martes, 28 de febrero de 2012

¿A quién golpea Bobby Sánchez?


I.

Me dicen que apueste por Bobby Sánchez.

No es un caballo ni un galgo, sino un boxeador de calle que paga cerca de 50 a 1.

Nadie lleva cuentas de sus triunfos o derrotas, pero los que me dicen que apueste lo han visto en aproximadamente diez peleas, de las cuales no ha ganado ninguna.

-Está loco -me dicen-, cualquier día de estos va a matar a uno… y ya está cerca…

-¿Cerca de qué? –pregunto yo.

-De ganar… de noquear a alguno… -señalan.

Luego, me cuentan que lo han visto extraño en las últimas peleas. Como si de pronto comenzara a sacar verdaderamente su fuerza y se olvidase de quién está al frente realmente.

-Son momentos –me dicen-, momentos cortos, es cierto, pero si llega a agarrar bien al otro con uno de esos golpes es seguro que gana…

-¿Y cuándo pelea? –pregunto.

-Hoy en la noche –me dicen-. Nosotros vamos.


II.

El lugar no era tan feo como imaginaba. Se trataba de un gimnasio chico donde hacían clases de boxeo. Había peleas, cerveza y apuestas de todo tipo, cuyo porcentaje era calculado por un enano de chaqueta a cuadros.

-Yo apuesto que hoy a alguno le sacan un diente –decía uno.

-Yo apuesto a que le llega un golpe al árbitro –decía otro.

Y claro, el enano calculaba y decía los posibles pagos.

-Dos a uno al diente y tres a uno al árbitro –señalaba entonces el enano, como si hubiese aplicado un teorema infalible.

Fue así que apostaron varios más hasta que fue mi turno para apostar.

-¿Cuánto por irle a Bobby? –pregunté.

-No se puede apostar contra Bobby –dijo de inmediato el enano, como si hubiese multiplicado por cero-, ese tipo pierde siempre… si quieres puedes apostar cuánto dura o la posición en que cae…

-Pero yo quiero apostar que Bobby gana –le expliqué.

El enano me miró incrédulo. Era como si le hubiese pedido un cálculo imposible y no tuviera nada qué decirme.

-¿Cuánto por apostar a Bobby Sánchez? –insistí.

-Apuesta diez mil y te pago un millón –dijo finalmente el enano-, o diez millones, da lo mismo…

-Con un millón está bien –le dije cortante, y le pasé diez mil.

Él llenó un vale y me lo entregó.

Una hora después comenzó la pelea.


III.

Bobby era un tipo desgarbado. Caminaba con un pie volteado hacia afuera y parecía que ni siquiera se podía los guantes.

Todos se reían cuando subió al ring.

En la mesa del lado, incluso, unos tipos habían apostado a que caía antes del primer minuto y se lo gritaban mientras ingresaba su oponente, en notorias mejores condiciones.

Con todo, extrañamente le tenía cierta fe a Bobby. No fe de que ganara, claro… pero era un tipo de fe, sin duda.

Por otro lado, perder diez mil o ganar un millón eran cosas que me tenían sin cuidado. Ninguna de las dos cosas iba a cambiar mi vida, pensé, aunque sin quejas de por medio.

Y bueno, fue entonces cuando comenzó la pelea.


IV.

No sé a quién golpeaba Bobby Sánchez.

Es decir, lo golpearon duro los primeros rounds y hasta se cayó un par de veces, pero hubo un momento en el quinto en que su rostro cambió, y daba la impresión de tener una gran fuerza contenida.

-Este es el momento –me dije, y observé con atención.

Bobby lanzó entonces unos golpes en los que parecía llevarse puesto. Golpes desordenados, claro, desesperados incluso, pero golpes en los que Bobby iba entero, atacando algo que no era, por supuesto, el otro contrincante.

Yo lo veía atacar y fallar, pero comprendía que bastaba un golpe para que Bobby ganase la pelea. Sin embargo, era imposible no preguntarse a qué golpeaba realmente, Bobby Sánchez.

Y es que así como sus golpes parecían apuntar más allá del otro boxeador, sus ojos también parecían estar mirando algo que nosotros no veíamos… algo contra lo que se debía pelear con todas las fuerzas que uno tuviera… mientras lo estuviésemos viendo…

Y claro… fue entonces que Bobby dio de lleno al otro boxeador con uno de sus golpes, lanzándolo contra las cuerdas…

-Un golpe más y gana… -decía la gente, sorprendida.

Pero justo en ese instante, se acabó el round.


V.

El árbitro se acercó entonces a conversar con los dos boxeadores.

La pelea no siguió.

Varios pensaron que había sido un KO técnico y que había ganado Bobby, pero en realidad había sucedido otra cosa.

Y es que Bobby, comprendí, había golpeado no solo al otro boxeador, sino también a eso contra lo cual estaba realmente lanzando sus golpes. Y eso era suficiente.

Es decir, no había necesidad de derribar aquello. De hecho, al golpearlo, quizá Bobby había entendido que eso era algo que no se podía derribar y prefirió desistir… o intentarlo de otra forma, al menos.

Así, resultó que Bobby simplemente decidió no seguir con la pelea.

A punto de ganarla, frente a un boxeador que era incapaz de tenerse en pie para que le levantaran los brazos, per Bobby decidió no continuar.

Y claro, podría alegar y hasta pensar que todo se trató de un arreglo para que yo no cobrase mi apuesta, pero lo cierto es que sentí en ese instante que Bobby había hecho lo correcto.

De esta forma, finalmente, todos perdimos las apuestas.

Menos Bobby.

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