I.
Ante todo, me gustaría advertir que tomaran esto
con seriedad. Sobre todo pensando en el poeta vanguardista y en la mujer,
quienes son, en definitiva, los directos afectados de esta historia.
Para empezar, diré que al joven poeta vanguardista
lo conocí en una clase magistral sobre educación, a la que me vi obligado a
asistir ya que el colegio en que trabajo me había inscrito.
Así, sucedió que escabulléndome de aquella
conferencia me encontré de pronto con el poeta vanguardista, quien me abordó de
inmediato.
-No aguanto estas reuniones –me dijo-. Yo no
debiera ser profe… yo soy un poeta vanguardista.
-Ah –le dije yo.
-Me ha traído problemas, no lo niego –continuó-,
pero ser un poeta vanguardista es la única forma de profesar una libertad espiritual absoluta, que en mi
caso siento necesaria…
De esta forma, el poeta vanguardista comenzó a
hablarme sobre sus necesidades espirituales, y su peculiar visión de la poesía.
-Ahora mismo… -explicó- ahora que arrancamos de
allá dentro, hacemos poesía… cuando arrastro los pies al caminar… cuando
enciendo un fósforo simplemente por placer… esos son poemas vanguardistas.
-Ya...
-Una vez hice un recital poético a base de
fósforos. Fui encendiendo uno a uno hasta llegar a los 500… concentradamente… y
bueno… creo que cuando se apagó el último se comprendió el mensaje.
-¿Cuál mensaje? –pregunté yo.
-El que se comprendió –dijo él-. El mensaje del
fósforo apagándose.
-Ah.
Así, el joven poeta vanguardista –que estaba recién
titulado de literatura y creo que habilitado como profe-, me siguió contando
sobre sus estilos, obras y recitales poéticos, hasta que logré escabullirme y
volver a la conferencia para firmar como presente y recibir el diploma que
acreditaba mi asistencia.
Y claro, pensé que no lo volvería a ver, y que esa
era toda la historia.
Pero me equivoqué.
II.
Casi un mes después saliendo del colegio en que
trabajo me esperaba el poeta vanguardista.
No se veía tan joven e incluso no lo reconocí en
primera instancia, pero él se presentó.
-Soy el poeta vanguardista… -empezó diciendo.
-¿El del recital de fósforos? –pregunté.
-Ese mismo.
-Hola.
-Hola.
-…
-Vengo porque mi mujer me dejó –dijo entonces-.
-Ya –dije yo.
-No sé qué iba mal porque entre los dos nos entendíamos
muy bien, como que teníamos un mismo lenguaje…
-¿Encendían fósforos juntos?
-No, eso es algo personal… pero creo que nuestra
relación también era una especie de poema.
-¿Vanguardista?
-Sí… sumamente vanguardista…
-Pues es una lástima.
-Lo sé. Pero supongo que eso ya está hecho.
-Sí. Hecho –dije yo.
-Lo terrible es que no comprendo… -continuó
entonces-, estábamos bien… vivíamos juntos desde hace un año… y de un día para
otro sus cosas no estaban y se había incluso llevado a Mallarmé.
-¿Se llevó un libro de Mallarmé?
-No, al gato. Se llamaba Mallarmé.
-Ah...
-Cómo sea… el asunto es que buscando alguna
explicación encontré de pronto un poema vanguardista que me había dejado junto
a la puerta, explicando su partida…
-Al menos es algo.
-Sí, pero es algo que no comprendo. Por eso insistí
en la organización para buscar donde trabajabas y encontrarte.
-Eh… no entiendo.
-Que vine hasta acá porque creo que quizá tú puedas
comprender el poema que me dejó.
-¿Yo?
-Sí. Creo que tienes una gran comprensión –me dijo-,
y eres uno de los pocos que tomas en serio mi trabajo.
-Mmm.
Entonces, el poeta vanguardista me entregó un sobre
de la compañía de la luz donde estaba el poema que le dejó la mujer que lo
había abandonado.
-Léelo –me dijo.
III.
Puede que no me crean, pero lo que había en ese
sobre era simplemente una cuenta de la luz.
-¿No es hermoso? –dijo emocionado el poeta
vanguardista-. Darse todo ese trabajo… los numeritos, ese código de barras… Mira:
si juntas la tercera con la quinta línea... los primeros números, me refiero, se
forma mi fecha de nacimiento…
-…
-El dibujo ese de la ampolleta, como iluminando la
hoja… el total a pagar… ¿no es una bella manera de explicar que lo nuestro
tenía una fecha, un final…?
-Eh… sí… tal vez…
-Más allá de eso, sin embargo, lo cierto es que no
entiendo nada –continuó-. No veo razones claras, posibilidades de reencuentro…
no sé qué debo hacer, ni qué entender de todo esto… ¿qué crees tú?
-¿Yo?
-Sí. ¿Qué entiendes que me quiso decir?
-Eh… no sé… es que sería peligroso aventurar algo…
-¿Pero crees que me quiere todavía? ¿Crees que
volverá a escribirme, al menos?
-Sí… eso sí… yo creo que todos los meses…
El joven poeta vanguardista pareció entonces
emocionado.
-Sería hermoso eso –comentó-. Espiritualmente
hermoso… mes tras mes hasta que la comprensión llegue y nos reencontremos…
-…
-¡Gracias! –dijo entonces, recuperando la carta-. ¡Muchas gracias!
Entonces, como si fuese aquel un acto que sellase
una especie de pacto, el poeta vanguardista sacó una caja de fósforos y me
entregó uno para que lo encendiera.
Yo lo hice.
Por último, luego que se apagó, el joven poeta
vanguardista abandonado por su mujer se alejó caminando, más alegre de lo que
llegó, y con la cuenta de luz entre sus manos.
No se entera el vanguardista, le abandona el mallarmé gato, la mujer y el recibo de la luz que recibirá cada mes. NO SE ENTERA y un día arderá la clase con el solito que los alumnos, pies en polvorosa.
ResponderEliminarUn día le abandonará el desodorante y lo tomará por un poema olfativo.
Al menos tiene los fósforos, por si le cortan la luz por falta de pago, digo!...
ResponderEliminar(vaya! qué comentario tan poco espirituoso me ha salido...)
Un abrazo