I. El mail.
Vian, le escribo por varias razones, pero ante todo me gustaría preguntarle algo, ¿se ha caído usted de la cama? Sé que la pregunta puede sonar extraña, pero es imprescindible. Verá usted, yo no me había caído antes, pero comenzó a ocurrir hace un tiempo y tengo la impresión que cuando me levanto ya no soy la misma, y eso se siente raro.
Por otro lado, he leído algunas entradas de su blog y me he sentido identificada con varias cosas que no me gustaría definir aquí, a la rápida. De hecho, preferiría reunirme con usted lo más pronto posible, pues creo que es la única persona que puede ayudarme.
Además, he comprado cervezas en abundancia, y podemos tomarlas en mi departamento o ir a un local de su preferencia, corriendo los gastos por mi cuenta, por supuesto.
Adjunto mi dirección y puede usted venir cuando guste, que yo prácticamente no salgo por estos días. O si lo desea puede llamarme al teléfono xxxxxxxxx para coordinar otro lugar o una fecha de su conveniencia…
II. El encuentro (Parte I).
-Pensé que no vendría –me dijo, abriendo la puerta.
-Yo también. Pero estaba el asunto ese de caerse de la cama y…
-Usted también se cayó, ¿cierto?
-Sí. Varias veces –contesté-. Y vengo a solucionar el asunto.
-Yo pensé que era invención mía, y evité el contacto por un tiempo, pero luego pensé que para usted también sería preocupante.
-Sí –afirmé-, lo es. A propósito… las cervezas…
-Se me había olvidado… ¿negra, cierto?
-Sí, no tan helada y…
-…con un poco de pimienta…
-Sí. Gracias.
-¿Podemos hablar abiertamente del asunto?
-Claro –contesté-, podemos.
III. La historia previa.
Hace unas semanas me caí de la cama. Es de dos plazas y bastante amplia, pero me caí igual. Quizá es porque ocupo sólo un costado y el resto pasa lleno de libros o simplemente hay un vacío ahí que no me atrevo a ocupar. Pero me caí y algunas cosas cambiaron.
No crean que hablo con metáforas o cosas así, yo me refiero más bien a cosas concretas, como escuchar conversaciones o soñar que era otra persona. Específicamente una mujer que se caía de la cama, y con la que habríamos quedado “cruzados”.
Así fue, que en uno de esos sueños, decidí escribirme un mail, interfiriendo mi voluntad con esa otra que era también yo, y establecer contacto. El mail está arriba. Supongo que si llegaron acá, ya lo leyeron.
IV. El encuentro (Parte II)
-Lo chistoso es que no tenemos nada en común –dice ella-. Yo nunca he terminado de leer un libro, soy enfermera hace dos años y trato de no hacerme problemas con las cosas…
-Yo también trato –la interrumpo.
-Claro… lo sé… pero…
-No te preocupes, entiendo. Supongo que sé un poco cómo eres.
-Sí, es raro eso, como que descoloca. Yo también podría decir eso de ti, en todo caso, pero creo que sé muy poco, tus sensaciones eran raras. Hubo veces, por ejemplo, en que me sentía alegre y de pronto mis colegas me decían que estaba llorando… aunque había como una especie de paz entre todo eso… una paz que me agradó, como que veía a los otros y de cierta forma los quería, o los entendía…
-Sí, a veces me pasa –le digo-.
-Lo malo es que esa sensación no era sola… era casi como una maldición, también, como…
-¿Cómo ver el corazón de las personas?
-Exacto. Eso… ¿no te parece raro?
-¿Qué cosa?
-Es que yo trabajo con un cirujano, y me estoy especializando en operaciones al corazón…
-¿O sea que tú también…?
-Claro… yo también veo el corazón de las personas, pero el otro, claro…
-Yo no creo que sea otro –la corrijo. Y luego cambiamos de tema.
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Vian, le escribo por varias razones, pero ante todo me gustaría preguntarle algo, ¿se ha caído usted de la cama? Sé que la pregunta puede sonar extraña, pero es imprescindible. Verá usted, yo no me había caído antes, pero comenzó a ocurrir hace un tiempo y tengo la impresión que cuando me levanto ya no soy la misma, y eso se siente raro.
