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“¿Son ciertas las historias que se cuentan?,
preguntó Pippin.”
J. R. R.T.
preguntó Pippin.”
J. R. R.T.
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Todas, Pippin. Todas son ciertas.
No importa si salen ogros, brujas, o unicornios. Hay que creer en ellas más que en uno mismo, y hay que escucharlas como si fueran música.
Créeme, Pippin, no exagero. De hecho, yo mismo aprendí a bailar con los libros. De un día para otro comencé a creer en ellos y de pronto algo se desenredó acá dentro y los pies se movieron y comenzaron a saltar como si tuvieran vida propia.
Esa es la alegría del creer, Pippin, la sensación que puede hacernos bailar, o correr, o abrazar a los otros de una manera tan absurda que hasta resulta hermosa.
Y es que las historias no sólo son ciertas dentro de ellas, sino que a veces su verdad da brotes y nos cubre como si fuese una enredadera y pasamos a ser entonces algo así como seres de verdad, Pippin… y no te preocupes si no lo entiendes, o suena enredado, tú ocúpate de creer, que esa es tu tarea, y esa es la virtud más pura que te pudo haber tocado.
Por otro lado, si bien las historias son ciertas, lo único que nunca hay que hacer con ellas, es tenerles miedo, pues nada de lo que ha sido revelado –o de lo que hablan las historias, al final-, puede llegar a hacernos daño.
Piensa por ejemplo en las nubes, o en las copas de los árboles… ¿te has fijado que a veces toman formas extrañas y buscan hablarnos de cosas que ya hemos olvidado?
Pues bien, por más que imaginemos dragones, o que una nube nos recuerde un perro hambriento, o las copas de los árboles parezcan vigilarnos como si esperasen el momento de atacarnos, lo cierto es que están ahí para otra cosa, y esperan de nosotros algo muy distinto al miedo, que a veces nos inspiran.
Así que ya sabes, Pippin… ¡nada de temores! ¡Nada de inseguridades! Y cuídate porque en la oscuridad todo miedo se agiganta y empieza a quitarte el aire, o hasta te carga un peso muerto.
Tú sólo debes creer, ese fue el papel que te encomendaron. Siempre seguir porque te dijeron que eso era la verdad y quizá tú eres de los pocos que puede llegar hasta ella.
Y es que a fin de cuentas, todas las historias son verdad, Pippin. Acuérdate. Todas son ciertas más allá de lo que traen. Y todas están ahí por algo. Casi como manos extendidas –si no fuera tan cursi esa frase-, ofreciéndoles algo que no se ve cuando no creemos, pero que está ahí, latente, de todas formas.
Así que no te preocupes más: ¡Bota los diccionarios! ¡Déjales la inteligencia y las dudas a los otros, mientras siguen intentando echar raíces!
Tú baila, Pippin. Y cree y abraza y ríe y ama, que a fin de cuentas es lo mismo… Y disfruta las historias porque son ciertas… ¡Y todas son ciertas, Pippin! ¡Y hasta son música!
.No importa si salen ogros, brujas, o unicornios. Hay que creer en ellas más que en uno mismo, y hay que escucharlas como si fueran música.
Créeme, Pippin, no exagero. De hecho, yo mismo aprendí a bailar con los libros. De un día para otro comencé a creer en ellos y de pronto algo se desenredó acá dentro y los pies se movieron y comenzaron a saltar como si tuvieran vida propia.
Esa es la alegría del creer, Pippin, la sensación que puede hacernos bailar, o correr, o abrazar a los otros de una manera tan absurda que hasta resulta hermosa.
Y es que las historias no sólo son ciertas dentro de ellas, sino que a veces su verdad da brotes y nos cubre como si fuese una enredadera y pasamos a ser entonces algo así como seres de verdad, Pippin… y no te preocupes si no lo entiendes, o suena enredado, tú ocúpate de creer, que esa es tu tarea, y esa es la virtud más pura que te pudo haber tocado.
Por otro lado, si bien las historias son ciertas, lo único que nunca hay que hacer con ellas, es tenerles miedo, pues nada de lo que ha sido revelado –o de lo que hablan las historias, al final-, puede llegar a hacernos daño.
Piensa por ejemplo en las nubes, o en las copas de los árboles… ¿te has fijado que a veces toman formas extrañas y buscan hablarnos de cosas que ya hemos olvidado?
Pues bien, por más que imaginemos dragones, o que una nube nos recuerde un perro hambriento, o las copas de los árboles parezcan vigilarnos como si esperasen el momento de atacarnos, lo cierto es que están ahí para otra cosa, y esperan de nosotros algo muy distinto al miedo, que a veces nos inspiran.
Así que ya sabes, Pippin… ¡nada de temores! ¡Nada de inseguridades! Y cuídate porque en la oscuridad todo miedo se agiganta y empieza a quitarte el aire, o hasta te carga un peso muerto.
Tú sólo debes creer, ese fue el papel que te encomendaron. Siempre seguir porque te dijeron que eso era la verdad y quizá tú eres de los pocos que puede llegar hasta ella.
Y es que a fin de cuentas, todas las historias son verdad, Pippin. Acuérdate. Todas son ciertas más allá de lo que traen. Y todas están ahí por algo. Casi como manos extendidas –si no fuera tan cursi esa frase-, ofreciéndoles algo que no se ve cuando no creemos, pero que está ahí, latente, de todas formas.
Así que no te preocupes más: ¡Bota los diccionarios! ¡Déjales la inteligencia y las dudas a los otros, mientras siguen intentando echar raíces!
Tú baila, Pippin. Y cree y abraza y ríe y ama, que a fin de cuentas es lo mismo… Y disfruta las historias porque son ciertas… ¡Y todas son ciertas, Pippin! ¡Y hasta son música!
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