“Me siento como si fuese un animal…
¡Peor…!
Soy un animal que no conozco…”
Agnes Varda.
.¡Peor…!
Soy un animal que no conozco…”
Agnes Varda.
Secretamente he estado subiendo a algunas grúas.
Algunas veces a escondidas y otras con un permiso obtenido de mala forma he ido avanzando en un proyecto que se ha ido construyendo en el camino y que consiste en grabar dichos ascensos, y “hablar”, durante ellos.
Por lo general subo con una pequeña mochila en la que llevo algún libro y un termo con café, pues suelo subir de noche, y hay frío. Así, una vez arriba, puedo tomarme un vaso mientras leo algún fragmento, que por lo general coincide con cierta sensación que experimento siempre que llego a la parte más alta.
Las razones son varias y supongo que no serán concretas, pero tienen que ver con algo tan simple como sentirme vivo, superar el miedo a las alturas y acercarme a esos seres que desde siempre me han atraído de una manera especial, tal como he contado, según recuerdo, en alguna otra entrada.
Con todo, al subir de noche, lo que se ve desde arriba es casi siempre un lugar dormido, con muy poco movimiento… tanto que existen ocasiones en que he llegado a sentir que al subir a ese reino todo abajo se ha sumido en un tiempo extraño, muerto casi, a partir de esa distancia.
El ascenso a dichos lugares, por cierto, es peligroso. No hay arnés para sujetarse y las escalas suelen acabarse en la primera base y luego hay que trepar por escalones bastante espaciados unos de otros y la estructura suele tambalearse un poco, mientras uno avanza.
A pesar de todo, y para sorpresa mía, no he sentido miedo en dicho ascenso. O más bien, el miedo suele estar asociado a que me descubran en la grúa, con lo que todo puede acabar en un sinnúmero de problemas como la vez de hace dos semanas en que un guardia llamó a carabineros y estuve detenido hasta el otro día, aunque sin mayores complicaciones.
Un par de amigos saben de esto y me han conseguido una cámara de bastante buena calidad, que ha permitido juntar un material suficiente como para transformar aquello en una creación, si no interesante, al menos extraña…
Sin embargo, hasta el día de hoy solo yo he revisado el material, y creo que la naturaleza de lo que hablo allá arriba es tan íntimo, que no podría compartirlo así sin más, sin sentirme plenamente expuesto... y débil incluso, hasta el punto de poder llegar a asustar, a quienes te aprecian…
Por otro lado, debo admitir que prácticamente siempre está presente la posibilidad de caer desde lo alto –tanto involuntaria como voluntariamente-, quizá para darle el último tono y el final espectacular a aquel proyecto, pero también porque es un paso lógico luego de llegar hasta lo alto.
Y es que bajar, les confieso, es casi siempre una derrota. Sobre todo porque bajas a los diálogos de siempre, al trabajo que a veces colinda con lo absurdo y a la relación con los otros donde siempre suelen existir barreras de protección que no existen allá arriba, sobre la grúa… compartiendo con ella. Totalmente conectados… y cercanos.
Y claro, es triste que esa sensación de comprensión, y de comodidad, no se nos dé con otros seres; y que esa plenitud esté tan lejos de nuestras acciones cotidianas.
Así, a veces pienso que un buen final –excluyendo las acciones trágicas-, podría ser subir con mi hijo, o poder encontrarme con los ojos de alguien, allá arriba, a quien todavía desconozco…
Ojos que te miren de frente y en los cuales descubras un sentido nuevo, un color que existía desde antes y que no habías visto… algo en qué creer, en definitiva, nuevamente, más allá de toda comparación, o metáfora…
Una semilla de humanidad, finalmente.
Un poquito de fe.
Algunas veces a escondidas y otras con un permiso obtenido de mala forma he ido avanzando en un proyecto que se ha ido construyendo en el camino y que consiste en grabar dichos ascensos, y “hablar”, durante ellos.
Por lo general subo con una pequeña mochila en la que llevo algún libro y un termo con café, pues suelo subir de noche, y hay frío. Así, una vez arriba, puedo tomarme un vaso mientras leo algún fragmento, que por lo general coincide con cierta sensación que experimento siempre que llego a la parte más alta.
Las razones son varias y supongo que no serán concretas, pero tienen que ver con algo tan simple como sentirme vivo, superar el miedo a las alturas y acercarme a esos seres que desde siempre me han atraído de una manera especial, tal como he contado, según recuerdo, en alguna otra entrada.
Con todo, al subir de noche, lo que se ve desde arriba es casi siempre un lugar dormido, con muy poco movimiento… tanto que existen ocasiones en que he llegado a sentir que al subir a ese reino todo abajo se ha sumido en un tiempo extraño, muerto casi, a partir de esa distancia.
El ascenso a dichos lugares, por cierto, es peligroso. No hay arnés para sujetarse y las escalas suelen acabarse en la primera base y luego hay que trepar por escalones bastante espaciados unos de otros y la estructura suele tambalearse un poco, mientras uno avanza.
A pesar de todo, y para sorpresa mía, no he sentido miedo en dicho ascenso. O más bien, el miedo suele estar asociado a que me descubran en la grúa, con lo que todo puede acabar en un sinnúmero de problemas como la vez de hace dos semanas en que un guardia llamó a carabineros y estuve detenido hasta el otro día, aunque sin mayores complicaciones.
Un par de amigos saben de esto y me han conseguido una cámara de bastante buena calidad, que ha permitido juntar un material suficiente como para transformar aquello en una creación, si no interesante, al menos extraña…
Sin embargo, hasta el día de hoy solo yo he revisado el material, y creo que la naturaleza de lo que hablo allá arriba es tan íntimo, que no podría compartirlo así sin más, sin sentirme plenamente expuesto... y débil incluso, hasta el punto de poder llegar a asustar, a quienes te aprecian…
Por otro lado, debo admitir que prácticamente siempre está presente la posibilidad de caer desde lo alto –tanto involuntaria como voluntariamente-, quizá para darle el último tono y el final espectacular a aquel proyecto, pero también porque es un paso lógico luego de llegar hasta lo alto.
Y es que bajar, les confieso, es casi siempre una derrota. Sobre todo porque bajas a los diálogos de siempre, al trabajo que a veces colinda con lo absurdo y a la relación con los otros donde siempre suelen existir barreras de protección que no existen allá arriba, sobre la grúa… compartiendo con ella. Totalmente conectados… y cercanos.
Y claro, es triste que esa sensación de comprensión, y de comodidad, no se nos dé con otros seres; y que esa plenitud esté tan lejos de nuestras acciones cotidianas.
Así, a veces pienso que un buen final –excluyendo las acciones trágicas-, podría ser subir con mi hijo, o poder encontrarme con los ojos de alguien, allá arriba, a quien todavía desconozco…
Ojos que te miren de frente y en los cuales descubras un sentido nuevo, un color que existía desde antes y que no habías visto… algo en qué creer, en definitiva, nuevamente, más allá de toda comparación, o metáfora…
Una semilla de humanidad, finalmente.
Un poquito de fe.
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