Hoy podría ser un buen final para este blog. Partió hace exactamente un año, y cumplí, a pesar de varias dificultades, con escribir al menos una entrada diaria, sin fallar ningún día.
Puede no ser un dato importante, pero para mí funcionó casi como una excusa, para permitirme escribir sin revisar y hacer así varios textos ridículos o derechamente mal escritos, de los que abundan en este espacio.
Con todo, esto tenía un objetivo, muy cercano a demostrar algo, al menos para mí… algo relacionado con dar algo y con intentar sentirme firme nuevamente, como si pusiese vigas para sostener algo que se derrumbaba y de lo que quería, al menos, salvar algunas cosas.
Hoy que miro ese inicio a la distancia siento, sin embargo, que los objetivos fueron cambiando permanentemente, aunque cumplieron al menos con no dejarme caer -del todo-, y darme cierto orden a mí, que vengo a ser la biblioteca a fin de cuentas.
Hace un año, recuerdo, o poco más, el terremoto que hubo por estos lados logró hacer algo mínimo, entre tantas tragedias ocasionadas: derribó mi biblioteca.
Aún estaba despierto cuando sentí el movimiento y vi como se caían hacia el centro de mi pieza todos los volúmenes, las películas y esas enciclopedias grandes que por lo general se llenan de polvo ahí, estacionadas. Cayeron las repisas y todo se vino hacia mí, igualito que una flor que se cierra.
Y claro, sé que es egoísta centrarme en lo que me ocurrió a mí, cuando hubo gente que perdió hijos y cosas realmente valiosas ante esa catástrofe… mientras que en cambio yo, simplemente, me fui dando cuenta que estaba encerrado –y en derrumbe-, desde mucho antes.
Salí entonces al patio y vi como todo se movía, y sentí que aquello era algo tan pequeño... tan ínfimo para la naturaleza y que, sin embargo, podía dejar en el suelo todo lo que creemos a veces ser nosotros, o lo que creemos poseer, o hasta amar, en los casos más extremos.
En el suelo fueron quedando así Steinbeck, la Lispector, Melville, la McCullers… y tantos otros, y por un momento sentí que al igual que otras tantas personas enterradas bajo sus casas, había quedado yo también aplastado bajo mis cosas, aunque sano y salvo mirando desde el patio.
Fue entonces cuando sentí que ese ordenar que se venía, no podía ser construir muros, nuevamente, sino que esta vez debía ordenar los libros de manera tal que quedaran ventanas entre ellos, y puertas, y espacios abiertos.
Junto con esto, me di cuenta también que me había equivocado en otras cosas, que había dejado ir muchas cosas y personas que fueron –o pudieron ser-, realmente importantes, y entendí que debía venir un cambio si en realidad quería que la flor se abriese y no se cerrara con uno adentro –sí, dije la flor, aunque suene cursi-.
Para peor se vinieron encima otras cosas que me terminaron de derribar por dentro, como el término a distancia de una relación que siempre sentí debió haber tenido otro rumbo, otro yo allá adentro demostrando cosas que me di cuenta tarde lo fuerte que sentía… y bueno, perdí también aquello y me dejé caer, sabiendo que no había forma de evitarlo, al menos así, a la fuerza.
Ordenar mi biblioteca fue entonces una necesidad, pero también algo que debía hacer buscando un sentido nuevo al que siempre le di antes, y fue así que me di cuenta –tras bloquear antojadizamente a mi primer seguidor-, que todo discurso por más que aparentemente apele al otro, o esté correctamente escrito, no es absolutamente nada si no está allí para dar algo, pequeño y tosco quizá, pero dar algo a fin de cuentas.
Y claro, hoy pasó un año y veo hacia atrás una serie de textos desordenados, mal escritos… contradictorios. Ajenos a esa “calidad técnica” que buscaba antaño y de la que me alejaba continuamente porque sentía que le faltaba algo.
Así que en resumen, creo que este blog me ha servido para entender que más allá de esa calidad técnica que señalaba –y que aquí no se ve por ningún lado-, y que incluso más allá de ese “tener algo que decir”, del que hablan algunos, hay algo tan simple y tan básico como aprender a quererse uno mismo, y a los otros, de la única manera que es posible: mirando a los ojos, y acercándonos.
A pesar de esto –de haber comprendido esto-, debo reconocer que el miedo vuelve cada cierto tiempo, o la tristeza, o hasta el sentirse solo… pero por suerte –o por gracia-, hay algo que puede más que eso, algo que sostiene y que a uno lo mantiene de pie aunque le temamos a la mentira de una manera casi irracional, con el dolor enraizado dentro de uno que se renueva al recordar que podemos mentirnos los unos a los otros, incluso mirándonos de frente.
