sábado, 15 de diciembre de 2018

Cumpleaños.


Le dijimos que iríamos para su cumpleaños y ella imaginó un pastel. Uno de chocolate y relleno de crema. Imaginó que la dejarían comer ese día todo lo que ella quisiese así que comió poco la semana previa, para no engordar. El miércoles incluso, en el patio de la tarde, pidió que le dieran materiales para construir una tarjeta. Solo consiguió una hoja blanca y lápices de tres colores, pero se las arregló igual. En la tarjeta daba las gracias por la torta y la había dibujado grande, pintada de negro, con muchas velas. Fue entonces que por alguna razón pensó que no llevaríamos velas. O que no nos dejarían encenderlas, en aquel lugar. Trató de conseguir algunas con los otros, pero esos eran productos prohibidos. Afortunadamente, la Gladis tenía dos velas grandes escondidas y las cambió –le prometió cambiarlas, más bien-, por dos trozos grandes de la torta de chocolate que estaba dibujada en la tarjeta. Guardó las velas envueltas en un papel, junto a la tarjeta y nos esperó toda la semana. Cuando llegaos allá, mientras le cantábamos, ella parecía algo molesta, mientras comparaba el pequeño pastel que le habíamos llevado con el dibujo de la tarjeta, que escondía entre sus manos. No sopló porque no nos dejaron entrar velas y ella no nos pasó las suyas. Tampoco nos dio la tarjeta aunque igual se comió el pastel. Cuando nos despedimos nos llamó mentirosos y se fue dejando su tarjeta, arrugada, sobre la silla. Ese fue el último cumpleaños.

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