I.
Estaba en una fila para pagar en el supermercado
cuando presencié un altercado digno de mención.
-¿Podría repetirme por qué no puedo pagar con este
billete? –insistía un hombre.
-Porque está falsificado –respondió la vendedora.
Entonces el hombre levantó la voz y exigió la
presencia de alguien más.
-Este billete es verdadero –insistió el hombre,
entregándole el objeto a un inspector que llegaba atraído por el bullicio.
Luego, el
recién llegado sacó una máquina que emitía una luz azul y acercó el billete.
-Tiene razón –dictaminó tras observarlo-. Este
billete es verdadero.
-¡Lo oye…! –gritó el hombre-. Ya lo sabía yo… ¡el billete
es verdadero!
-Nunca he dicho lo contrario –dijo entonces la
vendedora, de lo más tranquila.
-¡Pero si todos la escucharon…! –volvió a gritar el
hombre, indignado.
Se produjo entonces un momento de expectación.
-Yo dije que usted estaba falsificado –señaló tras
una pausa la vendedora-. No quería armar un escándalo, pero le reitero que el
falsificado es usted, sin duda…
Y claro, la discusión siguió, pero yo dejé de
escuchar en ese instante, y analicé la situación.
II.
Lo primero que pensé es que se trataba de un sueño.
Uno de esos tan vívidos que todo parece estar ahí y
hasta puedes percibirlo con los sentidos.
Por eso, lo primero que hice fue salir de la fila e
ir hacia el pasillo de las cervezas donde estaba una promotora que había
llamado mi atención. Me acerqué sin dudarlo.
-¿Qué está haciendo…? –me dijo apenas entré en
contacto.
-No finjas –le exigí- si estás en mi sueño y con
ese escote, es por algo…
Ella se alejó unos pasos y se hizo la desentendida.
Luego llegó un guardia.
No era un sueño.
III.
Diez minutos más tarde me encontraba en una pequeña
sala, esperando que llegara la policía, junto al hombre falsificado.
Se trataba de una situación doblemente absurda,
pero podía terminar en algo serio, pensé.
-¿Usted también está falsificado? –me preguntó
entonces aquel hombre.
-Eh… no, no creo… -le dije.
-Pues yo tampoco lo creía –agregó él-, y ya ve…
-Sí… ya veo.
-Imagínese… treinta años viviendo así y de pronto a
uno le dicen que está falsificado, y más encima me detienen…
-Sí, suena injusto –comenté.
-Además se trata de una prueba aleatoria… o sea,
tocó que me descubrieran a mí… pero podría pasarle a cualquier otro…
-A cualquier otro falsificado –corregí.
-Pero no hay cómo saberlo… ese es el punto… no hay
cómo saber si uno está falsificado…
-¿Pero acaso no tenía usted una impresión, al
menos, de ser falsificado… algo que lo hiciera sentir distinto a los demás, por
ejemplo?
-Para nada –comentó-. Y creo además que nadie se dio cuenta antes… estoy casado, sabe… trabajo, tengo hijos… ¿se imagina
cuando lo descubra mi esposa?
-¿O sea que usted ya ha sido usado, digamos, como
moneda de cambio…?
-Claro… es terrible, ¿no cree? Daría cualquier cosa
porque nadie se enterara…
-Mmm… pues yo no lo encuentro tan grave… -observé.
-¿No le parece grave no ser verdadero?
-Es que no sé… para mí ser falsificado no significa
necesariamente no ser verdadero… y es que es complejo de explicar, pero siempre lo
he considerado como cosas distintas…
-No sé… yo creo que usted lo considera así porque no le
ha pasado… ¿por qué está acá a todo esto?
-Eh… bueno… creo que me propasé un tanto con una
promotora…
-¿La de pasillo de las cervezas? –me preguntó el
falsificado.
Yo asentí.
-Pues yo estuve a punto –comentó él.
Justo entonces llegó la policía.
IV.
-¿Cuál es el caliente
y cuál el falsificado? –fue lo primero que dijo el agente.
Nosotros nos quedamos en silencio.
-¿Puedo preguntar algo antes? –consultó entonces el
falsificado.
El policía asintió.
-¿A qué nos arriesgamos cada uno?
-Pues es simple… -dijo el policía-, el acosador
deberá ser citado a declarar y dependerá si la chica en cuestión acusa
formalmente… ¿era la de las cervezas, cierto?
-Sí –comenté yo.
-Pues aquí entre nos, es algo entendible… -comentó
el policía, como haciendo memoria-, casi un atenuante....
-¿Y al hombre falsificado? –preguntó el ídem- ¿Qué
le sucederá?
-Pues deberemos advertir a todos sus conocidos que
está falsificado… para que no lo tomen por verdadero… es una mera formalidad…
-¿No es un delito? -preguntamos
-No… solo hay que advertir a quienes lo conocen –volvió
a repetir el policía.
-¿Incluida su esposa, si es que tiene…?
-Claro, a ella antes que a todos…
-Mmm… -dije yo.
El hombre falsificado había agachado la cabeza,
abatido.
-Bueno… ahora me van a decir quién es quién… para
tomar los datos –dijo el policía, más autoritario.
-Yo soy el falsificado –me adelanté a decir-. Mi
nombre es Vian…
El verdadero hombre falsificado me miró agradecido.
-Ese no es su nombre –me dijo entonces el policía.
Yo guardé silencio un momento.
-Tiene usted razón –confesé, finalmente.
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