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"En cuanto al movimiento,
el ser no existe fuera de las cosas.".
Aristóteles, Metafísica, Libro X.
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Dando vueltas por Valparaíso, buscando hospedaje porque el último bus se fue y uno estaba, claro está, en otro sitio, y un poco contrariado pues no quería verme envuelto en un problema o poner en riesgo las pocas cosas con que andaba, y además porque era noche de brujas y podía ser que te encontraras con alguien cuyo disfraz no fuera el apropiado y porque no tenía dulces para dar y no quería, por supuesto, enfrentarme a travesuras... iba yo de un lugar a otro pensando qué hacer o dónde quedarme, cuando me encontré con un tipo algo extraño.
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-Hola -me dijo con un particular acento- ¿Sabes tú jugar al Go?
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Miré entonces al tipo y me di cuenta que su acento coincidía con su apariencia. Era un asiático, vestido con una chaqueta a cuadros rojos y negros, que no supe bien si era un disfraz o simplemente un traje extravagante, y que, quizá por ser pequeño y sonreír a cada instante, no me pareció para nada alguien de quien debiese uno preocuparse.
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-¿El juego ese, japonés? -le pregunté.
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-Sí -me dijo- pero también ser koreano.
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Y como el juego del Go me interesaba -había intentado aprender solo, luego de leer El maestro de Go, de Kawabata-, resultó que al final decidí ir con aquel tipo a algo así como un torneo, que se realizaba en una casa grande y vieja, que estaba al lado de un colegio, según recuerdo.
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-Tú jugar contra mí -me dijo el tipo. Y me hizo inscribir en un listado donde además me empezaron a cobrar un dinero.
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-Nueve mil -me decía otro koreano. Y como ese era grande y no parecía estar dispuesto a negociar, mejor pagué, pues calculé que además podía pasar ahí la noche, pues, según Kawabata -mi único referente-, había partidos que a veces duraban días, o semanas.
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-Vian jugará contra Jerry, -dijo entonces el de la inscripción, y cambiaron mi chaqueta por una a cuadros similar a la de Jerry, y nos llevaron hasta una mesa que tenía un gran tablero y un vaso de agua para cada uno.
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Entonces todo cambió. Jerry se puso serio y me advirtió que debía ganarme en media hora. Y me explicó algo relacionado con un torneo contra los japoneses, que iban a realizar en Santiago, y hasta dio algo así como un grito de guerra mientras hablaba algo relativo al honor y a una disputa de su país con los nipones.
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Entonces, me tradujo una inscripción que estaba en un lienzo atrás de las 12 o 15 mesas que estaban en el lugar, donde se enfrentaban otros tipos iguales a Jerry, y donde, me percaté además, yo era el único occidental.
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-El ser Koreano es superior porque su movimiento existe fuera de las cosas -tradujo Jerry, y comenzó el partido.
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Voy a resumir, sin embargo, lo que aquí ocurrió, y diré simplemente que le gané. Que Jerry me miraba enojado y que se fue tras la derrota sin decir palabra, y que entonces mi nombre fue escrito en un gráfico donde se señalaban las rondas de participantes, por lo que, entre puros ideogramas o rayas extrañas, mi nombre -Vian- era lo único que podía leer claramente.
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Entonces llegó el próximo turno y el koreano grande que me inscribió me llevó hasta otra mesa, donde un tipo discutió largo rato antes de aceptar saludar y jugar contra mí. Nos pusieron un vaso de agua a cada uno y me indicaron, extrañamente, que Vian jugaría contra Jerry.
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-Pero ya jugué con Jerry -alegué.
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-Él también ser Jerry -me dijo el koreano gigante, y me obligó a jugar.
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Para entonces, yo ya me sentía como Van Damme en esas películas de artes marciales donde debía ir venciendo rivales uno a uno, sin que nadie tuviese confianza en él. Sólo que faltaba mi entrenador diciéndome "Vamos León, tú puedes", y la bandera gringa, y la periodista que al final se quedaba con uno, luego del triunfo.
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-¡Tu turno! -gritaba entonces el nuevo Jerry, y yo jugaba nuevamente, mientras el otro daba golpecitos en la mesa.
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Y bueno... resultó que gané también aquella partida. No sabía bien cómo, porque en verdad yo jugué un par de veces a un juego en internet y eso era todo mi aprendizaje, pero el caso es que ahí estaba yo venciendo nuevamente, y la lista de nombres se achicaba y Vian quedaba ya entre los ocho, y venía gente a ver nuestra partida.
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¿Adivinan lo que pasó después?
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Pues sí. Jugué con otro Jerry. Uno viejo está vez y con un bigote chistoso, que tras una jugada que yo creí me haría perder, me lanzó el agua que le quedaba a su vaso y se fue del lugar, y quedé como vencedor, sin entender realmente qué sucedió, ni qué pasaría luego.
