sábado, 8 de diciembre de 2018

Nada significan.


Se despertó amarrado a la cama y ya sin dedos en la mano izquierda. Levantando un poco la cabeza podía ver un cerdo comiéndole ahora la mano, hasta la altura de la muñeca, más o menos. Tenía un torniquete en el brazo, hecho con un cinturón que no reconocía. El brazo del que se alimentaba el cerdo sangraba y caían restos hacia el piso, a un costado de la cama. No sentía dolor, pero sí asco. Y el asco dolía más que el dolor mismo y además no podía distinguirse del miedo, que no le permitía pensar correctamente ni recordar el porqué de aquella situación. El cuarto era el suyo. Reconocía algunas cosas. Muebles. Una repisa con libros. Fotos colgadas en una pared. No alcanzaba a verlas bien, pero sabía lo que había en esas fotos. Recuerdos de colegio, de universidad, de trabajo y hasta de un matrimonio fallido. No había fotos de hijos. No tuve hijos, se dice. Mientras piensa eso alguien retira el chancho. Puede ver cómo se lo llevan y apreciar también lo que quedó de su brazo, del que sobresale un hueso. No siente dolor. Solo escucha unas voces fuera del cuarto y tal vez el sonido de una película, en un televisor. Una película absurda, un poco tonta. De esas en las cuales a los protagonistas les suceden una serie de cosas inverosímiles que en el fondo –por si fuera poco-, nada significan. Absolutamente nada significan.

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