Mueles la comida para los niños.
Te arreglas con lo que hay.
La mueles.
Eso se llama papilla,
piensas.
Y es que hay que ser amables
con los niños.
Pasa lo mismo con todo,
piensas.
Nadie te habla de la muerte,
ni te explican que más de la mitad de la vida
que pasas despierto,
será ocupada en asuntos obligatorios
e innecesarios.
Y es que los niños no tienen dientes,
piensas.
Y luego mueles.
A veces, repasas con el tenedor
pues quedó un grumo
y sacas incluso una tirita de verduras
que parece no integrarse
en el conjunto.
Quizá puedan atragantarse,
piensas.
Pero claro…
luego van creciendo y las cosas cambian.
Y mueles tus propios grumos.
Y finges ante ellos que todo está en orden.
Y hasta afirmas que no hay nada extraño
en vivir la vida de esa forma.
No hay para qué complicarlos,
piensas.
Además
la vida impondrá por sí sola
su peso ante todos ellos.
Sabes que será así.
Lo aceptas.
Y mueles la comida.
Quizá faltó un poco más de verdura,
piensas.
Lo malo, sin embargo,
es que de tanto pensar
terminaste sacando de ti el sentir
como si fuese un grumo.
Y en el fondo lo que haces
es casi sostener el cuerpo de tus hijos
para que los pongan a dormir en vida.
Puedes decir que es exagerado,
pero sabes que no lo es.
La vida se les irá en estudios innecesarios
y trabajarán decenas de años
para crear productos perecibles.
Es normal que sea desechable,
piensas.
Y mueles.
Pero entonces, de improviso,
se enciende el televisor
sin que nadie intervenga en su encendido.
Este es un milagro,
piensas,
pero no logras acceder a su significado.
Luego les sirves la papilla.
Con todo,
quizá olvides pensar
-y sentir-,
que tus hijos también
son un milagro.
Todo lo demás
-hagas lo que hagas-,
se irá algún día
de tus manos.
Te arreglas con lo que hay.
La mueles.
Eso se llama papilla,
piensas.
Y es que hay que ser amables
con los niños.
Pasa lo mismo con todo,
piensas.
Nadie te habla de la muerte,
ni te explican que más de la mitad de la vida
que pasas despierto,
será ocupada en asuntos obligatorios
e innecesarios.
Y es que los niños no tienen dientes,
piensas.
Y luego mueles.
A veces, repasas con el tenedor
pues quedó un grumo
y sacas incluso una tirita de verduras
que parece no integrarse
en el conjunto.
Quizá puedan atragantarse,
piensas.
Pero claro…
luego van creciendo y las cosas cambian.
Y mueles tus propios grumos.
Y finges ante ellos que todo está en orden.
Y hasta afirmas que no hay nada extraño
en vivir la vida de esa forma.
No hay para qué complicarlos,
piensas.
Además
la vida impondrá por sí sola
su peso ante todos ellos.
Sabes que será así.
Lo aceptas.
Y mueles la comida.
Quizá faltó un poco más de verdura,
piensas.
Lo malo, sin embargo,
es que de tanto pensar
terminaste sacando de ti el sentir
como si fuese un grumo.
Y en el fondo lo que haces
es casi sostener el cuerpo de tus hijos
para que los pongan a dormir en vida.
Puedes decir que es exagerado,
pero sabes que no lo es.
La vida se les irá en estudios innecesarios
y trabajarán decenas de años
para crear productos perecibles.
Es normal que sea desechable,
piensas.
Y mueles.
Pero entonces, de improviso,
se enciende el televisor
sin que nadie intervenga en su encendido.
Este es un milagro,
piensas,
pero no logras acceder a su significado.
Luego les sirves la papilla.
Con todo,
quizá olvides pensar
-y sentir-,
que tus hijos también
son un milagro.
Todo lo demás
-hagas lo que hagas-,
se irá algún día
de tus manos.
- ¿Qué hacemos?
ResponderEliminar- Hijos, y los vendemos
¿Habrá algo más terrible que darse cuenta de que estamos armando un destino ordinario para nuestros hijos? ¿Qué nuestra progenie se consagrará en vidas igual de anódinas?
Y que nuestros propios hijos no son más que la papilla que engrana esta maquinaria diariamente.
Terrible y maravilloso, Vian.
D.
Gracias.
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