-Es toda una tragedia ser un Pacman –dice el señor
Pacman-. Sobre todo cuando uno no se da cuenta.
-Y él nunca se da cuenta de nada –agrega la señora Pacman,
interrumpiendo.
Yo los miro y comprendo que la situación es tensa,
y que debo escucharlos con serenidad, si quiero sacar algo en limpio.
-¿Podrían explicarme…? -les pregunto.
-Lo intentaré –dice él-. Pero es muy probable que
volvamos a lo mismo nuevamente, espero me disculpe…
-Siempre se disculpa de todo –comenta la señora.
-Pues verá -sigue él, ignorándola-, podría decirse
que todo estaba bien hasta cierto punto… No podría precisar cuándo lo cruzamos,
pero lo cierto es que solo entonces fuimos conscientes de lo terrible de
nuestra situación…
-¿Se refiere a ser perseguido por fantasmas? –pregunté.
-No –dice él-. Ser perseguidos por fantasmas era más
bien lo que daba sentido a nuestra vida, yo me refiero a…
-¡Claro…! –interrumpe nuevamente la señora Pacman-.
¡Eso es lo único que daba sentido a tu vida…! ¡¿Y lo nuestro qué…?!
-Lo nuestro era ser perseguidos por fantasmas… era
lo que hacíamos juntos –explica él-. Me refiero a que eso dejaba poco tiempo
para plantearse otras cosas… la vida es fácil así… aunque trágica.
-¿Por qué trágica? –pregunto yo.
-¡Él dice que es trágica porque a él nunca le basté
yo, ni los fantasmas… y todo eso del sentido es un embuste…! –lanza ella.
El señor Pacman me mira con un gesto cansado, y
continúa.
-Digo que es trágica porque no sabíamos el fondo de
todo eso… Es decir, no sabíamos que los fantasmas no eran realmente un riesgo…
-¿No eran peligrosos los fantasmas? –pregunté.
-No… -dice él-. O sea, son peligrosos cuando no
sabes que no lo son… te impiden ver bien por dónde vas, no dejan que tu meta
sea otra que arrancar de ellos…
-Yo tenía otras metas –dice entonces la señora
Pacman- No me incluyas en tus razones...
-¿Cuáles eran esas metas…? –le pregunté a ella.
-Metas… Objetivos… -me contesta-. Cocinar algo rico
con las frutas, fortalecernos los dos, tener hijos…
-¿Tener hijos cuando damos vueltas huyendo de
fantasmas? –increpa él.
-Al menos es ejercicio –responde ella.
Luego, nos quedamos un rato en silencio, hasta que
el señor Pacman vuelve a tomar la palabra.
-Quise huir de todo eso… lo reconozco. Y es que así,
sin fantasmas que hagan daño y sin un camino claro que seguir, decidí un día
hacer mis maletas y largarme…
-¡Y no me dijo nada! –agregó ella, sollozando.
-También era por ti –le dice él-. Tú también tenías
que encontrar tu camino…
La señora Pacman no responde.
-¿Sabe? –continúa el señor Pacman-. Lo intenté
varias veces, pero fue entonces que descubrí que tras irme por una puerta de
aquella casa, volvía siempre a entrar por el sitio contrario…
-¿Se refiere a que volvía a casa inmediatamente? –consulté.
-Ni siquiera volvía –explica él-. Intentaba salir
por un costado pero terminaba entrando por otro…
-Y lo peor era que ni me reconocía… -murmura la
señora Pacman.
-No es eso –continúa él, nervioso-. Lo que pasa es
que pensaba siempre haber llegado a otro sitio… otra casa, otra mujer… ¡yo
pensaba que así era el mundo…! Solo con el tiempo me di cuenta que llegaba
donde mismo…
Entonces, sorprendiéndome por la rapidez del
cambio, el señor Pacman se puso a llorar amargamente, cabizbajo.
Sus lágrimas caían por el rostro amarillo y la
señora Pacman buscaba calmarlo con unas pastillas blancas que sacó de su
cartera.
-Solo eso nos mantiene en pie –me explicó entonces
la señora.
Segundos después, el señor Pacman parecía repuesto
y volvía a tomar las manos de su mujer, quien también, por cierto, tomó unas
cuantas pastillas.
-¡Qué tonto soy! –me dijo entonces, sonriendo-. Una
tragedia no puede seguir siendo trágica cuando se repite todo el tiempo…
-Ves… yo te lo decía –agregó la señora Pacman,
tomándolo del brazo.
Así, juntos, el señor y la señora Pacman se
despidieron entonces deseándome una buena semana.
-Si quiere le dejo unas pastillas –fue lo último que
dijeron los Pacman, antes de irse.
-No las necesito –les mentí y me despedí de ellos
estrechándole las manos.
Luego siguieron su camino.
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