“Hemos hecho un pacto entre hombres y autos.
Si el hombre los abandona, morirán sin protestar.
Su conciencia volverá a hundirse en la masa de todos ellos”.
Juan Emar
.Si el hombre los abandona, morirán sin protestar.
Su conciencia volverá a hundirse en la masa de todos ellos”.
Juan Emar
Miro la habitación desde fuera. La rodeo. Desconfío incluso de ella, como si otro yo estuviese dentro. Pero no. El asunto no es dar vueltas, sino avanzar. Y uno no avanza rodeando sino alejándose o acercándose de una forma distinta hacia los otros y las otras cosas.
No se trata, sin embargo, de cambiar de punto de vista. Es decir, no es ajustar la distancia lo que ha de dar frutos, ni lo que ha de resultar necesario, a fin de cuentas. Se trata más bien de darnos cuenta de aquello que no es nuestro, de aquello que podemos abandonar, para sentir que somos nosotros mismos.
Hoy mismo, por ejemplo, iba caminando cerca de una avenida, cuando de pronto me distraigo mirando una discusión en un atasco de tránsito. Gritos hacia un lado y hacia otro, bocinas, amenazas, y desesperación a fin de cuentas porque no se podía avanzar, y se hacía tarde.
Si el auto del hombre que grita fuese más pequeño -me dije entonces-, como del tamaño de una persona normal, aproximadamente, podría pasar entre los otros y no habría atasco…
Y bueno, tras mi solución algo absurda, seguí caminando hasta que de pronto me di cuenta de algo que sentí casi como una desgracia: pisé mierda.
Y es que ahí, en medio de la vereda, había caca. Y como uno iba aún buscando soluciones a los conflictos viales resulta que como premio, uno se ensucia y pisa mierda.
Ahora bien, mientras me sentía molesto por el acontecimiento –casi apesadumbrado, incluso-, comprendí de pronto que eso no era realmente una desgracia, y que todo era más simple de lo que a primera vista parecía. Es decir, entendí de pronto que mi pie estaba limpio, y que lo que se había ensuciado no era realmente yo… o sea, no era parte de mí, al menos, sino que era un accesorio: un zapato.
Así, tras esta revelación, me quité el zapato… y a continuación fue el éxtasis…
Quizá no lo comprendan de la misma forma, pero sentí tal libertad al darme cuenta que lo que estaba sucio no era yo, que no solo me saqué el zapato, sino que luego seguí con el calcetín y luego hice lo mismo con el otro pie… ¡Libertad absoluta!
Corrí entonces, consciente de la importancia de mi descubrimiento, feliz del abandono de aquello a lo que a veces tanto nos apegamos sin distinguir bordes… ¡y todo parecía tan simple! Los hombres podían abandonar sus autos, los trabajadores abandonar sus deudas, los escolares abandonar sus mochilas… nada era esencial… ¡es imposible abandonarnos a nosotros mismos!, comencé a gritar entonces, por las calles, compartiendo mi visión…
Con todo, debo reconocer que prácticamente nadie pareció reparar en mi mensaje, pero al menos, siento que cumplí con mi deber. Y eso me deja tranquilo.
Y es que hay una belleza tan refrescante en abandonar las cosas, o en comprender al menos que podemos abandonarlas, que me sentí de pronto como un recién nacido…
Así, finalmente, mirando mi habitación desde fuera, comprendí que mis libros también podían abandonarse, y que eso no alteraba de forma alguna quién soy yo, ni qué necesito…
No quiero decir que vaya a abandonarlos de inmediato, o que haya dejado de tenerles afecto, pero supongo que hay que estar atento a cuando las cosas comienzan a dejarnos en un atasco, o cuando comienzan a ensuciarse y a contaminarnos a nosotros mismos.
De esta forma -esta noche-, creo que dormiré un poco más consciente de la elección que supone quedarnos con las cosas o junto a los seres que amamos.
Y claro: mañana será otro día.
