“¿Distingues los árboles por la corteza?”
Alice Munro.
.Alice Munro.
Liza decidió perdonar a Stella, pero no pudo.
Es decir, fue más que una intención, ya que Liza había decidido aquello sin guardarse nada, pues quería ciertamente que las cosas mejorasen.
Por ejemplo, si hubiese podido apretar un botón para que el daño que había recibido se borrase, y no quedara rastro en ningún sitio, Liza sin duda lo habría apretado, incluso con el riesgo que Stella volviese a equivocarse nuevamente… Pero el punto era otro, claro, y ella lo sabía.
Y es que de existir ese botón, pensaba Liza, era muy posible que las cosas se olvidaran, pero hablar de perdón ya era otra cosa. Porque el perdón tenía siempre relación con la existencia de un daño, y los daños no siempre son fruto directo de los hechos, y existen más allá de las historias concretas, casi como sensaciones…
De hecho, Liza había concluido que los daños estaban en uno desde antes, aunque no supiese explicar bien qué era lo que significaba aquella frase.
Fue así que un día Liza, mientras regaba sus plantas –años después de haber decidió perdonar a Stella-, creyó entender que lo que había que perdonar, era la vida misma.
Es decir, había que mirar todo desde lejos… Nada de nombres, ni de bordes entre las cosas, ya que si había que perdonar había que perdonar todo, pensó. Además cada una de las cosas se encontraba siempre sostenida en otra, y la existencia no podía existir de una manera ajena a esta verdad.
Y claro, Liza intentó entonces poner en práctica esa nueva comprensión. Y se esforzó por perdonar a todo cuanto la rodeaba, sin culpar a nadie por lo que sucedía pues todo debía tener una razón de ser, y el daño era parte de la vida… y todo debía formar parte de un extraño equilibrio…, pensaba.
Sin embargo –y esto también ocurrió con el tiempo-, Liza fue comprendiendo que perdonar a la vida era una empresa que la sobrepasaba totalmente, y que tan solo expresar aquella idea era ya un acto de egoísmo del que no se sentía capaz, y que la llevó a repudiar su propia naturaleza.
Así, tras experimentar una serie de sensaciones de las que Liza no se había imaginado capaz, sucedió que un día ella sintió estar al interior de un pozo. Un pozo al que se había metido por propia voluntad al decidir perdonar a Stella y luego perdonar a la vida misma, pues había elegido justamente las acciones que más hondo nos llevan, y las que menos comprensión revelan, a fin de cuentas, sobre nosotros mismos…
Y claro, sucedió finalmente que Liza, mientras regaba sus plantas –años después de haber decidido perdonar a Stella y años después de haber decidido perdonar a la vida-, comprendió que a quien debía, y podía perdonar, era exclusivamente a sí misma.
De esta forma, Liza logró entender la forma total de su equivocación, y sintió que el daño que le produjeron los años perdidos, era también similar a un pozo, uno que ella misma hubiese construido en el centro de su corazón, como un refugio oscuro, y equívoco.
Y claro, fue entonces que Liza lloró largamente.
Pero su llanto no fue amargo, sino dulce.
Y quiso compartirlo con Stella.
Es decir, fue más que una intención, ya que Liza había decidido aquello sin guardarse nada, pues quería ciertamente que las cosas mejorasen.
Por ejemplo, si hubiese podido apretar un botón para que el daño que había recibido se borrase, y no quedara rastro en ningún sitio, Liza sin duda lo habría apretado, incluso con el riesgo que Stella volviese a equivocarse nuevamente… Pero el punto era otro, claro, y ella lo sabía.
Y es que de existir ese botón, pensaba Liza, era muy posible que las cosas se olvidaran, pero hablar de perdón ya era otra cosa. Porque el perdón tenía siempre relación con la existencia de un daño, y los daños no siempre son fruto directo de los hechos, y existen más allá de las historias concretas, casi como sensaciones…
De hecho, Liza había concluido que los daños estaban en uno desde antes, aunque no supiese explicar bien qué era lo que significaba aquella frase.
Fue así que un día Liza, mientras regaba sus plantas –años después de haber decidió perdonar a Stella-, creyó entender que lo que había que perdonar, era la vida misma.
Es decir, había que mirar todo desde lejos… Nada de nombres, ni de bordes entre las cosas, ya que si había que perdonar había que perdonar todo, pensó. Además cada una de las cosas se encontraba siempre sostenida en otra, y la existencia no podía existir de una manera ajena a esta verdad.
Y claro, Liza intentó entonces poner en práctica esa nueva comprensión. Y se esforzó por perdonar a todo cuanto la rodeaba, sin culpar a nadie por lo que sucedía pues todo debía tener una razón de ser, y el daño era parte de la vida… y todo debía formar parte de un extraño equilibrio…, pensaba.
Sin embargo –y esto también ocurrió con el tiempo-, Liza fue comprendiendo que perdonar a la vida era una empresa que la sobrepasaba totalmente, y que tan solo expresar aquella idea era ya un acto de egoísmo del que no se sentía capaz, y que la llevó a repudiar su propia naturaleza.
Así, tras experimentar una serie de sensaciones de las que Liza no se había imaginado capaz, sucedió que un día ella sintió estar al interior de un pozo. Un pozo al que se había metido por propia voluntad al decidir perdonar a Stella y luego perdonar a la vida misma, pues había elegido justamente las acciones que más hondo nos llevan, y las que menos comprensión revelan, a fin de cuentas, sobre nosotros mismos…
Y claro, sucedió finalmente que Liza, mientras regaba sus plantas –años después de haber decidido perdonar a Stella y años después de haber decidido perdonar a la vida-, comprendió que a quien debía, y podía perdonar, era exclusivamente a sí misma.
De esta forma, Liza logró entender la forma total de su equivocación, y sintió que el daño que le produjeron los años perdidos, era también similar a un pozo, uno que ella misma hubiese construido en el centro de su corazón, como un refugio oscuro, y equívoco.
Y claro, fue entonces que Liza lloró largamente.
Pero su llanto no fue amargo, sino dulce.
Y quiso compartirlo con Stella.
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