miércoles, 19 de septiembre de 2012

Corte de agua.


I.

Cuando llego a la casa de mis padres encuentro la puerta abierta. Luego veo a mi padre acarreando unas botellas.

-Se va a cortar el agua –me dice, mientras las lleva hasta la cocina donde debe haber al menos diez o doce botellas de tres litros rebosantes de agua.

-No hay más botellas –señala, yendo hacia el baño.

Yo, en tanto, lo sigo en silencio y observo cómo ya ha llenado la tina y hasta un par de bidones que están junto al lavamanos.

-Me di cuenta porque empezó a salir poquito –me explica, mientras abre la llave para verificar que es cierto.

-Ya se cortó –le digo entonces, y él parece alegrarse.


II.

Es muy largo de explicar, pero resulta que mi madre está en un programa de radio.

Creo que fue de invitada un día a un programa comunal y la dejaron ahí, fija, los miércoles.

Desde que se casó con mi padre apenas y salía de casa, pero el año pasado aceptó un cargo en una especie de junta vecinal ligada a un consultorio y eso la hace hoy por hoy salir bastante.

Mi padre me lo dice con un tono de reproche.

-Tu mamá no está –señala-, anda en esa cuestión de la radio.

Las botellas están junto a él, cuando me lo dice.

Yo no sé qué decir.


III.

Soy un pésimo hijo.

Mi familia es extraña, claro, pero eso no me justifica.

Trato de evitarlo, por supuesto, pero hay cosas que me molestan constantemente, desde dentro.

No es culpa de ellos, ni de nadie realmente, pero el corazón se me embrutece y se amarga, cuando estoy entre ellos.

Lo peor es que no siento que pueda arreglarse.

Quizá si ellos muriesen o durmiesen profundo, yo podría acercarme a ellos y acariciarlos y llorar y arrepentirme de todo lo que no fui, como hijo.

Es algo terrible de decir, pero no me lo imagino de otra forma.

Intenté cambios, varias veces, pero todos nos desconocemos y hoy es muy difícil cualquier variación.

Entonces miro las botellas y siento a mi padre nervioso, ofreciéndome algo de comer que a pesar de vivir veinte años juntos nunca supo que no me gustaba.

Él se agita cuando me ve.

Trato de hablar algo agradable.


IV.

Siento absurdo lo del agua.

Mi padre lo recuerda a cada rato, mientras habla, e incluso lo comenta cuando alguien llama por teléfono.

-Se cortó el agua –dice y luego explica que mamá no está.

Quizá, pienso, en eso de juntar agua hay algo así como un deseo de ser héroe, de rescatar a la familia de algo realmente importante.

-También llené esas ollas –me explica.

Así, mientras lo dice, siento casi como si el haber juntado agua hubiese sido en realidad –para él-, alejar un miedo. Como si hubiese algo a lo que no te enfrentas cuando juntas agua.

-Si quieres puedes llevarte unas botellas cuando te vayas –me ofrece.

-Sí –contesto-. Gracias.


V.

Yo suelo pensar distinto. En relación a lo del agua, me refiero. Calculo el tiempo que puedo estar sin agua y dejo de preocuparme. Pienso que en el peor de los casos uno podría aplazar eso de beber y consumir algunas bebidas o cervezas envasadas.

No es grave, pienso.

Habría que preocuparse luego de semanas sin agua, no después de unos minutos.

Siempre calculo así las cosas.

Si no amenaza con matarme de inmediato no lo resuelvo.


VI.

Llega mi madre y reta a mi padre por algo.

Él le explica lo del agua.

Hablamos algo de mi hijo y sobre su postulación a un colegio.

Yo los miro y los veo viejos.

Me gustaría abrazarlos, ser distinto, pero no haría más que asustarlos, pienso.

Además tampoco soy alegre, en el fondo.

Mientras mamá prepara café en la tele dan una noticia de un asesinato sin un móvil aparente.

Mis padres lo comentan y luego cambian de tema.

Yo escucho la noticia y pienso que el verdadero móvil es el aburrimiento. Un desprecio no particular que es casi lo mismo que el aburrimiento. El desprecio de lo inmóvil, del tiempo inmóvil, del tiempo sin hechos que nos marquen o que nos permita arreglar las cosas.


VII.

Intento aprovechar el tiempo y contar algunas cosas.

Con todo, no tengo mucho que contar.

Tal vez en mi vida personal, incluso, no dejo que las cosas cambien.

Así, no hay mucho que contar de mi trabajo, ni de nada realmente.

Me gustaría estar en otro sitio, quizá, partir de cero.

Con mi hijo, claro, o esperando a que él se haga adulto y no me necesite.

De todas formas, cuando lo pienso, sé que sería incapaz de alejarme de él.

Nos amamos, creo, y nos reímos mucho.

Siento, además, que es uno de los pocos que verdaderamente me conoce y a quien puedo mirar de frente.


VIII.

Mis padres esperaban que yo fuera otra cosa.

Nunca me exigieron nada, pero yo lo siento así.

Supieron de algunos premios, recibieron elogios.

Pero claro, yo me agrié y rechacé los premios y los halagos.

Y también el amor, de paso.

Traté de ser honesto y así fue como se hizo todo más difícil.

Es complejo de explicar, pero de fondo lo siento simple.

Es difícil ser honesto, en el mundo, podría resumirse.

Pero esto no es una fábula.


IX.

Comimos empanadas que cocinó mi madre.

Hablamos poco, mientras lo hacíamos.

Sonó el teléfono, vimos un rato la parada militar y entonces llegó el agua.

Papá advirtió que no botaran las botellas, pues podía haber vuelto solo momentáneamente.

Nadie lo tomó en serio.

Comenzó a oscurecer.

Me despido de ambos antes de irme, con un beso.

Entonces, a escondidas, papá dice que me lleve unas botellas, por si acaso.

Yo lo hago.

3 comentarios:

  1. Imaginé todo el escenario y recordé.
    Abrazos.
    Y mucha agua.

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  2. Una delicia leerte...me ha quedado un regusto agridulce quizás pero me voy con una leve sonrisa.
    Me parece muy bien que te llevaras las botellas de agua. Es una forma de aceptar su amor.

    Un abrazo

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