvide que usted escribe, no me malentienda… muchas veces he leído algunas de sus obras y novelas y qué decir de algunos de sus cuentos… pero como le decía… no he venido aquí por esas razones.

Si quiere que resuma, lo concreto es que me duele el pecho… bastante… tengo tos y otras molestias y hasta me dieron licencia unos días, pero yo sé que lo que me aqueja no va a desaparecer así como así y por eso he pensado en usted… porque quizá pueda entenderme sin necesidad de ser tan explícito, ya que he de confesar que me avergüenza un poco hablar de todo esto…

Mire, le traje incuso una radiografía… ¿es bonita, no cree? Descubrir lo que tenemos dentro, me refiero… Todas esas sombras y cosas dando vueltas y el dolor que parece situarse en una de esas partes… aunque no sepamos bien dónde.

Y claro, no es que sea un dolor insoportable, pero es tan incómodo… día a día con ganas de alegría, señor Chéjov, pero esas cosas sin final, esas historias amargas que se quedan ahí como empozadas… ¿no podría usted recetarme algo así como una historia breve…? Algo como un final que pueda permitirme partir de nuevo, con otra energía.

¿Sabe? El otro día leía algo que habían escrito sobre usted, creo que era de un tal Kuprin, o algo así, lo anoté incluso, escuche:

“Creo que no abrió ni entregó enteramente su corazón a nadie. Pero miraba a todo el mundo con cariño…”

¿Es cierto eso, señor Chéjov? ¿Se puede vivir así sin entregar nunca el corazón enteramente a alguien…?

Yo leo sus cuentos y siento que sí, que algo de cierto tiene eso que dice ese Kuprin… pero siempre me ha costado admitirlo. Es decir, supongo que el dolor en el pecho tiene que ver con eso… con no saber medirse… o con esperar demasiado… ¿me entiende usted, señor Chéjov?

No me refiero a esa tristeza que existe como un lago, y que permanece ahí, como parte de nosotros… me refiero a otra cosa, algo más amargo, menos nuestro… algo que quiero extirpar, y no sé cómo… porque está pegado a uno de tal forma que ya es difícil saber si es o no parte de nosotros mismos.

Y es que eso me dicen cuando les hablo a los otros sobre esto: “ahí no hay nada” me dicen… y yo les doy la razón porque no me gusta discutir, pero la amargura es una sensación concreta, señor Chéjov, a usted sí puedo decírselo. Con menos miedo, además.

Mire, le propongo un trato. Una forma de atenderme que quizá pueda satisfacernos a ambos y no alargar mas este asunto… porque hay enfermos que sufren más que yo, supongo, y a esos también hay que atenderlos…

¿Qué tal si tomo un libro suyo al azar? ¿Qué tal si muevo sus páginas y usted me dice “stop” en cualquier momento y luego aprendo? ¿Puedo tomar eso como una receta, señor Chéjov…? No le pido más… solo un stop… ¿puede ser?

Le estaré muy agradecido, doctor…

Además, diga lo que diga yo lo acepto… ya sabe usted que no me gusta discutir.

Hagámoslo entonces… Diga stop, y me detengo...


Vian

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