I.
Por razones económicas y por tradición –la tradición de la mala situación económica-, vuelvo a comprar entradas para el teatro municipal, de esas con visión reducida y que permiten tener una apreciación de las presentaciones desde un ángulo casi imposible, desde el cual la obra vista suele presentar aspectos que pasan desapercibidos por muchos otros espectadores.
Hoy se trata de una adaptación en ballet de la ópera Madame Butterfly, situación a la que, además de la visión parcial, debo sumarle la molestia de dos chicas de unos trece años que se sientan a un costado y que deben hacer un informe de lo visto, aunque no sé bien con qué propósito.
-¿Madame Butterfly, cierto? –me pregunta una de las chicas, mientras enciende una linterna, para tomar apuntes.
-No. Vian –les digo, pero mi humor las supera.
Luego ambas siguen discutiendo sobre si es Madame Butterfly o Madame Butterscotch, pero justo entonces alguien las hace callar, y no sé que resuelven, sobre aquello.
II.
La primera parte debo reconocer que resulta algo lenta. La adaptación musical está bien llevada, pero me parece al menos un tanto sencilla, y con poca fuerza, por momentos.
Los primeros bailarines coquetean con el kabuki, pero los varones no logran coordinar bien y sus movimientos no terminan de resultar armónicos.
La belleza, sin embargo, de un par de bailarinas –la liviandad de la que hacía a Butterfly resultaba sublime-, salva y mantiene en alto el espectáculo hasta la partida del esposo, que se dilata un poco más de lo recomendable y que hace perder unidad a la obra, a la vez que el escenario parece algo abandonado.
Luego viene el intermedio, y las chicas se lanzan al ataque.
III.
-¿Puedo preguntarle algo? -me pregunta una de las chicas.
-Es que debemos hacer un informe- complementa la otra.
Yo acepto.
-¿Es normal que a algunas coreografías parezcan faltarle la mitad de bailarines? –me preguntan ambas, con toda seriedad.
Al principio no entiendo la pregunta, pero luego me doy cuenta del equívoco y trato de explicarles que desde donde estamos no alcanza a verse parte del escenario.
-¿Y pasan cosas en esa parte del escenario? –insisten.
-¿Cómo…?
-¿Que si pasan cosas ahí…? Es decir, ¿bailan o actúan ahí?
Las chicas parecen sorprendidas. Como si las hubiesen estafado.
-Claro que pasan –les digo-, pero es como esas partes del mundo de las que nada se dice, no aportan mucho, pero sirven para darle simetría a lo que ocurre… al menos en la danza.
-¿Qué partes del mundo? –dice una.
La otra la mira y le hace un gesto para no complicarse.
-A mí me habían contado que la chinita se mataba –me dice entonces una, mientras se iba del lugar.
-Es solo el intermedio –les digo yo, peo parecen no creerme, así que lo confirman con otras personas.
IV.
La segunda parte abre con la ronda de los duelos y mejora algo musicalmente. Salen algunos personajes innecesarios, pero con una técnica que enriquece un tanto el espectáculo.
Con todo, las chicas no paran de sacar medio cuerpo desde los balcones para ver los sectores que no divisamos a simple vista.
-¿Y quién es ese cabro chico? –pregunta una, apenas ve salir al hijo de la Butterfly.
-¡No puede ser su hijo…! Si el tipo apenas bailó con ella,- dice la otra.
Sin embargo, a medida que avanza el ballet ellas se convencen que sí, que es el hijo, y que deben haberlo concebido en el sector del escenario que no habían visto.
Algunas personas alegan a una encargada parta que saque a las chicas, pero ellas vuelven a comprometerse respecto al silencio, y la situación no pasó a mayores.
Por último, en la escena final, sale una soprano a acompañar a Butterfly para el último canto, aunque las chicas tampoco deben haber visto a esa mujer y quizá cómo pensaron que se realizó aquello.
V.
¿Saben?
Pensaba contarles del informe que al final terminé ayudando a que hicieran aquellas chicas. Pero quizá sonará algo peyorativo.
Y la verdad es que se me ha hecho tarde hoy, y creo que en el fondo la historia no tiene, ciertamente, mucha gracia.
Y es que quizá yo también estoy mal-adaptándome, después de todo, y eso es lo que más me importa, por ahora.
Así, de a poco pienso que he ido acostumbrándome a esto de la visión parcial, y hasta siento que es más fácil ver las cosas así, incompletas, para no articular todo el significado.
De hecho, mis propios textos cada día pierden un poco más de gracia –si la hubo en algún momento-, y hablan cada vez de menos cosas.
De esta forma, finalmente, creo que me voy a dar el lujo de dejar también este texto inacabado, aunque les recomiendo pensar que tiene sin duda un sentido completo y que ustedes tuvieron la mala suerte de ver solo algún fragmento, por una razón X.
Son las 3:20 de la mañana, no dormí ayer y me levanto en menos de tres horas para asistir a unas jornadas pedagógicas donde gente que no hace clases intentará motivarnos para seguir mejorándolas…
Créanme que cada día comprendo menos, de todo esto.
Este es mi propio informe.
Inacabado, sin duda, y con visión parcial.
