domingo, 14 de noviembre de 2010

Cicerón, el único hombre libre.


“Yo vivo al día; todo lo que me causa
una fuerte impresión de verosimilitud,
lo adopto; ese es el motivo por el que soy
la única persona libre”
Marco Tulio Cicerón, Tusculanas.

I. Cicerón, ¿filósofo?

Numerosas críticas referidas a la falta de un pensamiento propio bien desarrollado, suelen contener los trabajos o comentarios que abordan la obra filosófica de Marco Tulio Cicerón.

De hecho, el título de obra filosófica –atribuido a las obras de su último período y que abarcarían desde las Académicas, hasta De los deberes-, ya provoca problemas en algunos, quienes no ven en Cicerón más que un compilador, que de vez en cuando entrega una opinión –obvia por lo demás- sobre lo expuesto.

Y es que al intentar abarcar tal cantidad de asuntos –políticos, históricos, filosóficos-, llega a ser comprensible que Cicerón no haya alcanzado profundidad o desarrollado de buena forma un pensamiento propio- a nivel de doctrina filosófica- como al parecer quiere exigírsele.

Al margen de esto, sin embargo, me interesa entender la forma, el camino que llevó a Cicerón hasta la filosofía, y ver desde ahí, el porqué y el para qué que persiguen sus últimos libros, para luego intentar, desde ahí, comprender y comprobar, la existencia o no de un sistema filosófico.

II. El para qué de los escritos filosóficos de Cicerón.

Si nos remitimos estrictamente a algunas palabras de Cicerón, podríamos señalar que su literatura filosófica es un instrumento que busca instruir a sus conciudadanos, con lo que entenderíamos fácilmente el porqué de la ausencia de un pensamiento propio y podríamos reducir su obra a un trabajo enciclopédico comentado.

Pero hay situaciones, hechos históricos concretos, que marcan los años en que Cicerón comenzó a desarrollar sus escritos filosóficos. Situaciones personales incluso, que llevan a este hombre a cambiar rotundamente su forma de ser y de entender aquello que creía su labor y que había pasado a constituir las bases de su propia vida.

Y es que al Cicerón político, de fuerte carácter y gran orador que se conocía hasta ese entonces, hubo de sucederle un hombre que piensa en el retiro, frustrado y defraudado tras el rumbo que había seguido –perdido en realidad-, la idea de república, y ese ánimo, contrario al que motivaba el desarrollo de sus otros escritos, queda establecido claramente en las cartas que escribió por ese entonces.

“Todo aquello que me impulsaba a ver en el ciudadano a un ser más importante que el individuo, ha perdido de pronto su base, y ya no consigo combustible para encender mi oratoria…”

Asimismo, hubo por ese entonces otro hecho mucho más importante en la vida de Cicerón, uno que lo sumergió en un sentimiento trágico a partir del cual pareció invocar a la filosofía como si se tratase de un dios consolador. Me refiero, a la muerte de su hija Tulia, que lo llevó a adoptar un tono hostil ante la vida y a dejar de visitar el lugar donde ella había vivido –e impedir incluso que volviesen a tocarlo, como si se tratase del castillo de la bella durmiente-, y recluirse para escribir un libro que hoy se encuentra perdido y que –me gusta imaginar- evidencia y explica el paso de la escritura política de Cicerón, hacia su literatura filosófica. El título de aquel libro era De consolación.

III. La filosofía como sima.

Luego de aquel libro perdido, Cicerón comienza su literatura filosófica que ha de acompañarlo hasta su muerte.

Por esto, quizá, debamos entender el asunto filosófico para Cicerón, como una especie de refugio, lo que se condice además, con algunas de las expresiones contenidas en sus últimos libros.

Así por ejemplo, lo señala en el libro primero de las Académicas, donde confiesa que,” mientras los asuntos públicos me tenían asediado, dentro de mi espíritu encerraba mis conocimientos filosóficos… en cambio hoy, herido por el destino… busco en la filosofía remedio a mi dolor”.

Es decir, Cicerón habría entendido la filosofía como sima, como pozo… como aquello que está al fondo de toda caída, eso que queda cuando se derriban las certezas que lo sostenían como ciudadano y queda sólo ante sí mismo, como individuo.

En este sentido, creo que es posible comprender la escritura filosófica de Cicerón como una búsqueda, como el intento de dar un nuevo sentido a su comportamiento y buscar un nuevo camino para alcanzar aquel supremo bien que parecían buscar todas las doctrinas filosóficas, aunque sin ponerse de acuerdo en que consistía, justamente ese supremo bien.

¿La ausencia, del dolor, el placer, la felicidad…?

Cicerón indaga por todos estos caminos, descubriendo, revelando, y por último desencantándose, o esa es al menos la impresión que a mí me queda tras la lectura de sus obras de este período.

IV. La mísera libertad de Cicerón.

Personalmente creo que el error de Cicerón fue mantener, en este último período, una estructura discursiva que lo había acompañado toda su vida, negándose a poner en duda todo aquello que había aprendido –o creído aprender- que era la vida.

Siguió apilando conocimientos, palabras, ideas que daban cuenta de algo que no era él, y siguió sin aferrarse completamente a nada, creyendo que así, se era realmente libre.

Es decir, Cicerón buscó reedificarse utilizando sus mismos cimientos, y no buscó en la filosofía una renovación completa, un nuevo nacimiento.

Y es que la verdadera filosofía no añade, no construye ni fortalece lo que somos, sino que quema, destruye, y posibilita la acción de un hecho para el que no contamos con guía ni instrucción unívoca. Y es en ese sentido, que nos hace libres.

Y ese hecho, que contiene en sí mismo la comprensión de la pérdida de quienes amamos y de todo aquello en que creemos… ese hecho… es como una semilla pequeña que no podemos partir ni analizar, si queremos que brote, realmente.

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