sábado, 22 de diciembre de 2018

Challas.


En Marzo fue el primer mes que ella encontró challas entre la ropa de su marido. No fueron más de diez, pero ella sospechó de inmediato y dejó las challas en línea, sobre la mesa de la cocina, y le preguntó directamente qué significaban.

-No significan nada –dijo él-, ¿qué pueden significar unas cuántas challas?

-No sé –le dijo ella-, por eso te pregunto.

Él se rio del asunto y le dijo que tal vez le habían caído encima en el metro, que en realidad no sabía cómo habían llegado hasta su ropa.

-¿Crees que anduve de fiesta? –le pregunto entonces.

-No creo nada –dijo ella-, por eso te pregunto.

-Pues es ridículo –zanjó él-, ni siquiera se usan challas en las fiestas… No tiene sentido alguno…

El asunto no pasó a mayores esa vez e incuso ella se sintió ridícula desconfiando de esa forma. Intentó no pensar más en el asunto y tal vez lo hubiera logrado si no hubiese vuelto a encontrar otro grupo de challas un par de semanas después.

Esta vez, ella puso las challas sobre la mesa de la cocina –eran veintidós-, en cualquier orden, en un pequeño grupo. Desayunaron en silencio, sobre la mesa en que estaban las challas, pero él pareció no notarlas. Ella, en cambio, no dejó de mirarlas y hasta le pareció encontrar una figura, en la forma en que quedaron dispuestas, como si se tratase de una constelación.

-¿Todo bien? –preguntó él, antes de irse.

-Todo bien –dijo ella-. Todo bien.

Luego él se fue y ella guardo las challas.

Lo hizo así hasta la sexta vez que encontró. Luego las comenzó a botaras directamente y extrañamente el asunto dejo de importarle.

-Solo son challas -se dijo a sí misma, la última vez que encontró-. Insignificantes challas…

Luego las botó y comenzó a preparar la cena.

-No da siquiera para una historia –dijo.

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