“Toca mi Kreisleriana a menudo.
En algunos movimientos hay ciertamente
un amor salvaje.
Y tu vida y la mía, y como eres.”
Schumann a su esposa Clara.
En algunos movimientos hay ciertamente
un amor salvaje.
Y tu vida y la mía, y como eres.”
Schumann a su esposa Clara.
En “Puntos de vista y consideraciones del gato Murr sobre la vida”, E. T. A. Hoffmann, su autor, parece relatar de forma fragmentaria, una pseudobiografía del maestro de capilla Johannes Kreisler, por voz del gato Murr.
Sin embargo, esta primera impresión –que por cierto es la más difundida a la hora de reseñar esta obra-, resulta ser apenas el acercamiento a uno de los aspectos que dicha obra propone.
Y es que tal como lo dice el título, el objeto central de cual habla el gato Murr, no es, exclusivamente, la vida de Kreisler, sino la existencia misma, ejemplificada en algunos momentos de la vida de dicho personaje.
Puede no ser algo trascendente, claro, pero es importante si se tiene en cuenta la mirada del gato, quien se siente incapaz, según sus propias palabras, de dar cuenta por completo de aquello de lo que es testigo: la existencia “en” –y no “de”- Johannes Kreisler.
Esta especificación -que puede parecer algo fría o técnica a primera vista-, esconde, sin embargo, un rasgo que me parece fundamental cuando queremos dar cuenta de algo, ya sea asumiendo que damos cuenta de la totalidad de ese algo, o actuando como si ese algo del que damos cuenta poseyese a su vez, totalmente, una existencia propia.
Ahora bien, si volvemos nuevamente la mirada a la obra de Hoffmann, podemos observar que la existencia que existe en Kreisler –disculpen la facilidad de la frase-, no solo resulta inabarcable porque es más “amplia” que el mismo Kreisler, sino porque además, establece una serie de contradicciones entre las formas del comportamiento del maestro, quien no parece ser nunca el mismo, según el gato Murr.
“Cada vez que intento contarles de él es como si les hablase de otra persona… incluso cuando me refiero a un mismo hecho, por más sencillo que este sea…”, dice en un momento.
Desde este punto de vista, no me resulta extraño que Schumann haya sentido cierta predilección por este libro, y que haya recurrido a él para referirse en numerosas ocasiones a su propia obra (y a la relación que se establecía entre dicha obra y su propia personalidad), al mismo tiempo que componía la Kreisleriana, en honor a esta misma novela.
Y es que Kreisleriana –según mi opinión-, potencia esa condición que tienen prácticamente todas las obras musicales de “transformarse” al ser interpretadas.
Y claro, puede que mi opinión carezca de asideros objetivos, pero me sucede con esta obra no poder reconocerla según quién la interprete, y, al mismo tiempo, suele producirme sensaciones totalmente diversas, según esta misma condición.
Así, por ejemplo, me incomoda en gran medida la interpretación de la Argerich –quién parece haberla aprendido por fragmentos, remarcando pequeños ritmos que “cortan” la armonía de la obra-, o me inquieta la velocidad de Horowitz –sobre todo cuando es interrumpida por momentos que parecen pertenecer a otra composición-, o me “deja en blanco” la interpretación de Kissin –que parece no dejar nada de la obra después de la ejecución (aunque sin la sensación de destrucción que me provoca la interpretación de Arrau).
Es decir, en definitiva, -exceptuando a ratos la interpretación de Ushida que me parece conservar la obra un poco más desnuda-, en todas las ejecuciones de la obra de Schumann, me parece escuchar otra obra. Pero no solo por acentos en la ejecución, ni velocidades ni duración de las notas, sino por algo menos técnico, supongo, y que me atrevo a nombrar con la palabra “impresión”, que vendría a ser el resultado de la ejecución de la obra en –y no de-, cierto autor determinado.
Ahora bien, ¿pueden estas impresiones estar contenidas en la obra, antes incluso de las ejecuciones de los distintos intérpretes?
O en otras palabras, ¿no son la Argerich, Horowitz, Pollini, Bios, o quién sea, similares al gato Murr intentando dar un punto de vista sobre la Kreisleriana?
Y es que la vida misma, en definitiva –lo que vivimos en ella me refiero-, resulta ser también, de esta forma, una impresión de algo que existe en otro sitio.
Así, finalmente, hasta las acciones que creemos más propias y definitivas terminan siendo impresiones. Amar, una impresión, morir, otra impresión y hasta el universo entero podría ser, de esta forma, una impresión.
¿No sería un avance, entonces, pensar en la idea de “el amor en” o “la muerte en” una persona, en vez de la absurda idea de posesión que demostramos al hablar de “el amor de” o “la muerte de” un sujeto determinado…?
¿Eso es lo que intuía de la vida, el gato Murr?
Siempre me agrada leer sobre Schumann, pero vos haces algo extraño que no deja de gustarme porque siento que reúnes más cosas :P
ResponderEliminar¿Has escrito algo sobre la locura de Schumann?
Gracias / No acá / La locura en -y no de- Schumann.
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