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Estaba despegando la etiqueta de una cerveza cuando sucedió. Era una Escudo, de litro, heladita y común como cualquier otra y yo uno más de los cientos de miles que tenemos la mala costumbre de arrancarles la etiqueta, generalmente cuando nos quedamos solos y empezamos a cuestionarnos si vale o no la pena seguir tomando.
Pues bien, en eso estaba cuando de pronto, justo cuando arrancaba los últimos restos de papel, vi como un ser extraño surgía de la botella. Observé entonces cómo el ser aquel comenzaba a aumentar de tamaño a medida que salía de mi cerveza, vestido con una extraña ropa morada y un turbante blanco que lo hacía ver algo ridículo.
-Haz frotado la cerveza indicada –me dijo entonces, levitando sobre la botella-, y he venido a cumplir todos tus deseos.
-¿Todos? –pregunté.
-Todos. Toditos todos. –contestó, haciéndose el simpático.
Yo me quedé callado y quise calcular si estaba borracho. Miré las dos botellas vacías y calculé que no, que no era suficiente como para que aquello fuese una alucinación o algo originado a partir de la bebida.
-¿Y tengo tres deseos? –pregunté.
-Todos los que quieras –dijo el genio-, aquí las limitantes son otras.
-¿Cuáles otras?
-Las de tus propios deseos –me dijo.
Yo miré entonces en mi entorno, y vi mis libros. Estaban algo desordenados y revueltos, llenos de marcas y papeles con apuntes ilegibles marcando algunas de sus páginas. Y claro, quizá el genio notó mi mirada porque me preguntó de inmediato:
-¿Quieres que ordene tu biblioteca?
Yo me lo pensé un poco y al final dije que no. Es tarea postergada y un poco eterna, pero es mía, me dije, y abrí la última botella.
-¿Te sirvo algo? –le dije al genio.
-Puedo tener lo que quiera –dijo orgulloso-, no es necesario.
-¿Y por qué entonces no te hacís otra ropa, que con esa parecís maricón? –le dije, algo molesto.
El genio entonces aumentó un poco su tamaño, como para intimidarme, pero no lo hice caso.
-Sabes genio –agregué entonces, más conciliatorio-, realmente no sé si quiero que cumplas mis deseos… o sea, no es que no me interese, pero siempre me ha pasado esto de rechazar las cosas fáciles…
-Yo no soy una cosa fácil –me dijo él, como ofendido.
-Disculpa, no quise decir eso… es sólo que sinceramente no sé bien si mis deseos solucionen algo… es decir, no quiero dinero, ni fama…
-¿Ni mujeres? –me interrumpió, como hueveándome.
Y entonces yo me quedé en silencio, pues debo admitir que su argumento me aturdió. Y claro… no es que quiera entrar en detalles sobre mi vida personal, pero supongo que aquellas carencias ya se están notando…
-Mira genio –le dije entonces-, quizá diste en el único clavo que en realidad me pincha, pero por razones que ni siquiera sé explicar debo decirte que tampoco quiero mujeres, o no de esa forma, al menos…
-A lo mejor quieres mi traje y que te presente un sultán –me dijo entonces… Y debo confesar que me dio risa.
De hecho, nos reímos un buen rato y hasta accedió a tomarse unos tragos y a cambiarse esa ropa que de verdad era ridícula, y supongo que hasta nos hicimos amigos, y hablamos en confianza.
-Me ha tocado concederle deseos como a tres tipos antes que a ti –me contó-, dos están muertos y el tercero es un hueón que en vez de pedir inteligencia me exigió que lo hiciera presidente de Chile…
-Sí, me suena ese hueón…
-Por suerte su hermano le robó a escondidas la botella en que vivía y pude quedar preso nuevamente…
-¿En una botella?
-Sí, apenas dejo de servir a alguien vuelvo a aparecer dentro de una… ahora caí bajo eso sí, antes salía de botellas de whisky o tragos de ese estilo…
Así se nos fue pasando el rato hablando y tomando una cerveza que parecía no acabarse nunca. Yo le conté de mi trabajo como profe, de mi hijo, y hasta que tuve pretensiones de escribir en serio cuando era más chico…
-¿Y ahora no escribes en serio? –me preguntó refiriéndose a esto último.
