viernes, 14 de septiembre de 2012

Bob el destructor.



-Nunca construí un templo –me dijo Bob, con orgullo-. Hice casas, ampliaciones, campos de mini golf, una cancha de tenis… todo menos templos. Y no fue porque no me lo pidieran, no creas... De hecho Wendy me lo propuso varias veces. “Un templo es la gran obra”, me decía… pero ella no entendía…

-¿Qué cosa? –pregunté.

-Lo que era realmente ser constructor… o sea, el secreto que existe en el origen de cada construcción.

Aquí Bob se detuvo para abrir otra cerveza.

-Puede sonar extraño –continuó-, pero desde que comencé a construir me di cuenta que todo lo que hacemos es siempre un refugio… Da lo mismo que sea: una casa, un estadio, cabañitas de motel… todo en el fondo es para protegernos de estar solos y al aire libre, en la verdadera naturaleza.

-¿Construcciones para protegernos de la naturaleza?

-¡Exacto! –dijo él, levantando la voz-. Pero no de esa naturaleza que uno imagina con arbolitos, agua y animales inofensivos… yo hablo de la naturaleza esa en que Dios te amenaza… “¡Te voy a hacer mierda un día!”, dice Dios… “y no te voy a avisar cuándo…”

La gente en el bar comenzó a mirarnos.

-Esa es la verdadera naturaleza –siguió Bob, sin inmutarse-. La de los animales que se comen unos a otros… la de la muerte de los débiles… y es por sobre todo, la naturaleza humana… ¡Una mierda de naturaleza…!

-Pero tú siempre te mostrabas construyendo alegre, tú…

-Yo era hueón –soltó-. Y estaba lleno de máquinas hueonas y hasta de la Wendy que no entendía nada… De hecho, un día en que intenté diferenciarme del espantapájaros me di cuenta…

Bob deja la frase a medio terminar y abre ahora otra cerveza.

-¿De qué te diste cuenta? –le pregunté

-Espera… –Bob bebe un largo sorbo, luego continúa-. Me di cuenta que no había diferencia alguna.

-¿Entre quién? –insistí.

-Entre el espantapájaros y yo… -soltó, como si fuera algo obvio-, o entre el espantapájaros y cualquiera de nosotros, para ser exacto… ¡Ninguna diferencia! ¡¿Acaso crees que se puede seguir construyendo luego de eso…?!

-Eh… no. No creo –le dije.

-¡Claro que no! –gritó-. Si no había diferencias todo estaba de más… cualquier construcción… todo era frágil y seguir construyendo no tenía sentido…

-Pero aún llevas el casco –observé-. Y hasta veo que tienes algunas herramientas junto a la mesa y…

-Eso es porque tengo otra labor… -me dijo-. Ahora destruyo… ¿no entiendes? ¡No más refugios…! ¡Que la gente se enfrente de una vez por todas a la naturaleza…! ¡A su propia naturaleza…!

Entonces, Bob se paró de golpe y arrojó la mesa al suelo, produciendo un gran alboroto.

Asustada, la gente comenzó a alejarse, mientras que un garzón se acercó lo suficiente como para intentar calmar a Bob… pero el ex constructor lo derribó de un martillazo en la cabeza…

-¡Soy Bob el destructor…! –gritaba Bob, mientras seguía rompiendo todo a su paso-. ¡Nada debe quedar en pie…! ¡Dios debe ver lo que ocurre y destruir todo…!

Así, mientras Bob gritaba y rompía aquello con que se topaba, logré salir del bar, a escondidas.

Minutos después vimos entrar unos policías y escuchamos al menos seis disparos.

Por último, cesaron los ruidos, y sacaron a Bob.

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