Por razones económicas y por tradición –la tradición de la mala situación económica-, vuelvo a comprar entradas para el teatro municipal, de esas con visión reducida y que permiten tener una apreciación de las presentaciones desde un ángulo casi imposible, desde el cual la obra vista suele presentar aspectos que pasan desapercibidos por muchos otros espectadores.
Hoy se trata de una adaptación en ballet de la ópera Madame Butterfly, situación a la que, además de la visión parcial, debo sumarle la molestia de dos chicas de unos trece años que se sientan a un costado y que deben hacer un informe de lo visto, aunque no sé bien con qué propósito.
-¿Madame Butterfly, cierto? –me pregunta una de las chicas, mientras enciende una linterna, para tomar apuntes.
-No. Vian –les digo, pero mi humor las supera.
Luego ambas siguen discutiendo sobre si es Madame Butterfly o Madame Butterscotch, pero justo entonces alguien las hace callar, y no sé que resuelven, sobre aquello.
II.
La primera parte debo reconocer que resulta algo lenta. La adaptación musical está bien llevada, pero me parece al menos un tanto sencilla, y con poca fuerza, por momentos.
Los primeros bailarines coquetean con el kabuki, pero los varones no logran coordinar bien y sus movimientos no terminan de resultar armónicos.
La belleza, sin embargo, de un par de bailarinas –la liviandad de la que hacía a Butterfly resultaba sublime-, salva y mantiene en alto el espectáculo hasta la partida del esposo, que se dilata un poco más de lo recomendable y que hace perder unidad a la obra, a la vez que el escenario parece algo abandonado.
Luego viene el intermedio, y las chicas se lanzan al ataque.
III.
-¿Puedo preguntarle algo? -me pregunta una de las chicas.
-Es que debemos hacer un informe- complementa la otra.
Yo acepto.
-¿Es normal que a algunas coreografías parezcan faltarle la mitad de bailarines? –me preguntan ambas, con toda seriedad.
Al principio no entiendo la pregunta, pero luego me doy cuenta del equívoco y trato de explicarles que desde donde estamos no alcanza a verse parte del escenario.
-¿Y pasan cosas en esa parte del escenario? –insisten.
-¿Cómo…?
-¿Que si pasan cosas ahí…? Es decir, ¿bailan o actúan ahí?
Las chicas parecen sorprendidas. Como si las hubiesen estafado.
-Claro que pasan –les digo-, pero es como esas partes del mundo de las que nada se dice, no aportan mucho, pero sirven para darle simetría a lo que ocurre… al menos en la danza.
-¿Qué partes del mundo? –dice una.
La otra la mira y le hace un gesto para no complicarse.
-A mí me habían contado que la chinita se mataba –me dice entonces una, mientras se iba del lugar.
-Es solo el intermedio –les digo yo, peo parecen no creerme, así que lo confirman con otras personas.
IV.
La segunda parte abre con la ronda de los duelos y mejora algo musicalmente. Salen algunos personajes innecesarios, pero con una técnica que enriquece un tanto el espectáculo.
Con todo, las chicas no paran de sacar medio cuerpo desde los balcones para ver los sectores que no divisamos a simple vista.
-¿Y quién es ese cabro chico? –pregunta una, apenas ve salir al hijo de la Butterfly.
-¡No puede ser su hijo…! Si el tipo apenas bailó con ella,- dice la otra.
Sin embargo, a medida que avanza el ballet ellas se convencen que sí, que es el hijo, y que deben haberlo concebido en el sector del escenario que no habían visto.
Algunas personas alegan a una encargada parta que saque a las chicas, pero ellas vuelven a comprometerse respecto al silencio, y la situación no pasó a mayores.
Por último, en la escena final, sale una soprano a acompañar a Butterfly para el último canto, aunque las chicas tampoco deben haber visto a esa mujer y quizá cómo pensaron que se realizó aquello.
V.
¿Saben?
Pensaba contarles del informe que al final terminé ayudando a que hicieran aquellas chicas. Pero quizá sonará algo peyorativo.
Y la verdad es que se me ha hecho tarde hoy, y creo que en el fondo la historia no tiene, ciertamente, mucha gracia.
Y es que quizá yo también estoy mal-adaptándome, después de todo, y eso es lo que más me importa, por ahora.
Así, de a poco pienso que he ido acostumbrándome a esto de la visión parcial, y hasta siento que es más fácil ver las cosas así, incompletas, para no articular todo el significado.
De hecho, mis propios textos cada día pierden un poco más de gracia –si la hubo en algún momento-, y hablan cada vez de menos cosas.
De esta forma, finalmente, creo que me voy a dar el lujo de dejar también este texto inacabado, aunque les recomiendo pensar que tiene sin duda un sentido completo y que ustedes tuvieron la mala suerte de ver solo algún fragmento, por una razón X.
Son las 3:20 de la mañana, no dormí ayer y me levanto en menos de tres horas para asistir a unas jornadas pedagógicas donde gente que no hace clases intentará motivarnos para seguir mejorándolas…
Créanme que cada día comprendo menos, de todo esto.
Este es mi propio informe.
Inacabado, sin duda, y con visión parcial.
=)
ResponderEliminarCon sueño y todo, has logrado motivarme una sonrisa!
Un abrazo.
Gracias :) Saludos
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