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Dentro del gran despliegue táctico realizado en nuestro país a partir de la visita de Obama, me llamó la atención una serie de “elementos” que decían relación con la protección directa del tipo aquel, y en especial, la presencia de francotiradores.
Y es que aún dejando de lado las películas y hasta uno que otro relato que hacen de estos tipos sus interesantes protagonistas, hay algo en ese acto de matar a distancia que me llama la atención profundamente, una especie de táctica fría que sustituye al asesinato y lo transforma en una especie de acto quirúrgico, o de extirpación, como cuando mi hijo me pilla dormido y se acerca a sacarme una única cana, de forma precisa y sin dar explicaciones.
Y no es que me gustaría andar por ahí rifle en mano disparando a los sospechosos que se acercan al nóbel de la paz -¡qué mierda acordarme que le dieron eso…!-, si no que me gustaría algo así como un trabajo independiente, o hasta tomar como un hobbie eso de disparar por ahí, a distancia y sin ser visto, como para satisfacer con eso una sensación que me cuesta explicar sin caer en contradicción o generando automáticamente el repudio de los demás que de vez en cuando, me toman en serio.
Eso pensaba hoy mientras tomaba una prueba en una sala del tercer piso de un colegio que ya está en altura… es decir, desde el lugar ideal para ejercer de francotirador.
Me fijé entonces en posibles blancos, todos pequeños y a gran distancia: gente caminando, una señora aparentemente regando su jardín, o un grupo de mujeres vestidas de negro ingresando a un cementerio que está también cerca del colegio...
Qué pasaría, pensé entonces… qué pasaría si apunto justo a la cabeza de aquella que trae un arreglo de flores y ella se desploma de golpe, ahí en medio de las otras, sin que nadie entienda nada.
¡Y no me vengan con que es un acto criminal! ¡Ni mucho menos digan que es un acto inútil! Pues algo hay en ese acto que me parece natural, cercano a nuestra esencia y que no apunta necesariamente a matar a alguien, sino a nuestro deseo oculto de cambiar las cosas.
Quizá por eso, mirando de reojo desde el tercer piso, desecho mi primera intención de apuntar a un perro, de esos callejeros que andan por ahí, tirándose en las esquinas. Y es que matar a un perro realmente no cambia nada… pero… ¿por qué mejor no matar a una persona?
Y no crean que no sé que esta idea puede provocar grandes rechazos en un inicio –si se toma en serio-, pero cuando esto no obedece a ninguna planificación, sino que es, digamos, el orden que toma el azar, ¿no lo ven en el fondo como algo natural y profundamente justo?
Entiendan… no estoy hablando de tragedias, ni planificaciones, ni buscar objetivos premeditadamente… sino de pasear la vista hasta que ésta se pose por sí sola en algún blanco…
Así que les pregunto: ¿Serían capaces de confiar en el caos? ¿Podrían entenderlo casi como un orden oculto, o por descifrar, y que está escondido hasta en las más pequeñas acciones?
Imagínense por un momento si crece el número de francotiradores. Es decir, si parto siendo yo –no me roben la iniciativa-, pero luego se van añadiendo un número cada vez mayor de adeptos, ubicados todos en lugares donde nadie podría sospechar: un departamento cualquiera, el interior de un colegio, en medio de una villa con cientos de casa completamente iguales... ¿se dan cuenta las posibilidades que se abren?
Piensen por ejemplo en el día a día. No el de los francotiradores, eso sí, pues nosotros haríamos algo así como el trabajo sucio. Piensen en los otros, en los posibles blancos, piensen en su rutina, en que la muerte por una bala aparecida de improviso los tumba en el pavimento y ya no hay como volver a levantarse… piensen lo que sería vivir con esa posibilidad y no poder evitarlo… pues se trataría del azar, recuerden, ante el cual nadie tiene privilegios.
