domingo, 27 de marzo de 2011

No soy especial.


.
I.

Hoy conté los dedos de mi mano izquierda

y son cinco.

.

Luego seguí con los de mi mano derecha

y descubrí que también son cinco.

.

Hice lo mismo con mis dos pies

y también coincidió

la misma cifra.

.

No soy especial,

me dije entonces,

y ya con esa excusa,

abrí la primera cerveza de la noche.

.

II.

.

Poco a poco,

sin embargo,

la excusa esa quedó en órbita,

y quién sabe si ayudó la fiebre

o el exceso de trabajo de estos días,

pero lo cierto es que aquello de no ser especial

incomoda de una forma similar

a las alergias primaverales

o a las picaduras de insecto

cuando debes evitar rascarlas.

.

Y claro,

pensé que nunca lo diría,

yo, sobre todo,

que de esto suelo preocuparme una mierda,

pero la sensación esa de ser común

como el polvo sobre los muebles,

hiere también mi común orgullo

y me lleva a tomar

la segunda cerveza de esta noche,

de esas fabricadas en serie

y en cifras de a miles por hora,

pienso,

mientras la bebo

de un sorbo.

.

III.

.

Debiese ocultar estos pensamientos,

me digo, algo mareado,

fingir que soy especial

y alejarme,

lo más posible,

de la masa.

.

Mmm…

.

¡Pero a donde miro hay masa!

.

En el grupo de los que están solos,

o en el de los que escriben

porque creen no tener opción…

o hasta en el grupo de los que descubren

que no son especiales…

¡todos están llenos…!

.

¡y ya ni sé cómo era eso de decir

cosas que aparentemente te fijaban

automáticamente fuera del grupo…!

.

Todo lo he olvidado.

.

Destapo entonces la tercera cerveza

de la noche

y busco una respuesta.

.

IV.

.

Cuando chico hacía cálculos,

imaginaba por ejemplo

cuanta gente estaría en este momento

haciendo exactamente lo que yo,

y algo parecía ensuciarse dentro mío

cuando intuía que aquel número era inmenso.

.

Me avergüenza contarlo, claro,

pero estar ya algo borracho ayuda

a confesar…

.

Además,

debo reconocer que hasta el día de hoy

me pasa lo mismo en el metro:

yo los miro subir,

determino

y hago cálculos…

todo con tal de negar la única respuesta posible

a la ecuación en la que yo mismo

soy incógnita:

.

no soy especial

entre ellos…

.

¡Y peor aún!

me digo,

puede que no sea especial,

realmente,

para nadie…

.

Y ante tal cursilería,

me avengo a abrir la cuarta cerveza,

de esta noche.

.

.

V.

.

Ya entre la quinta y la sexta

pestañeo un poco,

y sueño con una especie de principito

que es a la vez un entrenador pokemón,

y que lanza a la batalla

una rosa,

tres volcanes

-uno apagado, pero nunca se sabe-,

y hasta un zorro.

.

Él los ha domesticado,

me explica,

y hasta ha entendido que son especiales

con el paso del tiempo.

.

Hablamos entonces largo y tendido

sobre varios temas

y él me muestra medallas

y yo le muestro libros,

aunque a él no le gustan los libros:

.

Lo peor del lenguaje

es que con él se puede mentir,

me dice,

y luego despierto

y estoy solo,

y por si fuera poco

luego de la sexta,

ya no quedan más cervezas.

.

VI.

.

Miento.

.

Disculpen.

.

No estoy solo.

.

Aunque es verdad

que no quedan más cervezas.

.

El día se va y yo debiera dormir,

y ducharme y tomar una última pastilla

para despertar con menos molestias

en unas horas.

.

Y es que como les decía en un inicio:

no soy especial,

mañana trabajo,

me pondré corbata

y si ahora cuento los dedos de mi mano derecha…

¡…!

.

¡milagro…!

.

¡…!

.

¡ah, no…

conté mal…

estoy borracho…!

.

¡mierda…!

.

¡casi soy especial!

.

Pero no.

.

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