Por otro lado, he leído algunas entradas de su blog y me he sentido identificada con varias cosas que no me gustaría definir aquí, a la rápida. De hecho, preferiría reunirme con usted lo más pronto posible, pues creo que es la única persona que puede ayudarme.
Además, he comprado cervezas en abundancia, y podemos tomarlas en mi departamento o ir a un local de su preferencia, corriendo los gastos por mi cuenta, por supuesto.
Adjunto mi dirección y puede usted venir cuando guste, que yo prácticamente no salgo por estos días. O si lo desea puede llamarme al teléfono xxxxxxxxx para coordinar otro lugar o una fecha de su conveniencia…
II. El encuentro (Parte I).
-Pensé que no vendría –me dijo, abriendo la puerta.
-Yo también. Pero estaba el asunto ese de caerse de la cama y…
-Usted también se cayó, ¿cierto?
-Sí. Varias veces –contesté-. Y vengo a solucionar el asunto.
-Yo pensé que era invención mía, y evité el contacto por un tiempo, pero luego pensé que para usted también sería preocupante.
-Sí –afirmé-, lo es. A propósito… las cervezas…
-Se me había olvidado… ¿negra, cierto?
-Sí, no tan helada y…
-…con un poco de pimienta…
-Sí. Gracias.
-¿Podemos hablar abiertamente del asunto?
-Claro –contesté-, podemos.
III. La historia previa.
Hace unas semanas me caí de la cama. Es de dos plazas y bastante amplia, pero me caí igual. Quizá es porque ocupo sólo un costado y el resto pasa lleno de libros o simplemente hay un vacío ahí que no me atrevo a ocupar. Pero me caí y algunas cosas cambiaron.
No crean que hablo con metáforas o cosas así, yo me refiero más bien a cosas concretas, como escuchar conversaciones o soñar que era otra persona. Específicamente una mujer que se caía de la cama, y con la que habríamos quedado “cruzados”.
Así fue, que en uno de esos sueños, decidí escribirme un mail, interfiriendo mi voluntad con esa otra que era también yo, y establecer contacto. El mail está arriba. Supongo que si llegaron acá, ya lo leyeron.
IV. El encuentro (Parte II)
-Lo chistoso es que no tenemos nada en común –dice ella-. Yo nunca he terminado de leer un libro, soy enfermera hace dos años y trato de no hacerme problemas con las cosas…
-Yo también trato –la interrumpo.
-Claro… lo sé… pero…
-No te preocupes, entiendo. Supongo que sé un poco cómo eres.
-Sí, es raro eso, como que descoloca. Yo también podría decir eso de ti, en todo caso, pero creo que sé muy poco, tus sensaciones eran raras. Hubo veces, por ejemplo, en que me sentía alegre y de pronto mis colegas me decían que estaba llorando… aunque había como una especie de paz entre todo eso… una paz que me agradó, como que veía a los otros y de cierta forma los quería, o los entendía…
-Sí, a veces me pasa –le digo-.
-Lo malo es que esa sensación no era sola… era casi como una maldición, también, como…
-¿Cómo ver el corazón de las personas?
-Exacto. Eso… ¿no te parece raro?
-¿Qué cosa?
-Es que yo trabajo con un cirujano, y me estoy especializando en operaciones al corazón…
-¿O sea que tú también…?
-Claro… yo también veo el corazón de las personas, pero el otro, claro…
-Yo no creo que sea otro –la corrijo. Y luego cambiamos de tema.
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V. El desenredo.
Tras varias discusiones decidimos intentar la desunión. Ambos nos acostaríamos a un costado de una cama y caeríamos al mismo tiempo, pero en lados contrarios.
Nos pareció sensato y lo intentamos. Pero no había solución. Una vez y otra, hasta que nos salieron moretones y el cuerpo nos dolía.
Al final, de tanto caer y cansancio, nos quedamos dormidos y olvidé donde me encontraba.
Soñé que estaba en una especie de matrimonio. Era de noche y me encontraba en una caverna, que tenía agua. Yo tenía los pies mojados, pero era una sensación agradable, refrescante. Entonces se escuchaba una voz que decía: “lo que unió Dios, no lo separe el hombre”. Luego venía una ráfaga de viento y se volaba algo que yo tenía en la mano y que no logré ver qué era. Pero parecía un dibujo en un papel. Una acuarela.
