miércoles, 15 de febrero de 2012

Un hombre haciendo gárgaras.


Hoy vi a un hombre haciendo gárgaras.

Estaba al costado de un terminal de buses.

Tenía agua en una botella y cada cierto tiempo escupía el líquido y comenzaba nuevamente.

Sus gárgaras eran extensas y ruidosas.

Lo sé porque yo estaba a cinco metros y escuchaba claramente el sonido que producían.

Nadie le prestaba atención, después de un rato.

La gente pasaba. Mi hijo leía una revista. El hombre hacía gárgaras.

Luego ocurrió algo.

A unos 30 metros de ahí un auto perdió el control y estuvo a punto de atropellar a una niña.

Ella estaba con su madre, pero ninguna de las dos reaccionó a tiempo.

Al final, el auto pasó a centímetros de la niña y se subió a la acera, arrancando unos arbustos.

Entonces, la gente que pasaba se detuvo.

Mi hijo dejó de leer la revista.

Pero el hombre de las gárgaras siguió en su quehacer, sin alterarse en lo más mínimo.

Fue así que yo me plantee dos cosas aparentemente separadas.

Estas son:

1. Pensé en el hombre haciendo gárgaras. Y en el sonido de las gárgaras. Imaginé incluso las gárgaras como una especie de lenguaje. Un idioma superior, incluso. Un lenguaje donde el significante permanecía incorrupto y distante de los hechos del mundo. Un idioma superior porque se fundaba sobre la idea de que todos los significados son transitorios. Igual que los hombres. Igual que las creencias de los hombres. Igual que lo que aman los hombres.

2. Pensé en la mujer y su hija. Y me centré en el instante de duda que pudo haber tenido la madre para intentar “salvar” a su hija. Así, terminé preguntándome sobre aquello por lo que estamos dispuestos a dar la vida sin siquiera cuestionarnos. Por último, yo mismo cuestioné ese algo y pensé en las razones que pueden llevar a un hombre a elegir aquello que sabe más valioso. Recordé los tiempos en que ese algo podía ser la patria, o una religión y quise compararlos con las ideas más aceptadas o aparentemente incuestionables, como arriesgar tu vida por tu hijo, por ejemplo. Pero no pude.

Y es que fue en ese instante cuando mi hijo se percató que el bus había llegado, frenando así mis pensamientos en el punto antes descrito, sin obtener conclusiones claras.

Guardamos nuestras mochilas.

Nos subimos al bus.

Pero no pudimos partir de inmediato porque llegó carabineros y una ambulancia.

La gente comentaba lo ocurrido.

Los paramédicos sacaron al chofer del auto accidentado.

Los carabineros tomaban declaraciones.

Fue entonces que mi hijo me comentó que el hombre de las gárgaras ya no hacía gárgaras y que se acercaba al lugar del accidente.

-Lleva otra botella con agua-, agregó.

No sé qué pensó mi hijo y para ser sincero tampoco recuerdo qué fue lo que pensé yo.

Pero ambos miramos en silencio.

Así, vimos al hombre de las gárgaras acercarse a los arbustos que habían sido arrancados, e intentar volver a ponerlos en su lugar. de alguna forma.

Luego, se despejó un poco la calle, partió el bus y nos fuimos.

-¿Servirá regar los arbustos arrancados? –me preguntó mi hijo.

-Quién sabe –le dije yo.

Horas más tarde, sin embargo, me di cuenta que yo sabía esa respuesta.

Y se la dije.

2 comentarios:

  1. Un motivo, cualquiera desata la creatividad e imaginación del escriotr. Interesante narrativa, su belleza reside en tantas interpretaciones como lectores o relectores lo disfruten.Característica de la semiótica de los textos. Un placer.

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