viernes, 17 de febrero de 2012

A propósito de un corredor keniata.


Entre las cosas extrañas que leo, me encuentro con una entrevista a un maratonista keniata cuya particularidad consiste en haber cronometrado, en las cuatro competencias oficiales en que ha participado, exactamente el mismo tiempo.

No recuerdo el nombre del corredor ni el tiempo específico, pero sí que todo era exacto hasta en los segundos, siendo además la mejor marca del corredor, teniendo en cuenta otras competencias preparatorias.

-Sé que doy el máximo –decía el keniata-, pero parece que el máximo de uno es algo limitado y no sé qué queda por hacer después que se alcanza.

La entrevista seguía entonces con otros temas relativos a su futuro deportivo, pues el tiempo logrado le permitía competir en las próximas olimpiadas.

Sin embargo, el keniata señalaba que aún no decidía si participar o no, justamente porque no creía que pudiese mejorar su marca.

-Es un buen tiempo –decía-, pero no es suficiente para obtener una medalla…

Imaginé entonces al keniata. O más bien, intenté imaginar el interior del keniata. El interior del keniata cuando va corriendo, para ser más específico… y justo entonces, recordé una situación similar que había vivido de pequeño.

Era una situación bastante estúpida, claro, pero guarda cierta relación con lo del corredor, así que la cuento brevemente.

Se trataba de batir un récord de permanecer bajo el agua. Un récord personal, claro, sin importancia alguna, salvo para mí. Me había mudado recién a la casa de mi abuelo, que tenía piscina, y como era pequeña como para hacer algo más, yo simplemente me metía bajo el agua y aguantaba la respiración.

Y claro, al igual que el keniata, recuerdo que yo alcanzaba el mismo tiempo cada vez, sin lograr superarlo; y al igual que lo que me ocurrió hoy con el keniata, sucedió que una vez, estando bajo el agua, me acordé de una situación similar, que le ocurría a una amiga algo mayor, que estudiaba física.

Pues bien, recuerdo que ella trabajaba en un proyecto que estaba relacionado con los pliegues. Es decir, calculaba cuántas veces podían doblarse ciertos materiales y descubría ciertos límites en la cantidad de pliegues posibles en cada sustancia.

Todo con una explicación profunda, claro, pero ella me lo contaba en ese entonces de forma sencilla. De hecho, las motivaciones de ella también eran simples, pues habían surgido tras observar la presentación de un contorsionista en un circo de barrio.

Ella me contó, de esta forma, que el contorsionista quería batir un récord metiéndose en una pequeña caja de vidrio, y, si bien lo logró, no pudo en cambio salir del recipiente, por lo que llegó una ambulancia, suspendiendo la función.

Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con el keniata y su cronometraje?

Pues no lo sé ciertamente, pero lo intuyo.

Y pienso que cada cosa, ser, o sustancia, intenta de alguna forma plegarse contra sí mismo. No importa si es corriendo maratones o aguantando la respiración o reduciendo nuestro cuerpo hasta ocupar el mínimo espacio posible.

Y es que supongo que todas esas acciones que aparentemente buscan sobrepasar límites, nos acercan en verdad a sobrepasar fronteras que tienen relación con nuestra propia sustancia, o con el cambio de esta.

Así, por ejemplo, recuerdo que mi amiga –la que estudiaba física-, me explicó que la única forma para que una sustancia pudiera doblarse más veces de lo que físicamente le era permitido, era cambiando su composición interna.

Ahora bien, ¿podemos hacerlo nosotros?

Sinceramente, pienso que sí, pero no voy a explayarme al respecto.

Como pista, sin embargo, les cuento que cuando recordé lo de pliegues, logré batir mi récord de permanecer bajo el agua. Asimismo, estoy seguro que si el keniata renuncia a competir en las olimpiadas, batirá también su récord.

De hecho, les aseguro, esta es la única forma posible.

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