¿Entienden lo valioso que sería cada día si los francotiradores logramos realmente que los otros sientan latente la posibilidad real de morir fulminados por un tiro? ¿Creen que irían a trabajar 10 horas diarias? ¿O creen acaso que discutirían por tonteras? ¿Se imaginan que perderían el tiempo haciendo ecuaciones de segundo grado o aprendiendo las formas del subjuntivo o las frases subordinadas? O hasta en un partido de fútbol… ¿creen acaso que sabiendo que les podemos disparar en cualquier momento, intentarían al cero a cero, o darían pases hacia atrás, para que pase la hora…?
Y es que sinceramente creo que por ahí va la solución de muchas cosas. Las palabras se pierden y se gastan, pero las balas se entierran a fondo y cuando revientan un cráneo ya no hay nada qué hacer a ese respecto, así que estamos obligados a hacerlo antes.
Piénselo un poquito, y me avisan. Yo ya estoy practicando y es posible que muy pronto comiencen a tener noticias, así que estén preparados. Pueden elegir el trabajo sucio y ayudarme o simplemente asumir que la mira puede estar precisamente mostrándome su rostro, o su nuca, en este mismo momento, sin que usted se percate.
Y no crean que soy "malo", ni piensen que la muerte es el centro de todo esto… pues es justamente lo contrario: la vida necesita cambios, vuelcos, notas disonantes… sino se transforma en agua estancada y pudridero. Y yo simplemente digo que hay que arremeter fuerte al piano hasta cortar cuerdas, o atragantarse y asfixiarse, para luego respirar mejor…
¡Ah, y les advierto!: no se vale usar casco ni andar acusando a los policías, como los mamones… pues recuerden qué les pasa a aquellos que intentan salvar sus vidas, antes de preocuparse de saber incluso qué es aquella vida, que están intentando salvar.
Así que no lo olviden: están en la mira.
Y no digan, que no les advertí.
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Y es que aún dejando de lado las películas y hasta uno que otro relato que hacen de estos tipos sus interesantes protagonistas, hay algo en ese acto de matar a distancia que me llama la atención profundamente, una especie de táctica fría que sustituye al asesinato y lo transforma en una especie de acto quirúrgico, o de extirpación, como cuando mi hijo me pilla dormido y se acerca a sacarme una única cana, de forma precisa y sin dar explicaciones.
Y no es que me gustaría andar por ahí rifle en mano disparando a los sospechosos que se acercan al nóbel de la paz -¡qué mierda acordarme que le dieron eso…!-, si no que me gustaría algo así como un trabajo independiente, o hasta tomar como un hobbie eso de disparar por ahí, a distancia y sin ser visto, como para satisfacer con eso una sensación que me cuesta explicar sin caer en contradicción o generando automáticamente el repudio de los demás que de vez en cuando, me toman en serio.
Eso pensaba hoy mientras tomaba una prueba en una sala del tercer piso de un colegio que ya está en altura… es decir, desde el lugar ideal para ejercer de francotirador.
Me fijé entonces en posibles blancos, todos pequeños y a gran distancia: gente caminando, una señora aparentemente regando su jardín, o un grupo de mujeres vestidas de negro ingresando a un cementerio que está también cerca del colegio...
Qué pasaría, pensé entonces… qué pasaría si apunto justo a la cabeza de aquella que trae un arreglo de flores y ella se desploma de golpe, ahí en medio de las otras, sin que nadie entienda nada.
¡Y no me vengan con que es un acto criminal! ¡Ni mucho menos digan que es un acto inútil! Pues algo hay en ese acto que me parece natural, cercano a nuestra esencia y que no apunta necesariamente a matar a alguien, sino a nuestro deseo oculto de cambiar las cosas.
Quizá por eso, mirando de reojo desde el tercer piso, desecho mi primera intención de apuntar a un perro, de esos callejeros que andan por ahí, tirándose en las esquinas. Y es que matar a un perro realmente no cambia nada… pero… ¿por qué mejor no matar a una persona?
