I.
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Hoyoman es mi superhéroe favorito. No es fascista como Superman ni está manchado por sus millones, como Batman.
Tampoco vuela ni tiene súper fuerza, pero su poder es tan importante, que ya se lo quisieran otros de los encapuchados, por más que tengan hasta películas propias.
Y es que todo cae adentro de Hoyoman, literalmente. No importa la fuerza que tenga, o lo enraizado que esté en el mundo, lo cierto es que Hoyoman resulta ser un abismo irresistible para todo aquello que alguna vez se sintió sólido y seguro en su propia existencia, hasta que esa tentación de vacío, o de no existencia, los perturba hasta el colapso.
La gente, debido a esto, no es muy amiga de Hoyoman, e incluso los niños le tiran piedras, cuando lo ven pasar, y se esconden a escuchar el sonido que debía hacer la piedra, al tocar el fondo, pero nunca lo oyen.
Y claro… lo que sucede es que Hoyoman no tiene fondo… su rotura es de una profundidad inconmensurable y nada de lo que en él ha caído, ha dejado nunca de caer, desde que comenzó su descenso.
De esta forma, el hoyo en el pecho, característico de Hoyoman, fue por largo tiempo uno de esos hechos inexplicables con los que vivimos día a día, como la utilidad de una corbata, o como la vida misma. Sólo que en el caso de nuestro héroe, dicha condición lo hacía también, ser temido
Con el tiempo, sin embargo, Hoyoman, fue dejando de trabajar. Además, abandonó la Universidad donde era estudiado habitualmente por físicos traídos incluso desde el extranjero, y hay quien dice haberlo visto repartiendo panfletos en una esquina, o hasta trabajando en eso de la semifelicidad a través de la intrusión en sí mismo, y el tanteo de su propia condición.
De esta forma –y quién sabe si a consecuencia de lo anterior-, Hoyoman entró en un periodo en el que hasta sus propias caídas se hicieron constantes… y era fácil encontrarlo en el suelo, o con una expresión perdida en el rostro, como si siguiera cayendo también dentro suyo, constantemente, y sin remedio.
Los que lo conocíamos, pudimos ver entonces, sobre su casa, un cartel que decía “Hoyoman en rehabilitación”, pero teníamos tanto miedo de acercarnos, que sólo vimos aquel letrero, y la correspondencia acumulada en el suelo del jardín, antes de alejarnos del lugar.
-¿Nadie lo ha visto afuera? –nos preguntábamos.
-¿No habrá perdido sus poderes? –decía otro.
-¿No será que el abismo de su pecho se lo terminó comiendo a él mismo? –temíamos.
Y es que de cierta forma, todos teníamos una especie de lazo con Hoyoman, y su reclusión nos atormentaba como si él se hubiese llevado algo de nosotros a algún sitio, algo que comenzábamos a extrañar y a necesitar a pesar de no saber ciertamente qué era aquello que extrañábamos, y sólo intuíamos su huella, como un pedazo que nos hubiesen arrebatado, mientras dormíamos.
Fue así que, ante la incertidumbre, decidimos que uno de nosotros debía ingresar al interior de aquella casa, para averiguar qué es lo que había sucedido con Hoyoman, y transmitírselo a los otros, en secreto.
Y claro… adivinen… ¡me tocó entrar a mí!
Recuerdo que ante la situación tenía miedo, y que hasta intenté convencer a los otros que Hoyoman estaría bien, o que simplemente le pasó como a todos y terminó extraviando aquello que lo hacía ser quien era, en un inicio…
-Lo que pasa es que tienes miedo –me dijeron.
Y yo no supe qué contestar. Y entré. Y me encontré con Hoyoman, allá adentro.
II.
La casa era un desastre. Es decir, a veces mi biblioteca es un desastre, pero la casa era diez veces peor que mi biblioteca. Todo estaba revuelto y lleno de cosas que parecían arrojadas por espasmos, como si Hoyoman hubiese vomitado todo aquello que durante su vida había caído en él, sin nunca tocar fondo.
-Disculpa el espectáculo –me dijo-. Esto es como una fosa común que alguien hubiese revuelto, y ya no tengo fuerzas para nada.
-No importa –dije yo, intentando darle ánimo-, también puede ser como estar metidos entre las piezas lego de un mundo que ahora está descontinuado.
-De todas formas todo es un desastre –continuó después de un rato-, pero parece que por fin las cosas tocaron fondo, y todo se devolvió a la superficie…
-No hables así –le interrumpí-, tú eres nuestro héroe… nuestro superhéroe… nuestro superhéroe profundo…
-Te equivocas, no hay nada heroico en la profundidad –dijo con un mismo tono-, sólo ocurre que te acostumbras a cargar con ella a cuestas y a recibir aquellas cosas que tenían algo así como sed de caída… o de vacío… eso es todo…
Pasaron unos minutos y la conversación seguía su mismo cauce. Yo intentaba darle ánimos y él permanecía ahí, entre aquellas cosas, como si el mar lo hubiese devuelto derramado, y sin posibilidad de retorno.
