*
Bien sabe Ariosto que el amor es palabra perfumada.
Así, aunque él no gusta del perfume, puede entender que una mujer huída por el
bosque deba ser buscada a tientas, aún en medio de la noche y de la oscuridad
más extendida.
Olor a sangre
hay en el bosque, dice Ariosto, mientras busca.
*
Ariosto pierde de vista sus manos y ya no sabe lo
que escribe.
Quizá dibuje
un bosque, piensa, mientras no lo sabe.
Porque claro… no basta con dibujar la oscuridad
cuando se quiere dibujar un bosque a oscuras.
Y Ariosto no sabe lo que es estar a oscuras. Y no
conoce búsqueda.
*
Supongamos que Ariosto, sin embargo, encuentra a
Angélica la bella.
¿Cómo sabe que es Angélica la bella?
De hecho, piensa, quizá ya ha tropezado con Angélica, en el bosque oscuro.
Y es que solo distingue lo oscuro y siente olor a
sangre, piensa Ariosto.
Luego enfurece.
*
Ariosto enfurecido no distingue sangre de perfumes.
Tampoco el bosque en la oscuridad, de la oscuridad
sin más.
Así, Ariosto enfurece porque es oscura la palabra
perfumada.
Y no sabe si es vacía.
*
Escribir sin saber enfurece a cualquiera.
Y Ariosto, aunque lo crea, no es mejor que
cualquiera.
Que Angélica sea encontrada entonces por el que la
furia no enceguece.
Todo lo demás es perfume arrojado a la oscuridad.
La luna está llena de botellas que me pertenecen, piensa
Ariosto.
Luego duerme. O lo intenta.
Todo lo que enfurece a Ariosto es de Ruggiero, incluida Angélica, para él oscuridad, sangre, invención.
ResponderEliminar