No se trata, sin embargo, de cambiar de punto de vista. Es decir, no es ajustar la distancia lo que ha de dar frutos, ni lo que ha de resultar necesario, a fin de cuentas. Se trata más bien de darnos cuenta de aquello que no es nuestro, de aquello que podemos abandonar, para sentir que somos nosotros mismos.
Hoy mismo, por ejemplo, iba caminando cerca de una avenida, cuando de pronto me distraigo mirando una discusión en un atasco de tránsito. Gritos hacia un lado y hacia otro, bocinas, amenazas, y desesperación a fin de cuentas porque no se podía avanzar, y se hacía tarde.
Si el auto del hombre que grita fuese más pequeño -me dije entonces-, como del tamaño de una persona normal, aproximadamente, podría pasar entre los otros y no habría atasco…
Y bueno, tras mi solución algo absurda, seguí caminando hasta que de pronto me di cuenta de algo que sentí casi como una desgracia: pisé mierda.
Y es que ahí, en medio de la vereda, había caca. Y como uno iba aún buscando soluciones a los conflictos viales resulta que como premio, uno se ensucia y pisa mierda.
Ahora bien, mientras me sentía molesto por el acontecimiento –casi apesadumbrado, incluso-, comprendí de pronto que eso no era realmente una desgracia, y que todo era más simple de lo que a primera vista parecía. Es decir, entendí de pronto que mi pie estaba limpio, y que lo que se había ensuciado no era realmente yo… o sea, no era parte de mí, al menos, sino que era un accesorio: un zapato.
Así, tras esta revelación, me quité el zapato… y a continuación fue el éxtasis…
Quizá no lo comprendan de la misma forma, pero sentí tal libertad al darme cuenta que lo que estaba sucio no era yo, que no solo me saqué el zapato, sino que luego seguí con el calcetín y luego hice lo mismo con el otro pie… ¡Libertad absoluta!
Corrí entonces, consciente de la importancia de mi descubrimiento, feliz del abandono de aquello a lo que a veces tanto nos apegamos sin distinguir bordes… ¡y todo parecía tan simple! Los hombres podían abandonar sus autos, los trabajadores abandonar sus deudas, los escolares abandonar sus mochilas… nada era esencial… ¡es imposible abandonarnos a nosotros mismos!, comencé a gritar entonces, por las calles, compartiendo mi visión…
Con todo, debo reconocer que prácticamente nadie pareció reparar en mi mensaje, pero al menos, siento que cumplí con mi deber. Y eso me deja tranquilo.
Y es que hay una belleza tan refrescante en abandonar las cosas, o en comprender al menos que podemos abandonarlas, que me sentí de pronto como un recién nacido…
Así, finalmente, mirando mi habitación desde fuera, comprendí que mis libros también podían abandonarse, y que eso no alteraba de forma alguna quién soy yo, ni qué necesito…
No quiero decir que vaya a abandonarlos de inmediato, o que haya dejado de tenerles afecto, pero supongo que hay que estar atento a cuando las cosas comienzan a dejarnos en un atasco, o cuando comienzan a ensuciarse y a contaminarnos a nosotros mismos.
De esta forma -esta noche-, creo que dormiré un poco más consciente de la elección que supone quedarnos con las cosas o junto a los seres que amamos.
Y claro: mañana será otro día.
hola! good night, cada que puedo leerte lo hago, y siempre me dejas un buen sabor .. te dejo una rolita, saludos..
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=Z0mnLrqcSkQ
Gracias...
ResponderEliminarEs como una de las enseñanzas budistas...
ResponderEliminarEs extraño, y de pronto no es a lo que va su historia, pero me quede pensando en eso de que es imposible abandonarnos a nosotros mismos, lo único que no se puede abandonar (al menos vivos, supongo). A veces pienso que sería lindo poder tener ese desprendimiento, que tan maravillado lo dejo, con nosotros mismo, y que sea posible seguir viviendo... Quizá ahí entra eso de jugar a que la vida tiene heterónimos, divago señor Vian.
Saludos!
Y yo, te descubrí hace súper poco y no había vuelto. Ahora que vuelvo me has dejado un buen sabor, porque tu historia calza perfecto con lo que viví hoy y seguramente querré recordarlo.
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