lunes, 7 de marzo de 2011

Vian, desadiestrador.

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Es un asco eso de adiestrar a los perros. Hacer que levanten la pata, o que den vueltas, o que se hagan el muerto. Ellos obedecen, de todas formas, y hasta parecen felices, pero no es el punto.

Por otra parte, culparlos a ellos sería impropio, mucho más cuando no saben distinguir entre lamer la mano de Gandhi o la de Pinochet, y perdonan hasta el abandono, sin resentimiento alguno y moviendo la cola como si nunca nada.

Debido a eso –a la indefensión y al adiestramiento-, es que me he propuesto comenzar una campaña que promueva la desaprensión de normas y conductas aprendidas y que no conducen a nada.

¿Y es que de qué sirve, por ejemplo, aprender a hacerse el muerto? ¿O sentarse sobre las patas traseras, o hasta enseñarles a bailar salsa?

Es por eso que cité a reunión a altos representantes del mundo canino para plantearles mi propuesta. No vinieron todos, claro está, pero llegó un perro malabarista, otro que decía haber actuado en unos comerciales, y un galgo que había sido un velocista famoso, pero que había tenido que dejarlo porque ahora corría chueco.

-La vida no es justa –me dijeron de entrada, como si la frase hubiera sido una contraseña.

Ellos entonces escucharon mi propuesta y hasta me pareció que tomaban apuntes, rasguñando el suelo.

-Me parece estúpida, pero está bien –dijo el de los comerciales.

-Sí, los perros somos algo estúpidos, y tu idea como que nos viene –dijo el malabarista.

-Yo una vez enterré un calcetín de mi dueño, y justo entonces llovió dos días antes –dijo el galgo, que al parecer hablaba tan chueco como corría.

Yo entonces les plantee mi idea. La adorné con frases sobre la libertad y hasta les hice bocetos. Les plantee por ejemplo que no era necesario una acción drástica, y les presenté un plan donde se tenían en cuenta tiempos de transición, pequeñas rebeliones hacia los amos que debían terminar con aquellas conductas aprendidas. Levantar la pata, por ejemplo, cuando pidieran una vueltita, o hacerse el muerto cuando les exigieran sentarse.

-Me gusta la idea –dijo el de los comerciales-. No como para un guau, pero será casi como una actuación, y yo soy bueno para eso.

-Yo puedo –dijo el malabarista-, pero tendrían que enseñarme bien claro lo que debo hacer, para no equivocarme y hacer lo correcto.

-A mí una vez me pidieron hacer el muertito y me morí de verdad –contó entonces el que corría chueco-, pero después se me olvidó y reviví justo la semana anterior a una carrera en que me tocó el número 56...

Eso me dicen y se quedan frente a mí. Con la lengua afuera y como si esperaran órdenes.

-Mira –me dice entonces el perro actor-, tú podrías hacernos un guión y explicarnos nuestros pasos, luego ensayamos y nos premias con algo, y nosotros convencemos a los demás.

-Podría tocar un silbato –agrega el malabarista-, y nos das las órdenes para que olvidemos cosas: así, a cada silbato, recordamos una cosa menos, hasta que sólo nos quede la baba, el nombre y las ganas de ladrar.

-Yo tuve un perro amigo que se atrapó la cola –dice el que corría chueco-, y se dio cuenta que eso era él mismo y pensó que él mundo entero era sí mismo y se sintió solo y después se sintió Dios y después se comió un helado que se le cayó a un niño al suelo. Yo creo que por eso le pusieron Aaron al gato del hermano de mi dueño, y porque hacía frío ese día, que era el de mi cumpleaños.

Yo, entre tanto, los miraba un poco más, y no sabía mucho qué pensar. Por una parte, me sentía desalentado, pues pensaba que el desadiestramiento era también un adiestramiento, dentro de todo… y por otra parte… bueno, por otra parte, sinceramente, pensé que me estaban hueveando, y se los pregunté.

-¿Qué si te estamos hueveando? –me dijeron los tres, al unísono. Yo asentí.

-Pues la verdad es que sí –me dijo el de los comerciales, que siempre hablaba primero-. Pero no nos dejaste opción. Siempre optamos por otra salida, pero tú enterraste tus propios huesos, como decimos nosotros.

-Yo te lo iba a decir porque me caíste bien –dijo el malabarista-, pero al final decidí huevearte. Además, anday con corbata, con cuentas por pagar y hasta con calcetines del mismo color… y nos hablay de adiestramiento…

-Yo antes aullaba a la luna –dijo por último el galgo-, pero ella no respondía y estaba lejos. Tú en cambio seguís aullando, a tu manera. Y es que ustedes siempre ven las metas como directas, o hacia adelante, y yo aprendí que están como para un costado. Y al costado siempre están las cosas importantes, pero uno no las ve… por eso te recomiendo rezar haciendo gárgaras y comer menos sal y dulces de manzanas verdes sin gusanos.

Eso me dijeron y guardaron silencio. Parecían listos para irse a retomar sus actividades, y claro, pensé, yo también debo retomar las mías. Ellos me miraban sin rencor y moviendo la cola y yo intenté mirarlos de la misma forma, pero no sé si me salió.

Entonces me despedí y les di un abrazo que casi se malentiende, porque el malabarista se me estaba subiendo encima, y debí aclararle las cosas tajantemente. Luego, se fueron cantando una canción que hablaba sobre la fidelidad, la alegría y el mover la cola, según entendí. Aunque también tenía un coro triste que decía algo sobre la vida y que no era justa.

Ahora, han pasado dos horas y escribo esto. Entre medio, estuve en el patio, mirando la luna. Ella estaba ahí, lejana, como siempre, y no sabía que yo la miraba. Entonces, me acordé de una frase que dijo el galgo y miré a un costado, y descubrí una de esas cosas importantes que a veces olvidamos.

¿Y saben? Fue como haber llegado a una meta secreta justo antes de terminar el día.

Y fue bueno.
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Y se acabó el día.

2 comentarios:

  1. Perros.
    Me encantan, creo que son muchas veces más "humanos" que nosotros.
    Y tal vez, hacen las cosas que les decimos, por satisfacernos, porque saben que somos nosotros quienes reímos como estúpidos y les damos comida y cariño por cada vez que dan una pata. O se hacen los muertos.
    Imagina Vian, si la gente por hacerse la muerta en la calle, recibiera abrazos y comida gratis?
    Crecería la población de vagabundos quizá, pero vagabundos que darían la mano y se harían los muertos moviendo graciosamente su trasero y sonriendo.
    Creo que, en realidad...los perros son bastante inteligentes, y aprovechan nuestra estupidez, nuestra mente fácil de deleitar, para sacar provecho de algo que no les cansará.

    Por otro lado, el galgo me parecía más libre...el corría, no creo que le hayan enseñado a correr detrás de una especie de conejo, eso es más instintivo no?

    A veces, desearía ser un perro. Cuando ando por la calle, me es inevitable acariciarlos. Mi novio me dice que algún día alguno me morderá, porque yo solo llego y lo hago. Yo digo que no. Pero si llega a suceder, estaría bien, es como si de la nada alguien me hiciera cariño en la calle, no creo que le mordería, pero dado que no estoy acostumbrada, si le miraría feo. Supongo. Tal vez no, no lo sé.

    A todo esto... estoy realizando un pequeño proyecto.
    Haré un libro fotográfico de perros callejeros santiaguinos.
    Se lo cuento un poco íntimamente Vian, y no sé por qué, pero le cuento.
    Saludos!

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  2. Suerte con el proyecto. Ojalá incluya alguna entrevista a los fototgrafiados, por lo menos.

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