lunes, 12 de diciembre de 2011

Vian, las espinas dentro y el zapato izquierdo.

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Estamos jugando al fútbol. No es un partido muy importante, pero a ratos me entusiasmo, y hasta corro. Lo malo de correr, sin embargo, es que para compensar, el cuerpo a veces se queda quieto, y es entonces cuando uno se ve algo inútil, en medio de la cancha.

Pues bien, eso era lo que estaba ocurriendo cuando se acerca una mujer hasta un costado del lugar.

-¡Teacher Vian…! –me grita. Y yo la observo.

Por un momento creo que se trata de una admiradora y que está iniciando un grito de aliento, pero luego atino a recordar que dijo “teacher” y es entonces cuando su rostro comienza a hacerse familiar y descubro en ella a una de las apoderadas de mi curso, una que no debiese estar aquí, por cierto, a varios kilómetros del colegio y cerca de las 12 de la noche, que es la hora en que acostumbramos jugar fútbol con mis amigos.

-¡Qué bueno que lo encuentro, teacher…! ¡Justo quería contarle algo…! –agrega, interrumpiendo la refriega.

-Eh, hola… -atino a decir-, ¿pero podemos hablar luego del partido, o es muy urgente…?

-Disculpe… No me di cuenta que estaba jugando… –se excusa.

Yo la miro y recuerdo que es mujer y que no tiene por qué saber que mi posición es estratégica y que mi aporte al equipo sigue siendo sustancial, aunque no lo parezca. Así que la perdono.

Con todo, intento participar más del juego para que no le queden dudas, pero debido a la desconcentración, principalmente, termino errando las oportunidades de gol que tuve, salvo una que se metió en mi propio arco, de forma lamentable.

-¡Es usted pésimo…! –me dice con un tono alegre, apenas terminado el partido.

Yo la observo y me abstengo de discutir, poniendo en cambio la otra mejilla, en silencio.

-Pero al menos da risa verlo –agrega ella, pensando que se trataba de una observación propicia.

Así, tras cambiar algunas frases de rigor, ella comienza a recordar qué era aquello que quería contarme:

-Usted sabrá que tengo dos hijas –me dice-, Tania y Tatiana. Ambas van al colegio, pero usted solo le hace clases a Tania…

-¿No es a Tatiana?

-Eh… eso, Tatiana, la más feíta… -se corrige-. Pues bien, resulta que entre mis dos hijas las peleas abundan, y continuamente debo estarlas separando y castigando, aunque las cosas no mejoran, para ser sincera…

-Mmm… -digo yo.

-Ahora bien –continúa ella-, el punto es que hace un par de días ha llegado un ramito de rosas a la casa, y Tatiana, a pesar de que el ramo era para su hermana, ha guardado las flores y ante el reclamo de Tania, ha preferido comérselas, que entregalas…

-¿Tatiana se comió las flores…?

-Sí, pero no me haga repetir las cosas, por favor…

-Disculpe.

-¿En qué iba…?

-En que no le hiciera repetir las cosas…

-No, me refiero a si ya le dije lo de las espinas…

-No.

-Ah, sigo entonces… -ella toma aire y vuelve a la historia-. Pasó así que Tatiana, luego de haber cometido este acto desleal con su hermana, comenzó a dar importantes muestras de dolor, que yo juzgué en primera instancia como arrepentimiento… pero luego, sin embargo, ella me indicó que el dolor se producía debido a que tenía espinas dentro…

-Porque se comió las rosas…

-Claro, eso pensé, pero tras hacerle varios exámenes el doctor me envió a hablar con usted.

-¿Conmigo?

-Sí, ya le dije que no me haga repetir lo que digo…

-Disculpe.

-Ok, no se preocupe… ¿pero qué le decía?

-Que no le hiciera repetir lo que dice…

-¡No…! –dice ofuscada-, era de la historia de las espinas… ¿ya le dije lo de la metáfora?

-No.

-Bueno, es que es eso… O sea, el doctor me dijo que no se trataba de espinas reales, sino que todo ese asunto era en realidad una metáfora…

-¿Pero acaso no se comió unas rosas de verdad?

-No sé, realmente… es decir, eso creí yo, pero el doctor era un poco extraño y me dijo algo así como que Tania era solo un diminutivo de Tatiana y que yo solo tenía una hija y que todo era en realidad metáfora de otra cosa…

-¿De qué cosa?

-No sé. Eso le pregunté y ahí fue cuando me mandó a hablar con usted, que es profe de lenguaje.

-¿Y quiere que yo le aclare el asunto de las metáforas?

-Sí, pero primero quiero que me ayude a sacar las espinas de Tatiana, para que el dolor se vaya fuera.

-¿Pero y si las espinas son metáforas?

-¿Qué pasa si son metáforas?

-Que tal vez no se puedan sacar, y puede que haya entonces que buscar otro tratamiento…

-Pero y el dolor –insiste la mujer-, ¿será también metáfora de otra cosa o ese en realidad existe…? ¿Qué cree usted?

-Creo que el dolor existe aunque sea metáfora de otra cosa, pero el asunto no es sacarlo, sino podarlo…

-¿Me está hueveando?

-Eh… no… yo quería hablarle en serio…

-Dice que me habla en serio y habla de podar el dolor de mi hija…

-No el dolor mismo –aclaro-, sino aquello que le produce dolor…

-¿Y cree que sirva hacer eso?

-Mmm… puede servir, creo yo.

-¿Y puede hacerse ya mismo?

-No, para podar, primero tienen que crecer las cosas…

-No son cosas, sino rosas –me interrumpe.

-Las rosas eran metáforas, recuerde… metáforas de cosas que deben crecer antes de ser podadas…

-¿Y mientras tanto? ¿Qué quiere usted que haga, mientras tanto?

-Para empezar puede dejar que me vaya a mi casa, porque ya son la una y debo bañarme y cocinar y escribir un poco…

-Pero dejar que se vaya es no hacer nada…

-Mmm, es cierto… entonces siéntese al lado de su hija y lea “El corazón es un cazador solitario”, de Carson Mc Cullers…

-¿Qué le lea el libro a Tatiana?

-No, léalo usted, al lado de ella, y ya va a ver que ayuda.

-¿Y luego?

-Nada, no se preocupe, el libro puede servir como un manual, si lo escucha bien.

Ella entonces toma nota, y parece calmarse un poco, mientras escribe.

-¿Puedo devolverle el favor? –me dice de improciso, finalmente.

-Puede, pero no me gusta mezclar el sexo con consultas laborales –le aclaro.

-No se preocupe –señala-, me refería a darle un consejo, para cuando intente jugar al fútbol, nuevamente…

-Ah.

-Póngase el zapato izquierdo en el pie izquierdo –me dice.

-¿Es una metáfora? -pregunto esperanzado.

-No –contesta ella.

Y se va.

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