lunes, 22 de noviembre de 2010

Vian, el verdadero Bielsa chileno. (Última parte)

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XIII.

El enano tomó tan en serio su nuevo papel, y retó de tal forma a los Rascacocos, -y a mí entre ellos-, que nos quedamos totalmente inmóviles escuchando sus indicaciones.

-La clave de todo es no olvidarse que el mundo no tiene luz propia -nos decía-, poco más, poco menos, ese es el secreto del universo… y del fútbol, por supuesto.

Los Rascacocos aplaudían ordenadamente y parecían realmente estar entendiendo algo.

Yo, en cambio, quizá por el té que había tomado -y que estoy seguro tenía algo-, luchaba por no dormirme, y apenas escuchaba las palabras del enano de forma entrecortada.

La cancha además, estaba oscura, y las linternas que sostenían algunos locos en su entorno, apenas iluminaban un pequeño espacio en torno a ellos.

Entonces el enano se me acercó y me abofeteó, para que despertase.

-Has elegido el equipo correcto –me decía-. Aunque al parecer eres malo e inútil como Pelé…

-Pero Pelé era bueno –le interrumpí.

-Sí, pero lo era. ¡Hoy está viejo, con párkinson y hasta se puso maricón! –enfatizaba el enano-. Se le fue la luz, igual que al mundo. Por eso es negro…

Justo entonces el árbitro vino a buscarnos y nos exigió a silbatazos que nos pusiésemos en posición.

El más viejito de nosotros quedó de delantero y yo quedé en defensa. Los otros tres estaban al arco, aunque los doctores sólo permitieron que atajaran con una mano cada uno.

Entonces –ahora sí-, comenzó el partido.

XIV.

El relato de Mario fue más menos así:

“¡Qué partido locos culiaos…! ¡Todo vuelve a su orden! Los locos apenas se mueven y hasta el refuerzo se ha quedado dormido, como en una meseta… ¡Sí! ¡Me… se… ta…! ¡Como en una meseta… ¡ Los Rascacocos han perdido su poder y ya pierden doscientos a cero… ¡Chúpense esa, locos culiaos! ¡Y chúpense esta, también…!”

Lo peor era que Mario tenía razón. Quizá no en el marcador, que lo exageró un poco, pero lo cierto era que estábamos quedándonos dormidos, y ya no tenía sentido seguir jugando…

En eso me avisaron que había terminado el primer tiempo.

-Mejor lo acabamos aquí, ¿cierto? –me decía uno de los doctores-. Ya no tiene sentido seguir jugando y además no se ve nada.

Yo no podía ni responder, pero de haber podido le habría dicho que no, de puro orgullo.

Al final, fue el enano el que se interpuso gritando:

-¡El partido sigue! ¡No hay luz propia, pero el partido sigue! ¡Los rascacocos tienen derechos! –insistía.

Y como los otros internos estaban escuchando y supongo que no querían problemas, el partido siguió.

El único cambió fue que el enano ingresó también para nosotros, en medio de los aplausos de la barra.

XV.

Y sí, fue de a poco, pero en el segundo tiempo las barras comenzaron a alentar. Despacio primero, pero lo cierto es que llegaban aplausos y gritos y hasta hubo un momento que vi que los internos de las gradas se apretaban los testículos como señal de lucha, y como medio para mantenerse lúcidos.

Entonces les copiamos la táctica -o la recuperamos, en verdad-. Nos apretábamos fuerte para despertar, con lo que se creaba de inmediato cierto impulso que nos llevaba a correr. Tanto así que incluso estuvimos cerca de hacer nuestro primer gol.

Fue en eso cuando el enano quedó solo frente al arco y un doctor que corría con el estetoscopio colgando se lanzó en barrida y le quebró una rodilla –supimos después- de un planchazo.

Yo me acerqué al enano que se daba vueltas en el suelo como pidiendo su última voluntad.

-Quiero comer berenjenas rellenas –pedía-. Quiero comer berenjenas rellenas…

-¿Rellenas de qué? –le pregunté mientras lo sacaban de la cancha otros enfermeros que habían llegado.

-Rellenas de berenjenas –me dijo. Y se desmayó.

Entonces entendí.

XVI.

Lo que entendí en medio de aquello fue terrible y luminoso, pero lo importante es que lo entendí. Fue como una iluminación mientras el enano se iba y yo volvía a apretarme los testículos para mantenerme despierto.

Mientras, los internos estaban fuera, y comenzaban a ser rodeados por otros guardias que aparecían de a poco como temiendo que sucediera algo.

Entonces yo miré el cielo y la cancha a oscuras, y pensé en lo que había entendido.

Las estrellas brillaban arriba y hasta la luna parecía tener luz, pensaba, aunque digan que es un reflejo.

Nuestra tierra, en cambio, estaba a oscuras, como en sombras… como si nos hubiesen apagado y dejado abandonados. Como niños en una casa a oscuras, aunque con la despensa llena.

Si hasta los locos gritaban por nada y hasta el enano había sido fracturado por nada, pensaba, y supongo que también me sentía oscuro… apagado… abandonado.