Ese algo, sin embargo, -ese algo que puede más que la mentira, como decía antes-, descubrí que nace de una misma fuente, una en que ya no tengo miedo de sumergirme, porque sé que hacerlo es el único camino correcto, para extraer unas cuántas palabras sinceras y entregarlas.
Agradezco así las visitas, los comentarios –incluso los que he borrado porque alababan más de la cuenta… sí esa es la razón, no que los creyera tontos, como alguien me dijo…-, y pido disculpas por las veces que cansado u ofuscado, o dolido, dejé de mirar de frente y entender claro el sentido de algunas cosas, o si simplemente aburrí o di la lata, o hasta evité hablar de frente, para protegerme un poco.
Y pido disculpas también, -y por último-, por darme tanta importancia. Los poquitos que me leen y que me conocen cara a cara, supongo que saben que esa no es mi intención… pero es que hablar de mí suele ser el único (mal) ejemplo que tengo, para llegar a acercarme a los otros y hablar de otras cosas, sin duda más importantes.
Y sí… hoy podría ser un buen final para este blog: justo se cumple un año exacto y la cantidad de trabajo me impiden hoy dedicarle el tiempo necesario… pero por otro lado, hoy podría ser también un buen comienzo… o ni siquiera eso… hoy podría ser simplemente un buen día más, uno de esos días normales y agradables, de esos que no solemos darnos cuenta cuando los estamos viviendo, pero que añoramos luego, cuando miramos a la distancia…
Así que dejo a un lado las despedidas y envío mejor un abrazo para la tierra que se mueve y nos recuerda que está viva; otro abrazo para ella que se alejó por mil razones válidas (¡y mil inválidas!) y uno también para aquellos que pasan o pasaron por aquí durante este año…
Y nos vemos mañana, si así lo quieren (yo al menos estaré acá, escribiéndoles algo).
Suerte y bendiciones con sus propias bibliotecas.
Vian.
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Puede no ser un dato importante, pero para mí funcionó casi como una excusa, para permitirme escribir sin revisar y hacer así varios textos ridículos o derechamente mal escritos, de los que abundan en este espacio.
Con todo, esto tenía un objetivo, muy cercano a demostrar algo, al menos para mí… algo relacionado con dar algo y con intentar sentirme firme nuevamente, como si pusiese vigas para sostener algo que se derrumbaba y de lo que quería, al menos, salvar algunas cosas.
Hoy que miro ese inicio a la distancia siento, sin embargo, que los objetivos fueron cambiando permanentemente, aunque cumplieron al menos con no dejarme caer -del todo-, y darme cierto orden a mí, que vengo a ser la biblioteca a fin de cuentas.
Hace un año, recuerdo, o poco más, el terremoto que hubo por estos lados logró hacer algo mínimo, entre tantas tragedias ocasionadas: derribó mi biblioteca.
Aún estaba despierto cuando sentí el movimiento y vi como se caían hacia el centro de mi pieza todos los volúmenes, las películas y esas enciclopedias grandes que por lo general se llenan de polvo ahí, estacionadas. Cayeron las repisas y todo se vino hacia mí, igualito que una flor que se cierra.
Y claro, sé que es egoísta centrarme en lo que me ocurrió a mí, cuando hubo gente que perdió hijos y cosas realmente valiosas ante esa catástrofe… mientras que en cambio yo, simplemente, me fui dando cuenta que estaba encerrado –y en derrumbe-, desde mucho antes.
Salí entonces al patio y vi como todo se movía, y sentí que aquello era algo tan pequeño... tan ínfimo para la naturaleza y que, sin embargo, podía dejar en el suelo todo lo que creemos a veces ser nosotros, o lo que creemos poseer, o hasta amar, en los casos más extremos.
En el suelo fueron quedando así Steinbeck, la Lispector, Melville, la McCullers… y tantos otros, y por un momento sentí que al igual que otras tantas personas enterradas bajo sus casas, había quedado yo también aplastado bajo mis cosas, aunque sano y salvo mirando desde el patio.
Fue entonces cuando sentí que ese ordenar que se venía, no podía ser construir muros, nuevamente, sino que esta vez debía ordenar los libros de manera tal que quedaran ventanas entre ellos, y puertas, y espacios abiertos.