-No sé, no creo… supongo que estoy esperando algo, o a alguien, no sé… o excusas… el punto es que no me gusta corregir ni seguir un texto dos días seguidos…
-¿Y por qué no deseas algo relacionado con eso?
-¿Con escribir?
-Sí… podrías pedirme que Melville nunca hubiese escrito Moby Dick y entonces escribirla tú…
-Ja… no, gracias... supongo que hay otras cosas más importantes…
-¿Otros libros?
-No… otras cosas…
-Como pedir por gente muriendo de hambre, o sufriendo, o cosas de ese estilo…
-Podría ser… -le dije.
-Pedir por eso es una tontería –dijo el genio-, y es a la larga más egoísta que pedir por uno mismo…
-¿Cómo…?
-Más egoísta… querer el bien de los otros es algo que pedimos por propia satisfacción… algo que no produce bien alguno a fin de cuentas…
-Mmm… no estoy de acuerdo…
-¿Te gustaría acaso que alguien pidiera por ti? ¿Qué recibieras aquello que deseas porque otros lo pidieron…?
-…
-Lo que yo creo, es que la gente prudente no debiese pedir más que por sí mismo… salvarse ellos mismos… ese es el tamaño que les dieron…
-Pero uno quizá puede agrandarse, o algo así…
-¡Una mierda! –dijo el genio-, eso sólo pasa con las promociones en los locales de comida rápida, y hay que pagar más encima… ¡y por más de lo mismo!
-¡Pero es más! –alegué.
-Da lo mismo si es más o si es menos… al final es igual al experimento ese de arrojar desde la altura 10 kilos de plomo o simplemente medio kilo, y comprobar que ambos llegan a tierra al mismo tiempo…
-…
-Lo que debiesen hacer ustedes los humanos, es conformarse con su vida tamaño regular, por volver al ejemplo de la comida rápida… regular para ocultar que simplemente se trata de la versión más pequeña, del mínimo al que pueden optar cuando pagan con el dinero que tienen…
-No me gusta lo que dices –le dije entonces al genio.
-Claro que no te gusta –me contestó-, eres uno más de los otros a fin de cuentas… y aunque aparentes otra cosa quieres lo mismo…
-¿Y qué es lo mismo?
-Sentirse buenos… especiales… ¡quieren sentirse amados los hueones! Da lo mismo si es por una mujer, o por un hombre, o por un país entero…
-¿Y eso está mal?
-¡Está pésimo! ¡Es egoísta y demuestra que realmente no han entendido nada en todo este tiempo…!
-¡Claro, y tú encerrado en botellas has entendido más que todos nosotros…!
-Ustedes están encerrados en ustedes mismos, y mientras más se frotan más adentro se quedan… ¡ustedes están cagados…! Da lo mismo qué hagan…
Yo escuchaba al genio y estaba cada vez más enrabiado. Me molestaban de una manera extraña cada una de sus palabras, igualito que el dolor de muelas que estoy sintiendo por estos días… Además estaba el asunto de estar borracho y sentirme con cierto poder, sobre él, y aquella sensación no me gustaba.
-¿Y qué pasaría si pido que dejes de existir? –amenacé entonces al genio.
-No lo harías –me respondió con una seguridad que me hizo enojarme todavía más.
-¿Estás seguro?
-Seguro –contestó-. Te sentirías mal y ustedes desean sentirse buenos, pedir y pedir y luego quizá hasta darme la libertad, cuando sienten que ya lo tienen todo… aunque en realidad sea para que no llegue otro a pedir más cosas…
-Tú no entiendes nada –me atreví entonces a decirle, e intenté explicarle luego lo que yo creía de la vida, y de los hombres, y de los afectos y necesidades que se crean entre los hombres…
Él, sin embargo, parecía no escucharme y seguía tomando, y hasta en un descuido dio vuelta un vaso y manchó El idiota, de Dostoievski, con lo que terminé de emputecerme…
-¡Ándate a la mierda…! –le dije entonces-. ¡Y métete la botella en el culo!
