sábado, 17 de diciembre de 2011

¡Cuánta hambre, Barrabás!

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“Querer saber,
para que al fin me devorasen”
G. A.
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Tú eres mi hijo, Barrabás. Mi verdadero hijo. El que enseñó al padre que estaba equivocado. El bastardo. El asesino. El despreciado.

Barrabás, el zelote. Profeta sin lengua. Sol negro. Carroña. Hombre enmurallado.

Barrabás.

¡Cuánta hambre, Barrabás!

¡Y el secreto de todo es entender tu hambre…!

No es libertad.

No es muerte.

No es sangre.

Y es que tú eres mi hijo, Barrabás. Pero además eres mi padre.

Y duele ver a un padre derrotado.

Equivocaron de Dios los que escribieron los libros. No vieron tu nombre. No supieron.

Y es que era sencillo venerar al débil. Bajarlo de la cruz. Resucitarlo.

Y claro, así se borran las historias, y hasta se va apagando el fuego que había venido a quemar al mundo.

¡Cuánta hambre, Barrabás!

¡Cuánto fuego desperdiciado…!

Y es que las ciudades crecieron, Barrabás. Las ciudades se curvaron. Pero nada, salvo el hombre, se vino abajo.

¡Si los vieras, Barrabás…! ¡Si los vieras allá abajo, creyéndose salvos!

Revolcándose. Comiendo tierra. Sintiéndose sensatos.

¡Cuánta farsa, Barrabás…!

Hijo oscuro. Padre triste. Hermano derrotado.

Hijo del padre: Bar Abbás. ¡Cuánta hambre…!

Mejor tomar al mundo como a un cuchillo por el filo, y empuñarlo.

Estoy listo, Barrabás… Que el hombre se levante ahora que aún es tiempo.

¡Cuánta hambre, Barrabás!

¡Cuánta hambre…!

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