Y no crean que no sé que esta idea puede provocar grandes rechazos en un inicio –si se toma en serio-, pero cuando esto no obedece a ninguna planificación, sino que es, digamos, el orden que toma el azar, ¿no lo ven en el fondo como algo natural y profundamente justo?
Entiendan… no estoy hablando de tragedias, ni planificaciones, ni buscar objetivos premeditadamente… sino de pasear la vista hasta que ésta se pose por sí sola en algún blanco…
Así que les pregunto: ¿Serían capaces de confiar en el caos? ¿Podrían entenderlo casi como un orden oculto, o por descifrar, y que está escondido hasta en las más pequeñas acciones?
Imagínense por un momento si crece el número de francotiradores. Es decir, si parto siendo yo –no me roben la iniciativa-, pero luego se van añadiendo un número cada vez mayor de adeptos, ubicados todos en lugares donde nadie podría sospechar: un departamento cualquiera, el interior de un colegio, en medio de una villa con cientos de casa completamente iguales... ¿se dan cuenta las posibilidades que se abren?
Piensen por ejemplo en el día a día. No el de los francotiradores, eso sí, pues nosotros haríamos algo así como el trabajo sucio. Piensen en los otros, en los posibles blancos, piensen en su rutina, en que la muerte por una bala aparecida de improviso los tumba en el pavimento y ya no hay como volver a levantarse… piensen lo que sería vivir con esa posibilidad y no poder evitarlo… pues se trataría del azar, recuerden, ante el cual nadie tiene privilegios.
¿Entienden lo valioso que sería cada día si los francotiradores logramos realmente que los otros sientan latente la posibilidad real de morir fulminados por un tiro? ¿Creen que irían a trabajar 10 horas diarias? ¿O creen acaso que discutirían por tonteras? ¿Se imaginan que perderían el tiempo haciendo ecuaciones de segundo grado o aprendiendo las formas del subjuntivo o las frases subordinadas? O hasta en un partido de fútbol… ¿creen acaso que sabiendo que les podemos disparar en cualquier momento, intentarían al cero a cero, o darían pases hacia atrás, para que pase la hora…?
Y es que sinceramente creo que por ahí va la solución de muchas cosas. Las palabras se pierden y se gastan, pero las balas se entierran a fondo y cuando revientan un cráneo ya no hay nada qué hacer a ese respecto, así que estamos obligados a hacerlo antes.
Piénselo un poquito, y me avisan. Yo ya estoy practicando y es posible que muy pronto comiencen a tener noticias, así que estén preparados. Pueden elegir el trabajo sucio y ayudarme o simplemente asumir que la mira puede estar precisamente mostrándome su rostro, o su nuca, en este mismo momento, sin que usted se percate.
Y no crean que soy "malo", ni piensen que la muerte es el centro de todo esto… pues es justamente lo contrario: la vida necesita cambios, vuelcos, notas disonantes… sino se transforma en agua estancada y pudridero. Y yo simplemente digo que hay que arremeter fuerte al piano hasta cortar cuerdas, o atragantarse y asfixiarse, para luego respirar mejor…
¡Ah, y les advierto!: no se vale usar casco ni andar acusando a los policías, como los mamones… pues recuerden qué les pasa a aquellos que intentan salvar sus vidas, antes de preocuparse de saber incluso qué es aquella vida, que están intentando salvar.
Así que no lo olviden: están en la mira.
Y no digan, que no les advertí.
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Y a usted ¿También le apuntarían? ¿Qué cambiaría en usted?
ResponderEliminarYo hago el trabajo sucio, y no cambiaría nada hasta que alguien me reemplace.
ResponderEliminar:)
Jajaja... OK
ResponderEliminarYo podría reemplazarlo, los miércoles y quizá los jueves, para que descanse; Y bueno... ahí también puede ser un blanco.