viernes, 7 de septiembre de 2012

Son los nidos de los loros.


Es extraño.

Escuchar un pájaro hablar es extraño.

Y claro, escucharse uno también.

Además,
uno no puede arrancar
como si nada
y dejar las palabras en tierra.

Y es que puede parecer, sin duda,
una cuestión simple…
pero no se lo tome usted a la ligera
y escuche este ejemplo:

Supongamos que yo hablo,
o escribo, digamos,
y estimo que aquello que digo
es hasta cierto punto importante
o razonable.

O más aún,
digamos que sobrevaloro mi labor
y pienso
que las palabras dichas
pueden cambiar de alguna forma
alguna cosa…

¿No se entiende…?

Es cierto:

¡Lamentable  ejemplo!

Pero… ¿han visto alguna vez
los nidos de los loros?

¿El lugar donde se forjan
las palabras que se repiten
vaciadas de significado?

Pues bien,
yo les cuento que ese nido es grande
y hasta absurdo,
lleno de agujeros por los que de pronto
ves surgir un ave
como aparecida sin razón.

Con todo,
si soy sincero,
lo cierto es que lo cuento
por evitar contar otras cosas más inmensas
y más absurdas
que no suelen hacerme bien
por estos días.

Y es que es extraño.

Escuchar a un pájaro hablar es extraño.

Y claro,
escuchar hablar a un hombre
también es extraño.

Son los nidos de los loros, me dicen.

Y yo entiendo.

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