Tras decirlo, noté en el rostro del genio un gesto de preocupación. Y desapareció de mi vista.
Y bueno… supongo que ese fue al final, mi único deseo.
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Pues bien, en eso estaba cuando de pronto, justo cuando arrancaba los últimos restos de papel, vi como un ser extraño surgía de la botella. Observé entonces cómo el ser aquel comenzaba a aumentar de tamaño a medida que salía de mi cerveza, vestido con una extraña ropa morada y un turbante blanco que lo hacía ver algo ridículo.
-Haz frotado la cerveza indicada –me dijo entonces, levitando sobre la botella-, y he venido a cumplir todos tus deseos.
-¿Todos? –pregunté.
-Todos. Toditos todos. –contestó, haciéndose el simpático.
Yo me quedé callado y quise calcular si estaba borracho. Miré las dos botellas vacías y calculé que no, que no era suficiente como para que aquello fuese una alucinación o algo originado a partir de la bebida.
-¿Y tengo tres deseos? –pregunté.
-Todos los que quieras –dijo el genio-, aquí las limitantes son otras.
-¿Cuáles otras?
-Las de tus propios deseos –me dijo.
Yo miré entonces en mi entorno, y vi mis libros. Estaban algo desordenados y revueltos, llenos de marcas y papeles con apuntes ilegibles marcando algunas de sus páginas. Y claro, quizá el genio notó mi mirada porque me preguntó de inmediato:
-¿Quieres que ordene tu biblioteca?
Yo me lo pensé un poco y al final dije que no. Es tarea postergada y un poco eterna, pero es mía, me dije, y abrí la última botella.
-¿Te sirvo algo? –le dije al genio.
-Puedo tener lo que quiera –dijo orgulloso-, no es necesario.
-¿Y por qué entonces no te hacís otra ropa, que con esa parecís maricón? –le dije, algo molesto.
El genio entonces aumentó un poco su tamaño, como para intimidarme, pero no lo hice caso.
-Sabes genio –agregué entonces, más conciliatorio-, realmente no sé si quiero que cumplas mis deseos… o sea, no es que no me interese, pero siempre me ha pasado esto de rechazar las cosas fáciles…
-Yo no soy una cosa fácil –me dijo él, como ofendido.
-Disculpa, no quise decir eso… es sólo que sinceramente no sé bien si mis deseos solucionen algo… es decir, no quiero dinero, ni fama…
-¿Ni mujeres? –me interrumpió, como hueveándome.
Y entonces yo me quedé en silencio, pues debo admitir que su argumento me aturdió. Y claro… no es que quiera entrar en detalles sobre mi vida personal, pero supongo que aquellas carencias ya se están notando…
-Mira genio –le dije entonces-, quizá diste en el único clavo que en realidad me pincha, pero por razones que ni siquiera sé explicar debo decirte que tampoco quiero mujeres, o no de esa forma, al menos…
-A lo mejor quieres mi traje y que te presente un sultán –me dijo entonces… Y debo confesar que me dio risa.
De hecho, nos reímos un buen rato y hasta accedió a tomarse unos tragos y a cambiarse esa ropa que de verdad era ridícula, y supongo que hasta nos hicimos amigos, y hablamos en confianza.
-Me ha tocado concederle deseos como a tres tipos antes que a ti –me contó-, dos están muertos y el tercero es un hueón que en vez de pedir inteligencia me exigió que lo hiciera presidente de Chile…
-Sí, me suena ese hueón…
-Por suerte su hermano le robó a escondidas la botella en que vivía y pude quedar preso nuevamente…
-¿En una botella?
-Sí, apenas dejo de servir a alguien vuelvo a aparecer dentro de una… ahora caí bajo eso sí, antes salía de botellas de whisky o tragos de ese estilo…
Así se nos fue pasando el rato hablando y tomando una cerveza que parecía no acabarse nunca. Yo le conté de mi trabajo como profe, de mi hijo, y hasta que tuve pretensiones de escribir en serio cuando era más chico…
-¿Y ahora no escribes en serio? –me preguntó refiriéndose a esto último.
-No sé, no creo… supongo que estoy esperando algo, o a alguien, no sé… o excusas… el punto es que no me gusta corregir ni seguir un texto dos días seguidos…
-¿Y por qué no deseas algo relacionado con eso?