Junto con esto, me di cuenta también que me había equivocado en otras cosas, que había dejado ir muchas cosas y personas que fueron –o pudieron ser-, realmente importantes, y entendí que debía venir un cambio si en realidad quería que la flor se abriese y no se cerrara con uno adentro –sí, dije la flor, aunque suene cursi-.
Para peor se vinieron encima otras cosas que me terminaron de derribar por dentro, como el término a distancia de una relación que siempre sentí debió haber tenido otro rumbo, otro yo allá adentro demostrando cosas que me di cuenta tarde lo fuerte que sentía… y bueno, perdí también aquello y me dejé caer, sabiendo que no había forma de evitarlo, al menos así, a la fuerza.
Ordenar mi biblioteca fue entonces una necesidad, pero también algo que debía hacer buscando un sentido nuevo al que siempre le di antes, y fue así que me di cuenta –tras bloquear antojadizamente a mi primer seguidor-, que todo discurso por más que aparentemente apele al otro, o esté correctamente escrito, no es absolutamente nada si no está allí para dar algo, pequeño y tosco quizá, pero dar algo a fin de cuentas.
Y claro, hoy pasó un año y veo hacia atrás una serie de textos desordenados, mal escritos… contradictorios. Ajenos a esa “calidad técnica” que buscaba antaño y de la que me alejaba continuamente porque sentía que le faltaba algo.
Así que en resumen, creo que este blog me ha servido para entender que más allá de esa calidad técnica que señalaba –y que aquí no se ve por ningún lado-, y que incluso más allá de ese “tener algo que decir”, del que hablan algunos, hay algo tan simple y tan básico como aprender a quererse uno mismo, y a los otros, de la única manera que es posible: mirando a los ojos, y acercándonos.
A pesar de esto –de haber comprendido esto-, debo reconocer que el miedo vuelve cada cierto tiempo, o la tristeza, o hasta el sentirse solo… pero por suerte –o por gracia-, hay algo que puede más que eso, algo que sostiene y que a uno lo mantiene de pie aunque le temamos a la mentira de una manera casi irracional, con el dolor enraizado dentro de uno que se renueva al recordar que podemos mentirnos los unos a los otros, incluso mirándonos de frente.
Ese algo, sin embargo, -ese algo que puede más que la mentira, como decía antes-, descubrí que nace de una misma fuente, una en que ya no tengo miedo de sumergirme, porque sé que hacerlo es el único camino correcto, para extraer unas cuántas palabras sinceras y entregarlas.
Agradezco así las visitas, los comentarios –incluso los que he borrado porque alababan más de la cuenta… sí esa es la razón, no que los creyera tontos, como alguien me dijo…-, y pido disculpas por las veces que cansado u ofuscado, o dolido, dejé de mirar de frente y entender claro el sentido de algunas cosas, o si simplemente aburrí o di la lata, o hasta evité hablar de frente, para protegerme un poco.
Y pido disculpas también, -y por último-, por darme tanta importancia. Los poquitos que me leen y que me conocen cara a cara, supongo que saben que esa no es mi intención… pero es que hablar de mí suele ser el único (mal) ejemplo que tengo, para llegar a acercarme a los otros y hablar de otras cosas, sin duda más importantes.
Y sí… hoy podría ser un buen final para este blog: justo se cumple un año exacto y la cantidad de trabajo me impiden hoy dedicarle el tiempo necesario… pero por otro lado, hoy podría ser también un buen comienzo… o ni siquiera eso… hoy podría ser simplemente un buen día más, uno de esos días normales y agradables, de esos que no solemos darnos cuenta cuando los estamos viviendo, pero que añoramos luego, cuando miramos a la distancia…
Así que dejo a un lado las despedidas y envío mejor un abrazo para la tierra que se mueve y nos recuerda que está viva; otro abrazo para ella que se alejó por mil razones válidas (¡y mil inválidas!) y uno también para aquellos que pasan o pasaron por aquí durante este año…
Y nos vemos mañana, si así lo quieren (yo al menos estaré acá, escribiéndoles algo).
Suerte y bendiciones con sus propias bibliotecas.
Vian.
Van Gogh fue también único (mal) ejemplo para retratarse, no tenía modelos, pero necesitaba pintar.
ResponderEliminarEstá bien darse importancia, Vian Gogh es sincero.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarYaaa... no lesee mi buen, en su blog siempre hay "algo" o un "no-algo" que agrada... pero entiendo la decision... no se pueden estar ordenando para siempre. Lo bueno, es q despues de q se ordena se puede festejar de manera más ordenada y distendida... hay q desordenarse un poco, no? Hablemos.
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