-¡Vian! –escuché entonces que me gritaban- Tira tú el penal, pero échalo afuera, para que no se alboroten los hueones.

Yo miré al doctor que me había dicho eso y que era además el que estaba al arco.

-Va a ser gol –le dije, lo más serio y despierto que pude, mientras me apretaba más fuerte- ¡y si hago el gol ganamos! –les gritaba a los locos para que se entusiasmasen más.

Todos se habían acercado a la cancha y los que tenían la linterna alumbraban la pelota, que se veía como un sol a medio apagar, en medio de la tierra oscura.

-Aquí había un pozo –me decía el arquero mientras yo acomodaba la pelota, quien sabe si para distraerme-.

-¿Aquí en el hospital? –le pregunté.

-No, aquí en el mundo –me contestó. Y llamó a otros dos de su equipo para que estuviesen también en el arco.

Yo no quise reclamar, aunque hasta Mario tomó partido por nosotros en el relato y tuvo que salir corriendo con el micrófono pues lo perseguían unos enfermeros.

“¡Capaz que ganen los locos culiaos…! ¡Griten por la mierda…! ¡Capaz que ganen…! ¡Último gol gana todo…! ¡Qué partido por la mierda…! ¡Con este gol se derrumba el mundo…! ¡Sí, como un terremoto…! ¡Te… rre... mo… to…! ¡Y qué mierda…!”

Luego me enteré que Mario era en verdad un interno ayudante elegido por buen comportamiento y a punto de ser dado de alta… bueno, antes de ese día, por lo menos.

La cancha estaba llena. Internos y personal. Y yo frente a la pelota que brillaba.

Del arco eso sí, no se veía nada. Los tres arqueros lo tapaban completamente y no había ni un solo espacio por donde hacer el gol. Ninguno.

-No hagay el gol hueón, o nos vay a traer problemas –me decía el colorín, como si hubiese habido forma de hacerlo.

Entonces corrí hacia la pelota, desde una gran distancia.

Con una mano me apretaba los testículos para mantenerme despierto, mientras la otra la llevaba empuñada, y en alto, como en una revolución.

Golpee la pelota con toda la fuerza que tenía. Con rabia. Por la injusticia entera que había ahí, por este mundo apagado, por la pierna del enano… por todo…

Al final, la pelota dio de lleno en el rostro de uno de los doctores, quien no alcanzó a cubrirse… El tipo se desplomó y la pelota cayó a sus pies, sin entrar al arco... sin embargo, Mario comenzó a gritar como si hubiese sido gol y yo corrí por la cancha festejando… Los locos estaban más locos que nunca y corrían y gritaban y saltaban… Incluso mientras corría vi a algunos que se defendían de los enfermeros y que golpeaban y eran golpeados en medio de la oscuridad.
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Mientras, Mario seguía gritando, y arrancando, con el micrófono en mano:
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“¡Goool, conchetumadre…! ¡Goolazo, mierda…! ¡Justicia divina, por la chucha…! ¡Se cae la cordillera…! ¡Les metieron el Everest por la raja…! ¡Sí… el E… ve… rest…! ¡Y por la raja! ¡Esto hay que celebrarlo en pelota señores…! ¡En pelota…!”

Y se desnudó, mientras corría por el lugar.

Acto seguido lo hicimos todos. Hasta yo que suelo ser pudoroso lo hice y corrí entre todos ellos.

Vi a los plegables, a los supositorios... a todos correr como si fueran llamas encendidas… yo mismo me sentí una llama… pero entonces sentí un golpe, y un pinchazo. Y me apagué.

XVII.

Han pasado siete años desde entonces. El hospital ya no existe, pues construyeron ahí un edificio perteneciente a una municipalidad.

Sé que todo puede sonar a mentira o exageración aquí, de la forma en que está escrito, pero sería un error creerlo así, o leerlo en esa dirección.

Lo cierto es que en ese entonces, -para terminar la historia-, dos días después de aquel domingo, fui hasta el lugar a preguntar por el enano.

Me dijeron, casi sin mirarme, que se había suicidado. De la misma forma y con el mismo tono que se utiliza en un casino para decir que hay arroz con bistec para almorzar, o berenjenas rellenas.

Yo, luego de enterarme, no quise ir al funeral ni a más actividades los domingos, aunque recordé siempre aquel día con un extraño afecto.

Con el tiempo, creí entender que uno debía escribir, actuar y vivir en general, consciente de insertar en cada cosa que hiciéramos un corazón nuevo.

De hecho, cuando lo relaciono con aquello que decía el enano, llego a la conclusión que esa es la única forma en que nuestro mundo pueda llegar a tener, verdaderamente, una luz propia.

Y sí, quizá es por eso que, hasta el día de hoy, sigo sintiéndome en deuda.
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1 comentario:

  1. Nahhh, las deudas se pagan algun dia... lo importante es no quedarse con nada en el tintero al momento de la paga... buen cuento aunque no se quien es ese tal Bielsa...me suena.

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