-Los otros me piden que les diga cómo estás –le dije entonces.
Tras decirlo, sin embargo, pude notar que había tocado un punto sensible, y que Hoyoman sin duda, tenía algo que decir, al respecto.
-No les cuentes nada de todo esto, -me dice entonces Hoyoman-, diles que estoy preparando mis cosas para una gira internacional, o que necesito fortalecer a solas mis poderes o algo así… y que se preparen, porque volveré con más poder que antes.
-¿Y no te dan ganas de hacer realmente eso?
-¿Qué cosa?
-Lo que me cuentas… sanar, volver con más poder que antes…
-Yo soy Hoyoman, Vian… -me dice como si le explicara a un niño chico y medio hueón-, un vacío también, a fin de cuentas… sólo eso… y creo que hasta la fuerza de ese vacío ha descendido y se ha conformado con ser eso, que ya no busca llenarse…
-Pero eso suena bien –insisto yo- como si te hubieses estabilizado…
-Eso es la muerte, Vian… entiende eso, un hoyo cuando deja de luchar por llenarse pasa a estar muerto… es como el bombeo del corazón: si se estabiliza se detiene, y te mueres…
Mientras dice esto, Hoyoman me mira directo a los ojos. Tras su antifaz, puedo ver que hay algo opaco, realmente seco, quizá, como intuía él… y me apena profundamente…
Por último, Hoyoman me hace prometer que no contaré a los otros sobre su estado, y que guardaré el secreto… Y yo lo hago.
III.
No hay final ni epílogo para esta historia.
Simplemente señalar que Hoyoman sigue siendo mi superhéroe favorito.
Es cierto que me defraudó al verlo así, y que me invadió una profunda tristeza, pero tras meditarlo, creo que lo que le ocurrió, se reduce simplemente a descender hasta su propio fondo, igualito que un niño que se mete el dedo por la boca, hasta hacerse vomitar.
Y es que Hoyoman es un héroe maravilloso, tienen que creerme… y además es tan como nosotros que hasta a veces asusta…
Pero bueno, ya les dije que no habrá epílogo ni final para esta historia.
Y voy a cumplir con mi palabra.
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Tampoco vuela ni tiene súper fuerza, pero su poder es tan importante, que ya se lo quisieran otros de los encapuchados, por más que tengan hasta películas propias.
Y es que todo cae adentro de Hoyoman, literalmente. No importa la fuerza que tenga, o lo enraizado que esté en el mundo, lo cierto es que Hoyoman resulta ser un abismo irresistible para todo aquello que alguna vez se sintió sólido y seguro en su propia existencia, hasta que esa tentación de vacío, o de no existencia, los perturba hasta el colapso.
La gente, debido a esto, no es muy amiga de Hoyoman, e incluso los niños le tiran piedras, cuando lo ven pasar, y se esconden a escuchar el sonido que debía hacer la piedra, al tocar el fondo, pero nunca lo oyen.
Y claro… lo que sucede es que Hoyoman no tiene fondo… su rotura es de una profundidad inconmensurable y nada de lo que en él ha caído, ha dejado nunca de caer, desde que comenzó su descenso.
De esta forma, el hoyo en el pecho, característico de Hoyoman, fue por largo tiempo uno de esos hechos inexplicables con los que vivimos día a día, como la utilidad de una corbata, o como la vida misma. Sólo que en el caso de nuestro héroe, dicha condición lo hacía también, ser temido
Con el tiempo, sin embargo, Hoyoman, fue dejando de trabajar. Además, abandonó la Universidad donde era estudiado habitualmente por físicos traídos incluso desde el extranjero, y hay quien dice haberlo visto repartiendo panfletos en una esquina, o hasta trabajando en eso de la semifelicidad a través de la intrusión en sí mismo, y el tanteo de su propia condición.
De esta forma –y quién sabe si a consecuencia de lo anterior-, Hoyoman entró en un periodo en el que hasta sus propias caídas se hicieron constantes… y era fácil encontrarlo en el suelo, o con una expresión perdida en el rostro, como si siguiera cayendo también dentro suyo, constantemente, y sin remedio.
Los que lo conocíamos, pudimos ver entonces, sobre su casa, un cartel que decía “Hoyoman en rehabilitación”, pero teníamos tanto miedo de acercarnos, que sólo vimos aquel letrero, y la correspondencia acumulada en el suelo del jardín, antes de alejarnos del lugar.
-¿Nadie lo ha visto afuera? –nos preguntábamos.
