jueves, 9 de febrero de 2012

Mirar en el refrigerador.


Me dijeron que era una mala costumbre mirar en el refrigerador. Mirar por mirar, me refiero. Mirar sin hambre. Se gastaba más luz, me decían, pero no se trataba solo de eso.

Con todo, más allá de lo que dijeran, aquello fue convirtiéndose en una costumbre de esas que haces ya sin pensar, un poco porque no tienes nada que hacer, y un poco también por buscar el hambre.

Pero claro, el hambre no es de esas cosas que se encuentran buscándolas. Y esto –aprendes con el tiempo-, sirve para hablar de cualquier tipo de hambre. El hambre por vivir, incluso. O el hambre por amar. Y claro, a veces miramos en el refrigerador para buscar hambre por cualquiera de estas cosas, porque un hombre debe tenerlas, nos enseñaron. Y uno no podía ser otra cosa, sino era un hombre, concluían.

Es decir, fueron también sus enseñanzas las que nos llevaron a mirar en el refrigerador, porque no quisieron –o no supieron-, hablar del hambre verdadera. Ni del hombre verdadero.

Sin embargo, ¿sabremos hacerlo nosotros, algún día?

Eso me pregunto hoy, viendo dormir a mi hijo.

Y claro, viendo dormir también, con él, mis propios sentimientos.

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