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Lo que pasó fue a fin de cuentas que llegué a la semi-final. Y entonces apareció otro Jerry -pueden no creerlo, pero les aseguro que es verdad-, y comenzó una presentación como esas que hacían cuando peleaba Rocky contra Apollo, o contra Iván Drago.
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Me llevaron así, en medio de una música extraña y con un tipo que hablaba por un micrófono, hasta una mesa con un tablero rojo y unas piezas de piedra pulida tan hermosas que incluso me robé una... y comenzó el partido.
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Esta vez había dos vasos con agua, que bebí rápidamente, y como además había bebido algo de cerveza anteriormente, el asunto es que estaba comenzando a ponerme ansioso... y como el clima era tan extraño que no me atrevía a pedir ir al baño, -que por lo demás no veía por ningún lado-, mi forma de jugar se tornó también extraña, sin tomarme ni un segundo para pensar los movimientos y moviéndome yo, torpemente y de manera acelerada, por los costados de la mesa.
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El público, además, -unos diez koreanos vestidos de chaquetas a cuadros y que supuse también se llamarían Jerry- aplaudían cada vez que jugaba mi contrincante, y susurraban en secreto cuando mé tocaba jugar a mí.
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Al pasar el rato, sin embargo, -y con esto comprendí que iba ganando-, los tipos dejaron de aplaudir y se fueron a la otra mesa, donde se jugaba la otra semi final, por lo que, cuando se concretó mi triunfo, sólo se encontraba el koreano grande que nos inscribió y que me pidió más datos, pues la final se jugaría al otro día.
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-Tú no puedes ganar -me dijo entonces-. Debe triunfar un compatriota.
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-Pero yo soy compatriota -le dije, aunque no le halló gracia.
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Me dijo entonces que la final era mañana -hoy- a las 16 horas. Y dijo también que debía irme del lugar. Y me devolvió la chaqueta.
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Yo insistí en quedarme para ver qué sucedía con la otra semi-final, pero no hubo caso.
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-Quiero saber contra quién jugaré -le insistía al tipo.
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-Jugarás contra Jerry -me contestó. Y eso fue todo.
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Una vez fuera del lugar, vi que en las calles de Valparaíso quedaban pequeños grupos de personas. Por lo general borrachos a quiénes me costaba convencer que no tenía plata y que no usaba celular, cuando me lo pedían.
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Al final, para evitar una pelea, intenté nuevamente entrar a los pocos moteles que aún tenían luces encendidas.
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-No puede entrar si viene solo -me decían. Con lo que a la sensación de miedo se le sumaba además, la del fracaso, mientras preguntaba en otro lado.
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Al final, insistí en un lugar y terminaron aceptándome, aunque me costó mucho más de lo que creí. Tanto en dinero, como en explicaciones. Lo que extrañamente me ayudó, a finde cuentas, fue un libro de Salvador Reyes que había comprado en una feria, y que se llamaba Los amantes desunidos.
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-¿De qué se trata? -me preguntó la tipa que atendía.
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-De unos hermanos que tienen el mismo nombre -le mentí- y qué como no saben como amar intentan acercarse a la misma persona todo el tiempo, pero fallando siempre en distintas cosas.
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-Mmm, suena raro -me dijo.
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-Es raro. Los hermanos además se llaman Jerry, y dicen que el movimiento no existe fuera de las cosas.
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-¿Cómo?
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-Que intentan explicar que si uno de ellos se queda solo en una pieza, o en su vida o donde sea, por más que se mueva adentro, nunca estará en movimiento.
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-Ya.. ¿y justo usted quiere quedarse solo en una pieza?
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-Justo -le dije yo-.
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-Está bien -dijo entonces-, puede quedarse. ¿Me pasa su carnet?
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-No lo ando trayendo -contesté-. Pero mi nombre es Vian.
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-¿Vian?
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-Sí. Vian. Sin apellido. O invéntele usted alguno, si es necesario.
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-Ok. -me dijo entonces- y me pasó una llave, con un número 8, y dos latas de cerveza.
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A la mañana siguiente desperté temprano y me di una ducha. Salí del lugar sin encontrarme con nadie y decidí no ir, por supuesto, a la final del torneo de Go.
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Horas después, mientras iba en el bus, me di cuenta que la piedra pulida que había robado en la semi-final, se me quedó en la habitación, sobre el velador.
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También me acordé que en aquel lugar, justo sobre la cama, había una puerta abierta, de tamaño natural, en el techo. Supongo que como adorno, aunque no entendí bien qué podía adornar, o cuál era su significado.
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Creo que soñé con aquella puerta cuando dormité en el bus. Pero no recuerdo qué soñé.
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Pero bueno, la verdad es que casi nunca recuerdo, aquello que he soñado.
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