domingo, 11 de septiembre de 2011

Vian y la guerra contra los objetos (Parte II)

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Cuando llegué al punto de encuentro descubrí que ella ya estaba ahí, desde antes.

-¿Y lo pensaste? –me dijo apenas me vio venir.

-Intenté entenderlo, al menos… -reconocí-.

Ella entonces pareció tomar una actitud un poco más agresiva, como si sus requerimientos fuesen realmente impostergables.

-Creí que tú podrías entenderlo –me dijo, algo nerviosa-. Es decir… ¡todo me da la razón! ¿Acaso no cruzas calles para llegar acá?

-Eh… sí… cruzo varias…

-¿Y no te topas con esos objetos que van por ahí de un lugar a otro…?

-Eh… ¿te refieres a los autos?

-¡Llámalos como quieras…! Son objetos, eso me basta…

-Pero ¿qué pasa con ellos?

-¡¿Lo encuentras normal, acaso…?! Debiese haber normas, al menos… es decir, no debiesen ser más grandes, o más rápidos que tú… Es darle demasiado poder a los objetos… Bueno, haría una excepción con las grúas, pero solo porque son una especie de Dios de los objetos, y todos necesitamos una especie de Dios, es un derecho, me refiero…

-¿Es un derecho el poder creer en algo? –pregunté intentando seguir su razonamiento.

-Claro… ¡pero esos objetos a grandes velocidades y que llevan además gente adentro…! Creo que es engañarnos pensar que son “herramientas” o cosas que manejamos. Son objetos simplemente, y los objetos no son humanos ni nos pertenecen, y tienen además dioses distintos…

-¿Las grúas…?

-Exacto… Pero lo esencial aquí es que para ellos no significa nada mi muerte, ni la de ellos… Los objetos aceptan la muerte porque es un estado más de sí mismos… pero nosotros… ¡mejor ni acercarnos a este asunto!

-Sí, mejor ni acercarnos –admití.

Creo necesario al llegar a este punto, aclarar que si bien el día de ayer me vi enredado en la conversación con esta chica, no tenía hoy la intención de mezclarme nuevamente en estos asuntos, pues lo crean o no, hay veces que necesito una vida normal, alejado de estas guerras y situaciones que no hacen sino desgastarme cada día.

-¿Sabes qué creo? –me dijo ella, percatándose de mi actitud.

-¿Que hay que hacerle la guerra a los objetos?

-Sí, pero no de la forma en que lo dices… Me avergüenzas, Vian, pensé que eras distinto.

-¿Te refieres a que yo debiese arrojarme así a luchar contra los objetos sin ninguna razón de fondo?

-¡¿Y no es una razón de fondo las defensas de los valores humanos?! ¡Pensé que esas cosas eran valiosas para ti…!

-No se trata si son o no valiosas, se trata de entender bien lo que propones y de…

-Lo que se trata para ti es de luchar solo, y sin un enemigo establecido… eso es lo que haces siempre.

-Ni siquiera sé si hago eso… lo único que me pasa es que tengo accidentes, y lo creas o no eso va resintiendo, y agota…

-Pero tómalo desde ahí, Vian: los accidentes son encuentros inesperados con objetos, después de todo… una vida puede acabarse ahí mismo, sino entendemos bien qué es contra aquello que chocamos…

-También podemos tener accidentes con sujetos, con otros seres humanos…

-Solo si los tratas como objetos, o como algo accesorio…

-…

-Piensa en los objetos, Vian… los objetos no se accidentan, no envejecen ni se arrugan… es decir, se accidentan, pero de una forma distinta, y hasta envejecen de una manera distinta… ¡Pero la muerte nunca es para los objetos! ¡Eso no es muerte...!

-¿Y entonces tú crees necesario provocar la muerte de los objetos?

-Sí, para resaltar el valor de nuestra vida, para rescatarnos de los objetos y hacernos independientes, y valiosos por nosotros mismos.

