martes, 21 de febrero de 2012

El agua es un ser vivo.

“Un animal es un cuerpo vivo organizado y por lo tanto,
el mismo animal es, como hemos observado,
la misma vida continuada que se comunica a todas sus partículas…”
John Locke


Entre las frases extrañas que dicen los loros, hay una que me tocó presenciar y que me parece, hasta el día de hoy, contener algún tipo de secreto.

“El agua es un ser vivo”, decía aquella frase.

Quien la pronunciaba era un loro que estaba en la casa contigua a una panadería, donde vendían unas empañadas de queso y espinaca que solía ir a comprar.

También decía “ahueonao” y una frase referida al tiempo que no alcanzo a recordar. Pero aquello del agua era sin duda lo que más destacaba.

Para comprobar aquello recuerdo que recurrí a diferentes personas, quienes escuchaban claramente lo mismo que yo: “El agua es un ser vivo”.

Con todo, a nadie parecía asombrarle en lo más mínimo aquella frase.

Ahora bien, para poder seguir la historia debo confesar algo que nunca quise reconocer:

Robé al loro.

Solo un amigo que me ayudó lo sabe, y supongo que lo recuerda siempre porque el ave le arrancó un pequeño pedazo de la mano, cuando se sintió raptado.

-¡Ahueonao! –gritaba el loro, (yo creo que a mi amigo).

Y bueno… fue así que conseguí al loro, mientras mi amigo debía ir de urgencias, porque la herida no paraba de sangrar y estaba fea.

-El agua es un ser vivo –dijo entonces el loro, apenas llegó al departamento.

Yo estaba asombrado.

Es decir, ya lo había oído en varias ocasiones, pero me pareció que el loro sabía para qué lo había llevado y cumplía inmediatamente su función.

Y es que, para ser sincero, no había llevado al loro para ninguna otra cosa que no fuese comprobar que era esa frase, lo que él decía.

-El agua es un ser vivo –volvía a repetir, cada cierto tiempo.

Lo malo de esto, sin embargo –más allá de la herida de mi amigo que se infectó gravemente-, era que el loro se mostró siempre distante, y se negaba a comer cualquier cosa que pudiera ofrecerle.

Así, pensé en devolver al loro, pero fui posponiendo esta acción principalmente porque me faltaba un cómplice, para que la operación se realizara sin problemas.

-El agua es un ser vivo –seguía diciendo el loro, cada vez más flaco.

Llamé a un veterinario, pero no llegó.

Dejaba diversos trozos de comida, pero no ocurría nada.

Apenas -recuerdo ahora-, arrancó trozos de un libro de Locke, que estaba en la biblioteca. Pero los escupió.

Era el “Ensayo sobre el entendimiento humano”, de la Editorial Porrúa.

Así, no fue sorpresa cuando un día, tras volver de la universidad, encontré al loro muerto, tendido sobre unas ropas.

Era mi culpa, claro, y me afectó, pero no ahondaré sobre esto.

Les cuento en cambio que quise enterrar al loro. Busqué una caja, le ordené las plumas, y hasta puse un vaso pequeño de cristal, con un poco de agua, al interior de la caja.

Pensaba enterrarlo en el patio de la casa de mis padres, al otro día.

Finalmente, sin embargo, el entierro nunca se llevó a cabo.

Y es que el cuerpo del loro desapareció de la caja, cuando estaba en mi departamento.

Tenía una ventana abierta y es fácil pensar que quizá entró un gato, aunque yo prefiero imaginar otra cosa.

Con el tiempo, por cierto, pude comprobar que lo que decía el loro sobre el agua era una verdad innegable.

Pero esa es otra historia.

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