-¿No habrá perdido sus poderes? –decía otro.
-¿No será que el abismo de su pecho se lo terminó comiendo a él mismo? –temíamos.
Y es que de cierta forma, todos teníamos una especie de lazo con Hoyoman, y su reclusión nos atormentaba como si él se hubiese llevado algo de nosotros a algún sitio, algo que comenzábamos a extrañar y a necesitar a pesar de no saber ciertamente qué era aquello que extrañábamos, y sólo intuíamos su huella, como un pedazo que nos hubiesen arrebatado, mientras dormíamos.
Fue así que, ante la incertidumbre, decidimos que uno de nosotros debía ingresar al interior de aquella casa, para averiguar qué es lo que había sucedido con Hoyoman, y transmitírselo a los otros, en secreto.
Y claro… adivinen… ¡me tocó entrar a mí!
Recuerdo que ante la situación tenía miedo, y que hasta intenté convencer a los otros que Hoyoman estaría bien, o que simplemente le pasó como a todos y terminó extraviando aquello que lo hacía ser quien era, en un inicio…
-Lo que pasa es que tienes miedo –me dijeron.
Y yo no supe qué contestar. Y entré. Y me encontré con Hoyoman, allá adentro.
II.
La casa era un desastre. Es decir, a veces mi biblioteca es un desastre, pero la casa era diez veces peor que mi biblioteca. Todo estaba revuelto y lleno de cosas que parecían arrojadas por espasmos, como si Hoyoman hubiese vomitado todo aquello que durante su vida había caído en él, sin nunca tocar fondo.
-Disculpa el espectáculo –me dijo-. Esto es como una fosa común que alguien hubiese revuelto, y ya no tengo fuerzas para nada.
-No importa –dije yo, intentando darle ánimo-, también puede ser como estar metidos entre las piezas lego de un mundo que ahora está descontinuado.
-De todas formas todo es un desastre –continuó después de un rato-, pero parece que por fin las cosas tocaron fondo, y todo se devolvió a la superficie…
-No hables así –le interrumpí-, tú eres nuestro héroe… nuestro superhéroe… nuestro superhéroe profundo…
-Te equivocas, no hay nada heroico en la profundidad –dijo con un mismo tono-, sólo ocurre que te acostumbras a cargar con ella a cuestas y a recibir aquellas cosas que tenían algo así como sed de caída… o de vacío… eso es todo…
Pasaron unos minutos y la conversación seguía su mismo cauce. Yo intentaba darle ánimos y él permanecía ahí, entre aquellas cosas, como si el mar lo hubiese devuelto derramado, y sin posibilidad de retorno.
-Los otros me piden que les diga cómo estás –le dije entonces.
Tras decirlo, sin embargo, pude notar que había tocado un punto sensible, y que Hoyoman sin duda, tenía algo que decir, al respecto.
-No les cuentes nada de todo esto, -me dice entonces Hoyoman-, diles que estoy preparando mis cosas para una gira internacional, o que necesito fortalecer a solas mis poderes o algo así… y que se preparen, porque volveré con más poder que antes.
-¿Y no te dan ganas de hacer realmente eso?
-¿Qué cosa?
-Lo que me cuentas… sanar, volver con más poder que antes…
-Yo soy Hoyoman, Vian… -me dice como si le explicara a un niño chico y medio hueón-, un vacío también, a fin de cuentas… sólo eso… y creo que hasta la fuerza de ese vacío ha descendido y se ha conformado con ser eso, que ya no busca llenarse…
-Pero eso suena bien –insisto yo- como si te hubieses estabilizado…
-Eso es la muerte, Vian… entiende eso, un hoyo cuando deja de luchar por llenarse pasa a estar muerto… es como el bombeo del corazón: si se estabiliza se detiene, y te mueres…
Mientras dice esto, Hoyoman me mira directo a los ojos. Tras su antifaz, puedo ver que hay algo opaco, realmente seco, quizá, como intuía él… y me apena profundamente…
Por último, Hoyoman me hace prometer que no contaré a los otros sobre su estado, y que guardaré el secreto… Y yo lo hago.
III.
No hay final ni epílogo para esta historia.
Simplemente señalar que Hoyoman sigue siendo mi superhéroe favorito.
Es cierto que me defraudó al verlo así, y que me invadió una profunda tristeza, pero tras meditarlo, creo que lo que le ocurrió, se reduce simplemente a descender hasta su propio fondo, igualito que un niño que se mete el dedo por la boca, hasta hacerse vomitar.
Y es que Hoyoman es un héroe maravilloso, tienen que creerme… y además es tan como nosotros que hasta a veces asusta…
Pero bueno, ya les dije que no habrá epílogo ni final para esta historia.
Y voy a cumplir con mi palabra.
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