Observo a la chica decir esto y veo cómo parece creer en aquello que dice. Y comienzo a dudar, nuevamente, y esto abre un espacio para que la chica siga con su discurso:

-Todo se nos va en los objetos, Vian… Escalamos objetos, ordenamos objetos… y aunque te duela admitirlo, pero hasta los libros son objetos. Distintos, claro, pero son objetos. Igual que las bicicletas y los ojos de vidrio, aunque estos prácticamente no se usen hoy en día…

-…

-¿Sabes? A veces pienso que la gente fuma justamente por integrar un objeto… por deshacerlo, por transformarlo en humo. Es lo mismo que hacemos cuando comemos algo, solo que acá lo quemamos y la sensación es más fuerte… y se te pega en los pulmones y suponemos entonces que estamos pagando el precio…

-Pero los libros… no puedo entender como los catalogas prácticamente igual que cualquier objeto…

-Es normal que te duela, Vian… de la misma forma que nadie reconoce como objetos las fotos de sus hijos, o los recuerdos concretos que parecen dejar huellas de los afectos que nos rodean… pero piensa por un instante en un ejemplo…

-¿En un libro?

-Sí… pero piensa por ejemplo en las personas que leen biografías… esa tristeza… ¿no lo notas, Vian? Porque la biografía es también un objeto, algo en lo que nos transformamos… Y leer biografías… bueno, supongo que será otra forma de envejecer intentando comprender la vida de otros…

-Pero esa vida de otros… esa comprensión, me refiero, vale también para nosotros mismos…

-No lo creo así… la biografía transforma en objeto al sujeto… termina siendo igual que un libro de viajes, o de cifras, incluso, como esas libretas de gastos…

-¿Y la comprensión no puede tener como objeto de comprensión al objeto?

-No creo. Es decir, piensa en una casa, Vian… como la que estabas a punto de comprar el otro día… ¡son treinta años pagando…! Es casi como comprar una tumba… Terminas de pagarla y te mueres y descubres que has hecho tu vida en un lugar que nunca te fue propio…

-Pero aunque lo compre seguiría siendo un objeto…

-Claro, pero te doy ese ejemplo para reforzar la idea… la ilusión esa que tenemos sobre los objetos que nos pertenecen, o que pueden ser parte de nosotros…

-…

-¿Puedo darte otro ejemplo?

-Ok.

-Piensa en un taller de esos en que desabollan autos… ¿sabes que me imagino yo con esa imagen?

-No…

-Pues me imagino ángeles… tipos igualitos que ángeles y con alas incluso puestas en la espalda… transformando los accidentes en cosas que nunca han ocurrido, pero ocupándose de los objetos, claro…

-¿Ángeles para objetos?

-Sí, un ángel de la guarda para cada objeto… listo para desabollarlo y dejarlo como nuevo ante las magulladuras de su propia vida…

-¿No crees que exageras esa importancia que les damos a los objetos?

-Para nada… piensa en los espejos, como objetos, por ejemplo… o mejor recuerda el terremoto y las experiencias de la gente cercana, abrazando el televisor en vez de proteger a los hijos, quedándose hasta el final para que el aparato no terminase roto, o en el suelo… ¿por qué pasa esto, Vian? ¿Por qué cuidamos más a los objetos que a la gente?

-¿Porque no comprendemos?

-¿Pero qué no comprendemos…? Ese es el punto. Imagina un censo de objetos… cuántos objetos por cada persona… y aún así con la sensación de no tener nada concreto… ¿sabes por qué ocurre esto?

-¿Qué cosa?

-La sensaciones en relación a los objetos…

-No, no lo sé...

-Yo creo que lo que ocurre es que los objetos viven más que las personas y nos cuesta valorarnos ante esa verdad… ¡si al final de cuentas el único objeto propio son nuestros huesos…!

-Y el amor, según esa lógica… ¿sería un objeto?

-No lo sé, Vian… y ese es el punto central, en el fondo… buscamos razones para vivir felices en las cosas equivocadas…

-¿Razones para vivir felices?

-Sí, para vivir felices, ni siquiera para serlo.

Miro entonces a la chica y veo que sus ojos están tristes. Brillantes, pero tristes, y siento que no puedo darle un no rotundo, y que me gustaría alegrarla incluso, si pudiese.

-¿Te pido un favor? –le digo finalmente.

Ella asiente.

-¿Podemos terminar de hablar sobre esto mañana? Creo que estoy entendiendo, y no quiero defraudarte… aunque tampoco sé qué puedo hacer en todo esto…

-Puedes hacer mucho –me dijo antes de irse-. Puedes.

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