Era como uno de esos antiguos concursos televisivos. Esos en que te presentaban distintas versiones sobre algo y uno debía adivinar cuál de ellas era la correcta: ¿Para qué sirve este producto? ¿Quién dice la verdad…? Cosas de ese estilo.
En mi caso se trataba de tres mujeres. Tres chicas que acampaba en un bosque y con quienes me encontré hoy mientras me alejaba del pueblito en que vacaciono, para estar a solas algunas horas.
Las tres decían ser amigas de infancia que se habían reencontrado tras recorrer por años, distintos lugares del mundo.
-Yo viví cuatro años en Australia –dijo la primera-, pero me aburrí de los canguros. La gente no lo sabe, pero son unos animales insoportables, sin la más mínima formación moral.
-¿Formación moral? –pregunté.
-Sí, formación moral –reafirmó la chica-. Es que esos canguros son unos degenerados, no se cansan de copular una y otra vez y los gritos de las hembras no dejan dormir durante la noche…
-¿Eso hacen los canguros? –pregunté, sorprendido.
-Eso y más –continuó la chica-, y lo peor es que no había como detenerlos… de vez en cuando alguien salía y les tiraba alguna cosa, pero eso solo los excitaba más y gritaban más alto… ¡Si hubieses oído…!
-Pero yo tenía entendido… -comencé a decir.
-Lo que uno tiene entendido no sirve de nada –me interrumpió-, ¿acaso has estado en Australia?
-Eh… no, pero…
-Pero nada –me dijo-. Además yo no miento… De hecho, esa falta de formación moral fue la que me obligó a volver a Chile…
-Lo mismo me pasó a mí –dijo entonces otra chica-. Solo que yo no viví en Australia, si no en el Estado Vaticano…
-¿Ahí también hay canguros? –preguntó la chica Australiana.
-No –contestó la otra-, yo me refería a la falta de formación moral y a esas cúpulas monumentales…
-¿No serán cópulas? –me atreví a decir.
-También de esas. Cópulas y cópulas monumentales –dijo la chica, algo molesta-. Yo arrendé un pequeño cuarto junto a la Plaza de San Pedro y el ruido que hacían en la noche era descomunal… y lo peor era que lo hacían a coro…
-¿A coro?
-Sí –continuó-. Disfrazaban sus gritos de placer como si fuera un tipo de canto, pero se notaba en qué estaban porque hasta las palabras les salían mal pronunciadas…
-Quizá era canto gregoriano… -dije-. Se realiza en latín.
-Eso es lo que quieren hacer creer –contestó-, pero uno sabe de estas cosas...
-¡Y los estúpidos como tú son los que se creen esos cuentos! –agregó la que había vivido en Australia-. Además: ¿has estado tú en el Estado Vaticano?
-Eh… no, pero…
-¡Pero nada…! No sé qué gracia tiene poner en duda las experiencias de otros –concluyó.
Recuerdo que fue entonces que pensé en lo del concurso. En que quizá dos de ellas mentían y solo una decía la verdad, y que yo debía descubrirla. Aunque claro, faltaba aún la tercera versión, para tener completo el panorama.
-Yo no estuve en países concretos –dijo la tercera chica-. Yo solo anduve por el mar, en aguas internacionales.
-¿Nadando? –preguntó la de los canguros.
-No –dijo la chica-. En un barco de análisis científico. Ellos estaban buscando un tipo especial de pulpo, uno que tenía siete corazones…
-¡Siete corazones! –exclamó la del Estado Vaticano.
-¡Eso sí que es falta de formación moral! –gritó la otra.
-Nada de eso –dijo la tercera chica-, de hecho había algo verdaderamente moral en la multiplicidad de corazones del pulpo…
-¿Algo verdaderamente moral? –pregunté yo.
-Bueno… algo limpio –intentó explicar la chica-, quizá no sé cómo decirlo, pero esa palabra ha quedado dando vueltas… Pero el punto es que ellos estaban buscando al pulpo de los siete corazones…
-¿Ellos…? ¿Acaso tú no los estabas buscando? –preguntó otra.
-No… yo estaba viajando solamente, pero no sabía a dónde… -continuó-. Siempre me ha gustado pensarlo así… como una especie de amor casi…
-Amar significa viajar, correr con el corazón hacia el objeto amado… –dijo la del Vaticano, de improviso.
-Pues sí, supongo que es eso… -continuó la otra-, pero sea como sea el caso es que ni ellos ni yo dimos con lo que buscábamos…
-¿Y por qué regresaste tú? –le pregunté entonces a la chica del pulpo.
-Porque debíamos reunirnos acá –se limitó a decir, rotunda, antes de quedar en silencio.
Y claro, fue entonces que me percaté que ya había oscurecido, y que debía apurarme para regresar al pueblo.
Además, como era de suponer, tras quedar en silencio, las chicas desaparecieron, en medio del bosque.
Así, mientras regresaba, pensé que si bien era agradable escoger una de esas historias como la cierta, era muy probable que la verdad hubiese transitado disfrazada, por cada una de ellas.
Por último, recordé el momento en que, años atrás, supe que los pulpos tenían tres corazones, e intenté erróneamente averiguar cuál de los tres corazones era realmente el que resultaba imprescindible…
-Creo que debo volver a ponerme en marcha –me dije entonces, tras regresar al pueblo. Y guardé nuevamente las cosas en mi mochila, para partir mañana hacia otro sitio.
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