-¿Con escribir?
-Sí… podrías pedirme que Melville nunca hubiese escrito Moby Dick y entonces escribirla tú…
-Ja… no, gracias... supongo que hay otras cosas más importantes…
-¿Otros libros?
-No… otras cosas…
-Como pedir por gente muriendo de hambre, o sufriendo, o cosas de ese estilo…
-Podría ser… -le dije.
-Pedir por eso es una tontería –dijo el genio-, y es a la larga más egoísta que pedir por uno mismo…
-¿Cómo…?
-Más egoísta… querer el bien de los otros es algo que pedimos por propia satisfacción… algo que no produce bien alguno a fin de cuentas…
-Mmm… no estoy de acuerdo…
-¿Te gustaría acaso que alguien pidiera por ti? ¿Qué recibieras aquello que deseas porque otros lo pidieron…?
-…
-Lo que yo creo, es que la gente prudente no debiese pedir más que por sí mismo… salvarse ellos mismos… ese es el tamaño que les dieron…
-Pero uno quizá puede agrandarse, o algo así…
-¡Una mierda! –dijo el genio-, eso sólo pasa con las promociones en los locales de comida rápida, y hay que pagar más encima… ¡y por más de lo mismo!
-¡Pero es más! –alegué.
-Da lo mismo si es más o si es menos… al final es igual al experimento ese de arrojar desde la altura 10 kilos de plomo o simplemente medio kilo, y comprobar que ambos llegan a tierra al mismo tiempo…
-…
-Lo que debiesen hacer ustedes los humanos, es conformarse con su vida tamaño regular, por volver al ejemplo de la comida rápida… regular para ocultar que simplemente se trata de la versión más pequeña, del mínimo al que pueden optar cuando pagan con el dinero que tienen…
-No me gusta lo que dices –le dije entonces al genio.
-Claro que no te gusta –me contestó-, eres uno más de los otros a fin de cuentas… y aunque aparentes otra cosa quieres lo mismo…
-¿Y qué es lo mismo?
-Sentirse buenos… especiales… ¡quieren sentirse amados los hueones! Da lo mismo si es por una mujer, o por un hombre, o por un país entero…
-¿Y eso está mal?
-¡Está pésimo! ¡Es egoísta y demuestra que realmente no han entendido nada en todo este tiempo…!
-¡Claro, y tú encerrado en botellas has entendido más que todos nosotros…!
-Ustedes están encerrados en ustedes mismos, y mientras más se frotan más adentro se quedan… ¡ustedes están cagados…! Da lo mismo qué hagan…
Yo escuchaba al genio y estaba cada vez más enrabiado. Me molestaban de una manera extraña cada una de sus palabras, igualito que el dolor de muelas que estoy sintiendo por estos días… Además estaba el asunto de estar borracho y sentirme con cierto poder, sobre él, y aquella sensación no me gustaba.
-¿Y qué pasaría si pido que dejes de existir? –amenacé entonces al genio.
-No lo harías –me respondió con una seguridad que me hizo enojarme todavía más.
-¿Estás seguro?
-Seguro –contestó-. Te sentirías mal y ustedes desean sentirse buenos, pedir y pedir y luego quizá hasta darme la libertad, cuando sienten que ya lo tienen todo… aunque en realidad sea para que no llegue otro a pedir más cosas…
-Tú no entiendes nada –me atreví entonces a decirle, e intenté explicarle luego lo que yo creía de la vida, y de los hombres, y de los afectos y necesidades que se crean entre los hombres…
Él, sin embargo, parecía no escucharme y seguía tomando, y hasta en un descuido dio vuelta un vaso y manchó El idiota, de Dostoievski, con lo que terminé de emputecerme…
-¡Ándate a la mierda…! –le dije entonces-. ¡Y métete la botella en el culo!
Tras decirlo, noté en el rostro del genio un gesto de preocupación. Y desapareció de mi vista.
Y bueno… supongo que ese fue al final, mi único deseo.
excelente. Desde ahora seré más precavida al tomar chela y arrancarle la etiqueta.
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