jueves, 24 de marzo de 2011

Siempre quise conocer un dinosaurio (texto raro)

.
Siempre quise conocer un dinosaurio,
pero éstos se extinguieron.
y ya no pudo ser.

No me importaba si era chico,
o cojo
o si tenía aún los dientes de leche,
mi objetivo era simplemente conocer a alguno
y saludarlo
si es posible.

Nada más.

Y es que no me interesaba
tenerlo de mascota,
o capturarlo para estudios
ni mucho menos ponerle un nombre
y pedirle información
sobre sus antiguos captores.

Lo que me movía era algo
digamos
más ingenuo,
como las instrucciones para llegar a un tesoro
que ha estado siempre en la superficie
y que no hemos comprendido
que era tal.

Fue entonces cuando en el día
en que menos lo esperaba,
un bicho chico y escamoso
se subió por mis pantalones
y me llamó con una serie de gruñidos
tenues
que no cesaron
hasta que me vi obligado a responder.

¿Eres Vian?
Me preguntó.

Yo asentí.

¿Me cuidarás como se cuida lealmente
a quien es parte fundamental
de la familia?


¿Parte esencial?

Sí, parte esencial: hijo,
ser adjunto…
ahí ves tú
como me nombras,

me dijo,
pero yo no me muevo más
de este sitio.


¿Y debo yo mantenerte
así sin más
en aquel lugar?
Pregunté.

Exacto.
Además soy un saurio
y tú querías uno,

agregó,
y no es bueno devolver los regalos
a los dioses.


¡¿A los dioses…?!


Bueno, quizá exageré…
pero es que hablar de dioses
es casi una muletilla que me quedó
de otra época…
y es que tú sabes…
nosotros los saurios…
digamos que tuvimos la suerte
de compartir con una serie
casi extinta de seres…

Entiendo.
Le digo entonces.
(Pero en realidad no entiendo).

Entonces me fijo que el pequeño saurio
ha subido hasta mi corbata
y se ha detenido ahí
como si fuese un pequeño estampado.

Tienes suerte,
continúa, algo soberbio,
yo siempre pensé que aguardaba a un rey
o que iba a ser guardado para una ocasión
realmente más especial…
¿Porque no hay invitados, cierto?

No.
No los hay.
Afirmo.

¿Y no eres rey?

No.

¿Ni príncipe?

No.

¿Ni marqués?

Mmm… no.

Y bueno,
así siguió el interrogatorio
hasta que llegó a vasallo
y a esclavo…
y claro…
al final lo preguntó,
como con miedo:

¿Eres profe, acaso…?

Sí.
Contesté.
Y de lenguaje.

El saurio entonces
se quedó petrificado.

Quizá calculó que no tendríamos
mucho tiempo para conversar,
o pensó que lo utilizaría como ayudante
para que mordiera suavemente
las palabras que llevaban tildes
y que no marcaron
mis alumnos…

Pero el hecho concreto es
que se quedó petrificado.

Agarrado a mi corbata
como el alma al hombre,
e igual de inexpresiva.

No puede ser para tanto,
le dije al final,
has esperado miles de años
y ahora te desanimas por esto…


Además ser profe no es tan malo…
de hecho es, digamos…
es…


Pero no pude decirlo.

Había pensado mentir incluso,
al momento de escribirlo
y completar la frase,
pero lo cierto es que no sé
como explicárselo
a un otro.

Por lo demás,
mi pequeño amigo saurio,
a quien ni siquiera alcancé a bautizar,
parecía fosilizado irremediablemente
y claramente uno podía ver
que ya no habría vuelta.

Por último,
tras separarlo de mi corbata
y darle una sepultura digna
en un bolsillo trasero,
me fui a casa pensando
qué tan terrible habita en eso
del ser profe…

y bueno…
quién sabe si algún día
cuando los profes nos extingamos,
yo también surja pequeñito
y me aferre a una corbata
o a algo parecido,
y me atreva a hablarle a mi portador
sobre otras cosas que aún en este tiempo
permanecen sin fosilizarse,
y que son a ciencia cierta
el centro mal ubicado
de este texto,
y claro está,
por añadidura,
de la vida misma.
.

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