Antes de viajar por lugares remotos, Lemuel Gulliver
fue cirujano. De hecho, uno de los mejores cirujanos, según palabras de Swift.
Es decir, trabajó directamente con el interior –fisiológico-
del hombre, y hasta podríamos considerar que fue justamente el contemplar ese
interior, lo que lo llevó a aventurarse en sus viajes.
Así, más allá de profundizar en la idea de sus
viajes como una huida -cuestión que por cierto ya hizo Wingarden en un
bellísimo ensayo publicado hace veinte años-, me gustaría pensar un poco en el
Gulliver cirujano, y en esa sensación de
extrañeza, que surge cuando observamos el interior de un hombre.
Y es que al igual que un encuentro con seres diminutos,
o con gigantes, o con caballos sabios, el encuentro de un hombre con lo que –concretamente-
hay dentro de él, lo lleva también a sentirse extranjero y rechazar la idea de
que es eso, realmente, lo que tiene
dentro suyo.
Por esto, a veces me gustaría considerar la labor del
Gulliver cirujano, como el primero de sus viajes, y no simplemente como un dato
anecdótico adjunto a un personaje que da constantes muestras de no pertenecer a
ningún sitio.
De esta forma, cabría preguntarse por ejemplo,
¿cuál fue el aprendizaje que obtuvo en ese viaje? o ¿qué visión del ser humano
se desprende de esa travesía...?
Y es que solo así, pienso, -solo viajando a partir
del rechazo a identificarnos con aquello que supuestamente somos-, puede el
hombre realmente reconocerse como otro, y, finalmente, salir en búsqueda del
verdadero sí mismo.
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