Después me desperté.
Me encontré en el suelo, a un costado de la cama. Al otro lado, sin embargo, no había nadie, ni tampoco sobre la cama.
Busqué entonces por el departamento, hasta que encontré sobre una mesa una nota y unas llaves. Según lo que ahí decía, yo debía dejarlas donde el conserje y no preocuparme de nada más, porque el problema se había solucionado.
Yo me quedé entonces un rato viendo todo eso. Un departamento ordenado, con cada cosa en su sitio y con un buen número de fotos donde ella aparecía casi siempre en pareja.
Él era un tipo alto y correcto, de esos que parecen tener su vida también igual de ordenada y todas sus cosas resueltas. Ambos aparecían en distintos lugares: en la nieve, en una playa en el extranjero, o vestidos de gala en una celebración con un gran número de personas.
Al final, fui al baño y me mojé la cara. Un largo rato. Luego salí del lugar y le entregué las llaves al conserje. Él no dijo nada, y las guardó.
VI. Epílogo.
Pasan los días y un costado de mi casa sigue estando vacío. En el otro estoy yo, escribiendo.
Bueno, casi siempre estoy escribiendo.
De hecho, creo que me desligo de todo, menos de esto, aunque pierda un poco de sentido, o sienta que sale mal.
Respecto a las caídas, en tanto, algo me dice que ya no van a repetirse, lo que extrañamente no me causa ninguna tranquilidad o alegría.
Aunque tampoco me causa ninguna otra sensación concreta, realmente.
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Tras varias discusiones decidimos intentar la desunión. Ambos nos acostaríamos a un costado de una cama y caeríamos al mismo tiempo, pero en lados contrarios.
Nos pareció sensato y lo intentamos. Pero no había solución. Una vez y otra, hasta que nos salieron moretones y el cuerpo nos dolía.
Al final, de tanto caer y cansancio, nos quedamos dormidos y olvidé donde me encontraba.
Soñé que estaba en una especie de matrimonio. Era de noche y me encontraba en una caverna, que tenía agua. Yo tenía los pies mojados, pero era una sensación agradable, refrescante. Entonces se escuchaba una voz que decía: “lo que unió Dios, no lo separe el hombre”. Luego venía una ráfaga de viento y se volaba algo que yo tenía en la mano y que no logré ver qué era. Pero parecía un dibujo en un papel. Una acuarela.
Después me desperté.
Me encontré en el suelo, a un costado de la cama. Al otro lado, sin embargo, no había nadie, ni tampoco sobre la cama.
Busqué entonces por el departamento, hasta que encontré sobre una mesa una nota y unas llaves. Según lo que ahí decía, yo debía dejarlas donde el conserje y no preocuparme de nada más, porque el problema se había solucionado.
Yo me quedé entonces un rato viendo todo eso. Un departamento ordenado, con cada cosa en su sitio y con un buen número de fotos donde ella aparecía casi siempre en pareja.
Él era un tipo alto y correcto, de esos que parecen tener su vida también igual de ordenada y todas sus cosas resueltas. Ambos aparecían en distintos lugares: en la nieve, en una playa en el extranjero, o vestidos de gala en una celebración con un gran número de personas.
Al final, fui al baño y me mojé la cara. Un largo rato. Luego salí del lugar y le entregué las llaves al conserje. Él no dijo nada, y las guardó.
VI. Epílogo.
Pasan los días y un costado de mi casa sigue estando vacío. En el otro estoy yo, escribiendo.
Bueno, casi siempre estoy escribiendo.
De hecho, creo que me desligo de todo, menos de esto, aunque pierda un poco de sentido, o sienta que sale mal.
Respecto a las caídas, en tanto, algo me dice que ya no van a repetirse, lo que extrañamente no me causa ninguna tranquilidad o alegría.
Aunque tampoco me causa ninguna otra sensación concreta, realmente.
hola!!
ResponderEliminarme hice adicta a tu blog :)
:)siempre quise ser un díler
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